FIRMAS Marisol Ayala

Sin ella no es lo mismo. Por Marisol Ayala

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Nada queda de aquella mujer buena, socarrona y gallina de sus pollos. Casi nada queda de la mujer que cada año por el Pino acogía en casa a los amigos de sus hijos y allí, en el callejón trasero, nos escuchaba cantar y reír mientras nosotros hacíamos “nuestro Pino”. Entraba y salía, miraba, sonreía y en alguna ocasión se sentaba a escuchar nuestras risas. A veces no cabíamos en la casa y buscábamos acomodo en viviendas vecinas; unos y otros nos hacíamos hueco entre colchonetas, cervezas, música y humo. Ver nacer el día siguiente en la Villa de Teror, con el sonido de sus campanas, su pan caliente, sus amaneceres tardíos, era soñar con alcanzar la cocina de esa buena mujer donde siempre había pan fresco, mantequilla, queque y café. Hacía tiempo que no la veía. La última vez fue en Las Palmas de GC hará seis o siete años. Veo y hablo mucho con su hija, mi amiga. Esta semana lo hicimos y me encontré a una mujer que contaba con cariño “las cosas de mi madre”, esa mujer que se ha convertido en una bebé que no conoce a nadie, la que le reprocha, como quien habla con una desconocida: “¿Qué hace usted todo el día ahí sentada? ¿Quién es usted, señora? Llame a mí hija, por favor”, concluye amenazante. Nunca la contradice. Le sigue la corriente. Su madre, la mujer que tanto nos agasajó cuando su cabeza estaba engrasada, ha perdido la memoria. Sufre un Alzheimer que la mantiene viva porque dicen los médicos que lo está, pero en otro mundo. Mi amiga Pino prefiere reír que llorar y razones para lo segundo tiene y muchas. Prefiere combatir la tragedia doméstica con buen humor; sabe que nada sacará con reñirla. Lo que cuenta lo hace con tanto amor que parece estar hablando de alguien que no es la madre sin memoria que cuidan en casa. “Amiga, la mujer que está sentada en el salón no es mi madre; no la reconozco?”. Para cuidarla le ha dado de lado al trabajo, sabido que estos enfermos carecen de ayudas y que la Administración no lo pone fácil, pero ella no se queja. “Ya vendrán tiempos mejores”, dice. Desgraciadamente, vendrán.

Su queja, su única queja, su dolor, es comprobar que la mujer menuda y risueña que le bajaba la luna si esa hija se lo pedía ya no existe. En su mente hace tiempo que se hizo de noche.

marisolayala@hotmail.com

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