FIRMAS

Un bacilón es un bacilo muy grande. Por Ramón Alemán

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Hace un tiempo se armó un revuelo descomunal en las redes sociales a cuenta de una falta de ortografía en un cartel en el que se leía «PRECAUCION LLUBIAS». Tal alarma la ocasionó, por supuesto, esa letra be, que no pinta nada ahí. Sin embargo, resulta curioso que la multitud pidiera la cabeza del redactor por ese error ortográfico y no, por ejemplo, por haberse olvidado de una tilde en la primera palabra o por haber prescindido de un signo de dos puntos que parece necesario entre ambos vocablos. Sí, nos encanta la burla cuando vemos una hache de más o de menos, cuando una ce le usurpa su sitio a una ese o cuando alguien convierte una uve en be. Lamentablemente, al hacerlo olvidamos que esas son precisamente las faltas de ortografía con las que deberíamos ser más indulgentes.

Decía yo aquí hace unos días que la ortografía de la lengua española es una de las que más se acercan a ese ideal según el cual a cada letra le correspondería un sonido y a cada sonido una letra. Y también decía que, pese a que nos aproximamos bastante a la perfección, existen algunas taras, a las que a mí me ha dado por bautizar con el nombre de «anomalías ortográficas». Por citar solo algunas, tenemos que la letra hache, por lo general, no representa ningún sonido, o que la letra ge puede representar tanto el fonema /g/ (‘galleta’) como el fonema /j/ (‘geranio’), o que el sonido /i/ se puede escribir con i latina (‘peine’), pero a veces también con i griega (‘rey’). En definitiva, nuestra ortografía es transparente y nos lo da casi todo masticadito, pero de vez en cuando también nos pone trampas crueles; por lo tanto, debemos ser piadosos con quienes ocasionalmente pican en su anzuelo.

LluviaEntre esas trampas destacan las que tienen que ver con el uso de las letras be y uve, pues ambas representan el mismo fonema, lo que da lugar a dos problemas. El primero consiste en dudar a veces a la hora de escribir una palabra, como le ocurrió al pobre incauto que puso ‘llubias’ en lugar de ‘lluvias’. Para casos como este solo tenemos dos soluciones, que son nuestra propia cultura ortográfica o bien consultar un diccionario. El segundo problema es que esta anomalía produce unas parejas de palabras a las que llamamos homófonas: suenan igual, pero se escriben de manera diferente y significan cosas distintas. Un ejemplo: ‘baso/vaso’ (‘Me baso en los indicios para llegar a la conclusión de que el vaso lo rompiste tú’).

Antes de continuar, aclaremos dos cuestiones. La primera, tal vez no demasiado importante, es que el nombre de estas dos letras varía considerablemente según el punto del planeta en el que nos encontremos. La Ortografía de la lengua española (Espasa), de la RAE, dice que lo que en España llamamos simplemente ‘be’ recibe en América otros nombres, además de ‘be’: ‘be larga’, ‘be alta’ y ‘be grande’. En cuanto a lo que los españoles llamamos ‘uve’, al otro lado del Atlántico también lo llaman ‘ve’, ‘ve corta’, ve chica’, ‘ve chiquita’, ‘ve pequeña’ y ‘ve baja’.

La segunda cuestión es la que tiene que ver con lo que pronunciamos al ver escritas las letras be y uve. Muchos de ustedes habrán notado que algunas personas emiten un sonido parecido al fonema /f/ cuando lo que ven sus ojos es una uve. Pues muy mal. Al respecto, la Ortografía académica señala lo siguiente: «No existe en español ninguna diferencia en la pronunciación de las letras b y v, ya que las dos representan hoy el sonido bilabial sonoro /b/. La articulación de la v como labiodental no es propia del español».

Sigamos. Volviendo a las voces homófonas, debemos decir que la pareja de letras be/uve es una de las que más palabras de este tipo genera, según podemos observar en la obra Gramática didáctica del español (Ediciones SM), de Leonardo Gómez Torrego. En la lista que aporta el maestro figura el par ‘vacilo/bacilo’, que es del que yo quería hablar hoy. Tengo un amigo, veterano periodista y escritor grande aunque inédito, que hace años tenía la costumbre de escribir la palabra ‘bacilón’ cuando se quería referir a un hecho jocoso, a una situación festiva o a una tomadura de pelo. ¿Tendría yo que haber llamado burro a este maestro de la pluma cuando cometía ese error, como se hizo recientemente en las redes sociales con el autor del cartelito llubioso? Por supuesto que no: para algo ese periodista tenía un corrector a su lado.

Lo que él quería escribir (ahora lo hace bien, por cierto) era ‘vacilón’, que es el sustantivo que usamos canarios y americanos para referirnos a una situación divertida, a una fiesta o a una guasa. A esta última la llaman ‘vacile’ los españoles de la península Ibérica. Un ‘vacilón’ también puede ser un adjetivo con el que calificaríamos a aquella persona a la que le gusta vacilar: ‘Pedro es el más vacilón de todos’. No debemos olvidar que ‘vacilar’ también significa ‘dudar entre varias opciones o cosas’ y ‘moverse indeterminadamente por falta de estabilidad’ (las definiciones son mías), pero si decimos que Pedro es un vacilón, es evidente que no lo consideramos un tipo dubitativo y tampoco creemos que está a punto de caerse.

Son varias las homofonías que se producen con ‘vacilo/bacilo’ y sus derivados. Para empezar, tenemos que ‘vacilo’ es la primera persona de singular del presente de indicativo del verbo ‘vacilar’ y ‘bacilo’ es una bacteria en forma de bastoncillo. Además, también tenemos que ‘vacilar’ es el infinitivo del mismo verbo y ‘bacilar’ es aquello perteneciente o relativo a los bacilos. Y para terminar, un ‘vacilón’ es –como hemos dicho– una guasa, una fiesta o una tomadura de pelo, mientras que un ‘bacilón’ no puede ser otra cosa (al menos gramaticalmente) que un bacilo muy grande. ¿Existen los bacilos muy grandes? No tengo ni idea, pero si existen estoy seguro de que el biólogo que se tropezó con uno por primera vez no se lo tomó a vacilón, sino muy en serio.

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