FIRMAS

Endre Friedman – Robert Capa (1913-1954), “No es la edad lo que marca a un hombre. Son sus vivencias”. Por Gorka Zumeta

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Su vida lleva colgada la etiqueta de ‘leyenda’. Nace en Hungría, en el seno de una familia de modistos, que regentaban un salón de alta costura. A los diecisiete años se ve obligado a exiliarse de su país, acusado de actividades izquierdistas. Cursará estudios de periodismo en Berlín, ciudad que abandonará cuando Hitler sube al poder. A partir de aquí se va gestando la leyenda: se inventa un personaje que llamará Robert Capa, identidad que luego asumirá en España; conoce a John Huston, Ernest Hemingway, al propio Picasso, a la actriz Ingrid Bergman, con la que mantendrá un idilio y, sobre todo, fotografía cinco guerras en dieciocho años. Vivió siempre en el límite de sus posibilidades. Nació sin nada y murió igual. Una mina vietminh, en la guerra de Indochina, segó su vida. Tenía cuarenta años. La entrevista tiene lugar en Roma, donde nuestro invitado realizaba un reportaje.

Robert Capa, una vida al límite, truncada por la violencia que retrató

-Tiene que ser muy duro para usted, señor Capa, trabajar en un reportaje de viajes para una revista como Holiday, ¿no?

-Hay que comer, ya lo sabe.

-¿Espera usted una guerra?

-¿Con esa pregunta quiere dar a entender que me atraen las guerras como tema fotográfico? ¡¡Por Dios!! ¡Yo odio las guerras!

-¡Pero han sido para usted una obsesión!

-¡Lucho por demostrar a los hombres de lo que son capaces sus semejantes!

-¿Homo homini lupus?

-¿Cómo?

-Que «el hombre es un lobo para el hombre», lo dijo Hobbes.

-¿Y sabe usted más ‘frasecitas’ de ésas? ¿Les enseñan ahora esas cosas?

-Ya me han advertido que es usted muy irónico y muy bromista.

-Es la única manera de aguantar la vida, ¡créame!

-¿Es usted un valiente?

-¿Por qué? Porque he fotografiado cuatro guerras. Porque he visto horrores inimaginables. Porque he sentido la muerte muy de cerca. Porque he perdido seres queridos en combate. ¿Por eso? ¡No! Le puedo decir que no soy valiente; tampoco soy un cobarde. Soy un temerario y a veces un inconsciente.

-Pero nada tonto…

-¡Hombre, gracias! ¿Por qué dice eso?

-No me negará que sabía usted venderse muy bien. Se inventó el personaje de Robert Capa para sacar dinero a los editores franceses.

-¡Ah, es por eso! Sí, fue una bonita aventura, que vivimos Gerda y yo en la primavera de 1936, en París. Las cosas estaban muy feas. Mis padres ya no podían ayudarme desde Hungría, así que decidimos inventarnos el personaje de un fotógrafo norteamericano, rico y famoso. Yo era operador en su laboratorio y mi novia Gerda era su representante. Vendíamos fotografías a 150 francos, el triple de lo que se pagaba en la época.

-¿Ningún editor quiso conocer a Capa?

-¡Sí, alguno lo intentó, pero Gerda tenía una imaginación prodigiosa!

-Llegó la guerra civil española y en ella usted asumió la identidad de Robert Capa con todas sus consecuencias.

-Gerda y yo fuimos a España a fotografiar aquella guerra fratricida que empezó Franco. Corrimos muchos riesgos. Pasamos hambre, frío; pero nuestras cámaras seguían disparando. Hasta que un tanque republicano fuera de control arroyó a Gerda en la batalla de Brunete, en junio de 1937. Nunca olvidaré esa fecha.

La polémica imagen del miliciano muerto en la guerra civil española

-Lo siento.

-Gracias.

-¿Es cierto que usted le había propuesto matrimonio?

-¡Sí, y ella me rechazó! Pocos días antes de su muerte. En la guerra española cambió mucho. Al principio publicábamos fotografías bajo el nombre de Capa, sin distinguir entre las suyas y las mías. Luego unimos nuestros nombres con un guión y al final cada uno firmaba lo suyo.

-Se hizo más independiente.

-Pero la seguía queriendo.

-Tenía usted veintitrés años. Era demasiado joven.

-No es la edad lo que marca a un hombre. Son sus vivencias, y las mías ya se apilaban en mi cerebro como los tomos de una enciclopedia.

-Sí, también me habían dicho que era usted muy ocurrente.

-No sé decir frases en latín como usted, pero me apaño ¿no? ¿Ha visto alguna vez las fotografías de la guerra de su país?

-¡Por supuesto! Forman parte de la historia de España. Especialmente la imagen del miliciano herido de muerte. Hay quien dice que todo es un montaje, una puesta en escena.

-¿¿Quién se atreve??

-Perdóneme, yo sólo se lo pregunto.

-¡Valiente infamia! ¡Claro, como quien dice eso no estaba allí!

-¿Y cómo aguanta el peso de la violencia? ¿Puede permanecer al margen?

-No es nada fácil mantenerse al margen y ser incapaz de hacer nada más que informar sobre los sufrimientos que hay a tu alrededor. En bastantes ocasiones dejé la máquina fotográfica y ayudé a los heridos.

-¿Era la impotencia o la rabia la que le animaba a acercarse cada vez más a las balas?

-Yo siempre he mantenido que si una fotografía no es lo bastante buena es porque no estaba lo suficientemente cerca.

-¡Pero existen los teleobjetivos!

-¡Esos sí que mienten descaradamente!

-¿La guerra marca a los hombres?

-Profundamente. Cuando era un adolescente, vivía feliz en Budapest. Mis padres no eran ricos, pero estaban bien situados. Sin embargo, conocí con dieciséis años a Lajos Kassak, un activista de izquierdas, un bohemio artista y escritor -se decía- que editaba una revista de vanguardia. Gracias a él supe de algunos fotógrafos húngaros de la época y tomé contacto con el mundo del periodismo. Yo tenía muy claro que no quería ser periodista para trabajar en una redacción, apoltronado en mi silla. Las guerras forman parte de mi trabajo.

Las guerras fueron la vida y la muerte de Robert Capa

-Pero usted retrató las guerras como nadie lo había hecho antes: no sólo le interesaba el frente. En la retaguardia logró algunas de sus mejores imágenes. Muchos le han calificado como ‘el fotógrafo de temas bélicos más grande del mundo’, pero usted era en esas guerras un fotógrafo de seres humanos. ¿Está de acuerdo?

-No puede imaginarse cómo reaccionaba la gente ante situaciones extremas de tensión. Yo me di cuenta enseguida de que la fotografía  de un soldado ensangrentado era muy impactante; pero a la vez era muy fácil, muy explícita. En cambio, el rostro de una madre que no tiene con qué alimentar a su hijo de dos años, a mí me parece mucho más duro. Por eso tomé ese otro camino, al que usted se refiere.

-A raíz de la guerra española y de la muerte de Gerda, usted también tomó otro camino, esta vez en su vida personal: nada de lazos, nada de compromisos. ¿Cómo podía optar por esa actitud si era tan joven?

-La vida me había dado muchas sorpresas, en muy poco tiempo. Viví demasiado intensamente esos primeros años de mi profesión. Sufrí lo indecible personalmente y además compartía escenarios de dolor. ¿Cómo podía reaccionar de otra forma?

-¿La procesión iba por dentro?

-¡Eso sí que es cierto! Exteriormente siempre he sido extravertido, simpático, muy amigo de mis amigos, ocurrente, ingenioso, irónico -como usted reconocía antes-. ¿Para qué vas a molestar a los demás con tus problemas? ¡Bastante purgatorio tienen ellos con los suyos!

-Y en esa situación anímica, ¿prefirió usted continuar con las guerras?

-Precisamente esa situación fue la que más me empujó a seguir adelante. Esa situación y mi natural tendencia a ser un imprudente con suerte. Los soldados me invitaban a sus tiendas de campaña, jugaba con ellos a las cartas. Luego me enteré que algunos creían que les daba suerte. Por eso me invitaban. ¡Pobres de espíritu! Después, cuando entraban en combate, y yo les acompañaba, los veía tendidos en el suelo, acribillados a balazos, a los mismos con los que había compartido una taza de café.

-Pero… vivía usted muy bien…

-No podía quejarme. Ya se lo he dicho antes: vivía el día a día. Tenía treinta y un años y ya podía disfrutar de trajes hechos a medida, tomaba champán de la mejor calidad, comía en los mejores restaurantes, dormía en los principales hoteles…

Un niño soldado, fotografiado en la guerra civil española

-¿Y le llegaba el dinero?

-No siempre.

-Por eso hay quien dice que usted es un bohemio, un derrochador y un irresponsable.

-¿Para qué sirve el dinero? ¡Para vivir mejor! Y eso es justamente lo que hacía.

-¿Y es compatible una vida de lujos y excesos con los horrores de la guerra que usted fotografiaba?

-Es la otra cara de la moneda.

-¿Quiere decir el otro extremo?

-Sí.

-¡Siempre ha vivido usted en uno de los dos extremos!

-¿Le importa?

-¡No, por favor! Tan sólo lo subrayo.

-¿Y qué más quiere subrayar? ¿O prefiere pronunciar otra frase en latín?

-¡Deje su sarcasmo para esas amistades superficiales que tanto frecuenta!

-¡Míralo! ¿Ha venido usted a juzgarme?

-He venido a hablar con usted. Me habían dicho que era un gran conversador, pero veo que escoge usted a sus interlocutores con mucho cuidado. No debo estar yo entre los elegidos, por la forma en que me trata.

-No se deje llevar por las apariencias.

-¡Ah, se me había olvidado que estoy delante de dos Capa! ¿Con quién estoy hablando ahora? ¿Con el positivo o con el negativo?

-Ahora es usted el irónico.

-Tal vez me he excedido, pero usted me ha provocado. Le ruego me disculpe.

-¿Amigos entonces?

-Amigos.

Fragmento de la entrevista realizada a Robert Capa en el libro ‘Diálogos Fotográficos Imposibles’, de Gorka Zumeta.

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