FIRMAS Marisol Ayala

Silencios que se escuchan. Por Marisol Ayala

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Una historia real y cercana. Durante la batalla campal que fue su matrimonio estuvo tan enfrascada en defenderse de las agresiones de su amado que se refugió en el trabajo para olvidar su dolor, su soledad, el infierno que vivía. Construyó un mundo donde no admitió, siquiera, a sus niños. Se sentía abochornada, cómplice de un secreto oscuro y timoneaba como podía sus dos vidas: la que el mundo observaba y la que vivía en su hogar. No les dio a sus hijos el amor y la atención que demandaban, todo lo que ella no recibió de niña y tanto necesitó pero no la escucharon. Tiene 47 años. Un día se envalentonó y un amigo, si, si, un amigo, le puso en el camino de la liberación. Hay vida fuera, le dijo, no estás sola, puedes y debes. Plántale cara a la vida, al agresor, grita tu dolor que muchos son los oídos que alzarán las orejas al primer aviso. Le dieron la mano y la utilizó y es que no podemos ser insensibles a los atropellos que visten faldas, se pintan los labios, lucen tacón de aguja y nos necesitan.

Cuando en España cada año asesinan a dos mujeres al mes no me parecerá nunca suficiente dedicarle unas letras a una lacra social que ha condenado a tantas mujeres a vivir sin consuelo. Hace una semana conocí a una de esas mujeres cuya vida ha sido un calvario de vejaciones; tiene 52 años y comienza a quererse después de la muerte de su maltratador. No sabe si le dará tiempo de cicatrizar tantas heridas pero lo intentará. Le atormenta pensar qué le paralizó para ser incapaz de conducir su vida cuando todavía la vivía, pero sabe que ese tormento no es la mejor terapia. Tiene un hijo de 16 años que hace poco le descolocó las piezas de su puzzle vital. Que recuerde, dice, el chico ni escuchó ni vio jamás nada; ya se encargó ella de ocultar el infierno que vivía pero estaba en un error. “Mamá, vete al cine y si vienes tarde no te preocupes que aquí solo estamos nosotros…”. Ese comentario le demostró que en la casa de una maltratada todos son los agredidos y que aunque el silencio no dé pistas, las deja. A veces, muchas, los hijos lo saben todo pero callan para no poner en peligro a mamá. Pero lo saben y no olvidan.

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