FIRMAS Marisol Ayala

El guardián de la playa. Por Marisol Ayala

Quiero compartirlo en redes

Juan Peña era un chiquillo cuando Alejandro del Castillo le encomendó controlar la barrera de acceso a Playa del Inglés que permitía entrar a todas las playas del sur.

Sus padres eran pescadores que vivían en una choza de Meloneras; al llegar los primeros “chonis” comenzaron a fabricar casetas y hamacas.

El Ayuntamiento de S. Bartolomé se plantea reconocer su labor junto a la de otros que también fueron pioneros del turismo.

Juan con su esposa Conchita

Fue “el niño de la playa” y el “guardián de la playa”. Las dos cosas a la vez. Tiene 77 años, tres hijos y durante 8 años, a finales de los años cincuenta, se encargó de vigilar el acceso a Playa del Inglés, un paraíso que aquél chiquillo de 13 o 14 años controlaba con disciplina. Una barrera de madera situada a la altura de lo que hoy es la Avenida de Gran Canaria impedía que nadie entrara a la playa sin un “pase” con la firma de sus jefes, Alejandro del Castillo padre. “Yo no dejaba pasar a nadie aunque a veces hacía la vista gorda si me daban una propinilla…”. Peña fue además, junto con su hermano menor y su padre el que fabricó las primeras casetas de la zona; primero las hizo con ramas secas, después con lonas de manera que aquí tienen a un personaje anónimo que hoy adquiere actualidad porque el Ayuntamiento de San Bartolomé de Tirajana celebra los 50 años de la proyección al mundo de Maspalomas como zona turística y se plantea homenajear a Juan Peña y a otros que como él t impulsaron la zona desde sus modestas posibilidades. Esto es un empeño personal de su acalde, Marco Aurelio Pérez.

Juan con sus padres en Meloneras.

Su infancia y adolescencia la vivió Juan en las playas del sur y fue por eso por lo que una tarde siendo un chiquillo, “negro como el carbón”, Don Alejandro del Castillo padre, ya fallecido, le encomendó una singular tarea. “Juan”, le dijo, “los domingos no deje usted entrar a nadie a Playa del Inglés. No abra la cancela”, ordenó. La orden era expresa para el acceso de coches y Peña, leal y orgulloso de su responsabilidad realizó el trabajo con eficacia hasta que abandonó aquellos parajes para casarse con Conchita, su cuñada, que había enviudado, era madre de dos hijos, sus sobrinos, e instalarse en una casita de Maspalomas.

Juan Peña “Parahoy”, así le llaman, conocía las playas del sur como la palma de su mano porque Pinito y Miguel Peña, sus padres, vivían con sus nueve hijos en una choza de primitiva Meloneras de los años 50, cercana al mar. Todos, padres e hijos, se alimentaban de la pesca: unos pescaban y otros vendían lo capturado. Maspalomas, el Inglés, Meloneras, San Agustín eran entonces terrenos solitarios y salvajes de difícil acceso en el que vivían algunas familias que sorteaban la miseria con pan y pescado.

En ese mundo se crió Juan Peña el personaje de este reportaje. En la playa, descalzo -dice que los primeros zapatos se los puso cuando tenía unos 20 años y comenzó a trabajar de portero en el restaurante La Rotonda, uno de los más elegantes del sur. Antes solo usaba alpargatas– Peña era el rey; desde Meloneras a Playa del Inglés había un largo trecho que él y sus hermanos se pateaban montaña a montaña, risco a risco: “Si la gente viera lo que era todo esto en aquellos años, se asombra. Un desierto. Mire las fotos, mire…” y muestra un libro que debíamos tener todos los canarios para certificar que el progreso siendo fantástico a veces tiene un costo muy alto.

Peña señala el lugar donde enterraba el dinero que le daban los turistas

Total, que los padres de Peña hacían filigranas para sacar adelante a sus nueve hijos de manera que agudizaron el ingenio para alimentarlos en un lugar desértico de viento, mar y miseria cómo aquél. Juan apenas fue a la escuela, de hecho no sabe leer ni escribir pero es muy listo. Fue entonces cuando el dolor del hambre y las carencias agudizó el ingenio de la familia; Dos hermanos Peña se dieron cuenta de que los escasos turistas que llegaban a las playas se iban pronto porque el solajero les impedía disfrutar del mar. “El sol era tan fuerte que le quemaba la piel y tenían que marcharse”, recuerda.

Por tanto los Peñas se pusieron manos a la obra y comenzaron a fabricar casetas. “Las primeras las hicimos con ramas secas y se la alquilábamos a los “chonis” que nos daban algunas propina pero, a veces, el viento las botaba al suelo. Ya más tarde con el dinero que ganamos y que yo guardaba en dos latas de sardina que enterraba en la arena mi hermano y yo nos fuimos a Las Palmas a comprar lonas, esas telas que muy gordas, ¿sabe?, y hacer casetas mejores, más fuertes. Clavábamos los palos en la arena y montábamos las lonas; de esa forma los turistas se protegían del sol y se pasaban el día en la playa sin miedo a quemarse”. Fue así como empezaron las casetas; “nosotros hicimos las primeras en Meloneras, el Inglés y Maspalomas pero acabamos haciendo también hamacas. Eso creo que lo inventamos nosotros, creo, aunque no es seguro”.

Peña es todo corazón y cada vez que nombra a sus padres se emociona porque los vincula a una niñez de trabajo y mucha miseria, “Sufrimos mucho, pasamos mucho y trabajamos mucho. Éramos unos chiquillos salvajes criados en la playa. Fuimos al colegio pero poca cosa, casi nada, porque era muy lejos y la arena nos quemaba los pies”. Conchita, su mujer, dice que es complicado imaginar la dura infancia que los Peña y de ella misma, que también vivía en la zona, tuvieron. “Eran muchas las necesidades, demasiadas creo que yo. Nosotros éramos niños que vivíamos como viejos, trabajando de noche y de día. A veces me da pena escuchar a Juan hablar de sus padres porque a su madre, que trabajó a destajo, la adoraba. Tanto, que cuando ella murió con 52 años, Juan sacó todo el dinero que habían ganado con el alquiler de casetas y hamacas y le compró el mejor ataúd que encontró. Lo mejor para su madre”, concluye.

Juan escucha ese episodio y de pronto rompe a llorar como un niño. Se emociona. “Ponga ahí que también “fiché” a tres curas para que le acompañaran cantando hasta el cementerio”, dice mientras se seca las lágrimas.

La historia de Peña “parahoy” es una historia para un documental sobre el sur de Gran Canaria; sobre la explosión turística que se inició en 1962 y en la que estuvieron personalidades relevantes y empresarios de éxitos pero también obreros anónimos que aportaron su granito de arena hasta convertir Maspalomas en la marca turística que es, en el pulmón económico de las islas.

Juan con meyba, gorra y zapatos. Un turista más.

Hay fotos que los turistas le hicieron a Juan en la playa que le acreditan como un guaperas. La típica figura del ligón de playa. Era joven, poco a poco se hizo con dinero producto del alquiler casetas y hamacas; se compró un meyba, unas gafas de sol y una gorra de marinero y fue entonces cuando más de una sueca se fijó en él. “Pero yo no quería enredos, qué va, qué va… No, no”. Vamos a creerle. En una de las fotos de familia que ilustra este reportaje se ve a los padres de Juan y al mismo Juan apoyados en una barcaza en la orilla de la entonces desértica y virgen Meloneras. “Mi padre salía a pescar toda la noche y luego mi madre y nosotros cogíamos el pescado y lo íbamos a vender por todas las playas. Maspalomas, Inglés o San Agustín. A veces llegábamos de noche pero sin pescado. Lo vendíamos todo”. Juan habla de la cancela de Playa del Inglés que vigilaba para que los coches no pasaran y la define como “la tranca de la playa”.

Vista antigua de la Playa de Meloneras

El Concejal de Turismo, Promoción e Imagen de San Bartolomé de Tirajana, Ramón Suárez, dice que la historia de Juan Peña es “la de tantos hombres desconocido que deben ser reconocidos socialmente por su labor”. Peña está muy orgulloso de su vida en la playa, su cancela, su pesca y sus casetas pero de lo que más contento se siente es de haber sido portero del reconocido Restaurante La Rotonda, en San Agustín. Ese negocio era una leyenda de la ápoca que se inauguró en febrero de 1964 y cerró sus puertas diez o doce años después. La Rotonda junto con el Hotel Las Folías constituyeron los dos primeros establecimientos turísticos de nivel del sur grancanario. Peña fue portero del primero durante todos los años que el negocio tuvo actividad. El hombre tiene decenas de fotos con el uniforme de trabajo, gorra incluida, y eso, teniendo en cuenta que fue allí donde estrenó sus primeros zapatos, justifica el amor por ese local. Le cambió la vida. De vivir en la playa a trabajar con uniforme había un abismo

1 Comentario

Clic aquí para publicar un comentario

  • Fui de los pioneros de la Rotonda desde el día de la apertura y creo que es una buena idea por parte del ayuntamiento a los pioneros del sur de Gran Canaria.

Publicidad

Publicidad

Consejería Bienestar Social

Publicidad

Publicidad

Publicidad

Publicidad

Publicidad

Publicidad

Publicidad

La Gente del Medio

Publicidad

Página Web Corporativa

Publicidad

Publicidad

Publicidad

Publicidad

Publicidad

Publicidad

Publicidad

Publicidad

Publicidad

Publicidad

Publicidad

Programa de radio

Objetivo La Luna (Programa Radio)

Publicidad

EBFNoticias en:

EBFNoticias en:

EBFNoticias en:

Compras

El Mundo que conocimos (Radio)

Donaccion (Programa de Televisión)

Sentir Canario Radio

Webserie Laguneros (Youtube)

Webserie Laguneros Emprendedores

Prensa Digital

Publicidad

Homenaje al Grupo XDC

Publicidad