Primero, los norteamericanos. Y luego los franceses. Algunos magnates de estas nacionalidades, poseedores de grandes fortunas, pidieron a los presidentes de sus gobiernos que les subieran los impuestos «para colaborar más con la sociedad». Es un gesto que les enaltece, un hecho que revela solidaridad. En los tiempos que corren, hay que reconocerlo. No se tiene noticia de que los españoles más ricos hayan tenido una iniciativa similar pero queremos pensar que sí, que algunos están por la labor y tienen sentimientos similares. Ya veremos si los plasman, aunque sea de la forma más conservadora.
En cualquier caso, habrá que estar atentos al consejo de ministros de mañana pues ha trascendido que podría adoptar alguna decisión relativa a un incremento fiscal sobre las rentas de los más poderosos o acaudalados.
Sería consecuente. Es el tiempo de que aporten más a la sociedad quienes más tienen, dicho llanamente. Se entendería. Cuando apenas se ha abierto el melón del tope del déficit público y las impresiones sobre un ataque a los pilares del Estado del bienestar se van sucediendo, la medida de gravar las grandes fortunas es lo menos que puede esperarse para que el apretón del cinturón no recaiga siempre sobre los mismos que bastante vienen sufriendo desde las ya olvidadas «hipotecas-basura».
Es de justicia.
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