FIRMAS Francisco Pomares

OPINIÓN | ¿Quién busca el caos? | Francisco Pomares

Fachada del Palacio de la Generalitat de Valencia, tras ser vandalizada por los manifestantes | Foto: El anilo de Moebius.
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Lo que hay hoy en España es una voluntad obvia de desguazar el Estado, señalar a la democracia como responsable de la quiebra institucional y apostar por soluciones autoritarias. No se trata de algo nuevo: desde los albores de la democracia española, el caos se ha utilizado como elemento de desestabilización. En esencia, lo que hace el caos es despertar sentimientos y pasiones exacerbadas, y desparramarlos entre sectores cada vez más amplios –grupos de gente, personas corrientes y molientes- que, en situaciones normales, tenderían a la estabilidad y la moderación.

Alentar el caos fue el sistema ensayado hasta la saciedad por el terrorismo etarra –y por todos los terrorismos-, cuando se asesina a inocentes, a personas que no tienen ningún poder para influir en las situaciones que se quiere cambiar. Se hace para que todo el mundo perciba la incapacidad del Estado, su debilidad para defenderse desde la democracia. Durante la Transición, el caos fue utilizado también por la ultraderecha en sus acciones más viles: Montejurra, el asesinato en Atocha de los abogados de CC.OO, los muertos por coche bomba en el Bar Aldama de Baracaldo, la violación, tortura y asesinato de Teresa Barreto en Lujua, el atentado contra el periódico El País o la muerte por dos disparos en la cabeza de Yolanda González en las afueras de Madrid. Eran acciones que perseguían aumentar la espiral de acción-reacción y producir una situación que obligara a una intervención autoritaria del Estado que bloqueara la política e hiciera retroceder la democracia. Tras la crisis económica y política de 2008, que daría lugar al 11-M, los partidos de la nueva izquierda se apuntaron también a sembrar el caos –la escalera que lleva al poder- en un nuevo ensayo de los mecanismos leninistas para asaltar los cielos (o La Moncloa, que está más cerca).

Los discursos eran los de siempre, pero los métodos cambiaron: las redes sociales fueron tomadas por creadores de contenidos que construyeron el relato podemita de la Spanish Revolution, un concepto inventado para una realidad inexistente, pero repetido por decenas de miles de colaboradores de la izquierda, y que hizo tambalearse al PSOE como partido hegemónico a ese lado del tablero. El caos era entonces la única fórmula de la izquierda radical para lograr crecer, porque en situaciones de pánico o desesperación, las mayorías tienden a perder su aliento moderado. El relato en las redes sustituyó a la violencia pura y dura, el odio se convirtió en un fenómeno virtual, y la moderación fue derrotada desde el anonimato de las redes. Podemos montó con Pedro Sánchez la moción de censura, consiguió la colaboración de la derecha secesionista y logró meter a Pablo Iglesias y su tropa en el Gobierno, inaugurando la etapa más polarizada y confusa de la Democracia española. La izquierda tuvo que ir cambiando su discurso, centrándolo en operaciones sentimentales de imagen o propaganda que no cambiaban nada, pero que podían triunfar y reinar en la imaginería de las redes: el rescate de los emigrantes del Aquarius, el desentierro de los huesos de Franco, el feminismo de cuarta generación… No eran las políticas tradicionales del PSOE, pero el PSOE adoptó la guerra cultural de Podemos para volver a ser la izquierda, como reclamaban sus lemas electorales. Mientras Podemos se enredaba en la moqueta y los casoplones, la ultraderecha se revolvió y comenzó a hacerse con internet. Aprendió a dominar las técnicas de desinformación y siembra de odio en las redes, alimentando a influencers radicales que hicieron su agosto, y que sabían utilizar la desinformación contra quienes la habían inventado.

Y en esas estamos. La gota fría que asoló Valencia se ha convertido en el último relato a ganar, es el nuevo terreno para la pelea cultural de la izquierda y la derecha. Las mentiras de los influencers construyen discursos idiotas que miles de personas se creen a pies juntillas: que la destrucción de las presas provocó la riada, que el uso de tecnologías secretas por Marruecos desató la gota fría, que la Cruz Roja no acudió a Valencia, que Marlaska oculta los muertos de la tragedia en camiones frigoríficos…

Grupos violentos se enfrentan a la policía durante la manifestación en Valencia

Todo eso ocurre mientras el Gobierno del Estado y el de la región andan enfrascados en su estéril pulso para demostrar que el otro lo hizo mucho peor. No es aún momento de ese pulso, sólo demuestra lo enferma que está la política española, empeñada en señalar responsabilidades cuando lo prioritario es vencer al caos, reordenarlo, salir de él, atender a la gente, evitar la emergencia sanitaria, restablecer las comunicaciones y comenzar a restaurar lo arrasado. Pero con los muertos aún sin identificar, se convocan manifestaciones que inevitablemente desembocan en violencia y cargas de la policía. Manifestaciones inútiles que nada resuelven, pero nos enfrentan a la miseria partidista de siempre.

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