Fue Bettino Craxi, presidente del Partido Socialista Italiano, y primer ministro en 1983 con el gobierno pentapartito –estaban todos los partidos menos el comunista- quien dijo en tiempos del felipismo triunfante que a la política española le faltaba finura. Se refería el hombre a que los políticos españoles de aquella época actuaban sin las proverbiales prevenciones y sutilezas que caracterizaban la política italiana. Todas sus sutilezas, empero, no evitaron que Craxi acabara sus días en Túnez, tras ser acusado de corrupción y fugarse de Italia a toda prisa. Sin duda, Craxi fue la quintaesencia del politiquerío, un tipo capaz de justificar todo tipo de cabriolas ideológicas, modificar el discurso a conveniencia sin el más mínimo recato o sentido del pudor, y decir hoy una cosa, y mañana justo la contraria, siempre para ligar los pactos más alambicados y sorprendentes que le permitieran seguir gobernando. A eso, Craxi le llamaba tener ‘finezza’: usar de la política como puro juego, en el que lo importante no es “el poder para poder”, sin “el poder por el poder”. Para Craxi, los jóvenes socialistas españoles de entonces, eran unos brutos que se movían en el poder con hábitos sentimentales y escaso profesionalismo, y que tenían el defecto de decirle a la gente lo que querían hacer.
Supongo que Craxi estaría encantado con la ‘finezza’ de la actual política del socialismo español y de su principal dirigente, Pedro Sánchez. Porque es cierto que jamás se había visto a nadie adaptar a tal velocidad el discurso a los intereses.
El miércoles, el Partido Socialista votó en el Congreso de los Diputados, en contra del reconocimiento de la victoria del venezolano Edmundo González, alegando un argumento bastante traído por los pelos, sobre la conveniencia de esperar al pronunciamiento del Parlamento de Estrasburgo, que ha de producirse esta semana, y que muy probablemente mantendrá la misma tónica de apoyo al presidente electo de Venezuela que la que votó el miércoles el Congreso. Digo yo que el PSOE podría haberse incluso abstenido, aferrándose al patético argumento de pretender un pronunciamiento común. Pero votó en contra. En contra.
Ayer, el presidente se bajó en Barajas del avión que le traía de China, donde precisamente se dedicó a romper la muy trabajada unidad de criterio europea, sobre la urgencia de frenar la importación de coches eléctricos chinos, y tuvo tiempo de escuchar a los sicarios del madurismo, amenazando a España, a su Gobierno y sus empresas, con una guerra sin cuartel: “Este es el atropello más brutal del reino de España contra Venezuela desde los tiempos que luchamos por nuestra independencia. ¿Quieren pelea? Queremos también. Eso que hizo el Congreso de los Diputados es equivalente a una declaración de guerra contra el pueblo de Venezuela y contra el gobierno legítimo, y no lo vamos a aceptar”, vociferó Jorge Rodríguez, presidente de la Asamblea chavista, hermano de Delcy Rodríguez y reciente negociador con el Gobierno de España de las condiciones del exilio de Edmundo González. Rodríguez pidió que se rompan ya todas las relaciones diplomáticas, comerciales y consulares, y que se expulse de la república bolivariana a todos los representantes diplomáticos españoles, y se inste al inmediato regreso de los de representantes de Venezuela en España. “Que se queden ellos con sus asesinos, sus golpistas, sus fascistas y sus violentos, con esa caterva.” [Sic].
Patxi López dio por lógicas las amenazas: responsabilizó al PP de las baladronadas del presidente de la Asamblea caraqueña, presentándolas como “la demostración” de que esa “política del PP de que todo vale para atacar al Gobierno, tiene consecuencias”. Su jefe de filas, Pedro Sánchez, actuaba sin embargo con exquisita ‘finezza’: no habían pasado aún 24 horas desde el vergonzoso voto del PSOE en el Congreso, cuando Edmundo González era recibido en Moncloa por un Sánchez cercano, amoroso y descorbatado, como si el presidente quisiera presentar el encuentro como algo accidental y sin trastienda. De hecho, La Moncloa no convocó a los medios, y toda la faena se remató con un tuit de Sánchez hablando del aspecto solidario y humanitario del encuentro, y una foto en la red, de Sánchez paseando por los jardines monclovitas con González y la hija de éste en un ambiente distendido. Aun así, se trata del primer encuentro que el presidente celebra en Moncloa con un represaliado o disidente de Maduro. En anteriores encuentros se prefirió el entorno más controlado y menos institucional de Ferraz.
En fin, paseando hoy con el santo después de votar ayer con el diablo: ‘finezza’, se llama la figura. En esto de la elasticidad del discurso, Sánchez podría ser el discípulo más aventajado del viejo y podrido Craxi.
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