El Gobierno Sánchez volvió a perder ayer una votación parlamentaria, esta vez de alto valor simbólico: el reconocimiento de Edmundo González como presidente electo de Venezuela, legitimado por una victoria aplastante en las elecciones presidenciales venezolanas, una victoria reconocida ya por la mayoría de las organizaciones internacionales, frente al fraude masivo de Maduro, al que defienden únicamente algunas dictaduras de izquierda y socios autoritarios del chavismo, como Rusia.
El voto contrario al reconocimiento como ganador de las elecciones del líder opositor por el PSOE marca un antes y un después en la decadencia democrática del que fuera el mayor partido del país. Los socialistas han optado por escudarse en la inexistencia de una posición común europea (no tuvieron tantos reparos cuando Sánchez se pasó la posición europea sobre el Sahara por el mismísimo refajo) para votar contra el reconocimiento presidencial de Edmundo González, atrincherándose en un argumento indefendible, pidiendo además avalar el siniestro comportamiento de Rodríguez Zapatero en todo este drama. Resulta patético contemplar cómo hasta el último diputado socialista elegido en Canarias, una región con vínculos especialísimos con Venezuela, en la que se han refugiado miles de exiliados del régimen madurista, han preferido amoldarse a la posición oficial del PSOE nacional antes que asumir una penalización de 600 euros por no mantener la disciplina de voto.
El único socialista que ha desobedecido las instrucciones de una dirección sin olfato ni principios, ha sido José Luis Ábalos. Aunque no parece que la abstención del hombre que se reunió en secreto en Barajas, en enero de 2020, con la vicepresidenta de Maduro, Delcy Rodríguez, contra la que pesaba la orden de no pisar territorio europeo, tenga mucho que ver con el compromiso con la democracia. Parece responder más bien al deseo de escenificar su recuperada independencia de la dirección del partido.
Lo que Ábalos ha hecho al abstenerse ha sido decir al PSOE que no cuenten con él. Ni para aprobar los Presupuestos, ni para garantizar la estabilidad parlamentaria del Gobierno. Y lo mismo han hecho los diputados de Junts, que recogieron los trastos y se volvieron a Cataluña para participar en una Diada más bien deslucida. Sin Junts y con la abstención de Ábalos, el PSOE ha visto como el Congreso apoyaba por mayoría el reconocimiento de Edmundo González, apuntando lo que podrían llegar a ser en el futuro los mimbres no de una alternativa al gobierno de Sánchez, pero sí su calvario parlamentario…
Convirtiendo la necesidad en virtud, como suele, el presidente Sánchez ya declaró sui intención de gobernar sin contar con el Parlamento, en lo que resulta un formato bastante inédito en la democracia europea. El desparpajo de Sánchez al declararse públicamente al margen del poder legislativo, denota no solo ignorancia de los más elementales principios de la gobernanza, sino un absoluto desprecio al rol que la Constitución y las leyes de Parlamento. Sánchez avanza hacia un sistema que se basa en el desprecio del Parlamento, el control del sistema judicial y la colonización del Estado y sus organizaciones. Hay que ser muy arrogante para creer que ese sistema puede sostenerse con apenas 120 diputados.
Es cierto que el voto de Ábalos no cambia demasiado la matemática parlamentaria, pero supone otra muesca más, otro contratiempo para Sánchez, cuya minoría no cuenta con absoluta seguridad con los votos de ninguno de los socios o apoyos con los que comenzó la legislatura. Ni de Podemos, ni de Esquerra, ni del PNV, ni el de Coalición -que apoyó la investidura, pero ha sido ninguneada con el incumplimiento sistemático de los compromisos de la Agenda Canaria-, ni tampoco, para algunos asuntos -el concierto catalán, por ejemplo- siquiera con todos los votos de Sumar. Y tampoco con los de Junts, que va a someter al Gobierno -y a Sánchez especialmente- a un desgaste terrible. En esta tesitura, la aprobación de los Presupuestos de 2025 se presenta como especialmente difícil.
El segundo voto disidente de Ábalos ha provocado cierto desasosiego entre los diputados del PSOE, quizá por aquello de que no hay peor cuña que la de la misma madera. El ex número tres del partido ya se plantó frente a Sánchez cuando decidió pasar al grupo mixto y no renunciar a su escaño. Desde entonces se había portado bien, evitando dar disgustos, con coherencia de militante viejo, pero el informe de Oscar Puente sobre su actuación en el Ministerio y las facilidades con la trama Koldo, le han sacado de sus casillas. Seguro que nos traerá alguna sorpresa más.
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