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OPINIÓN | El canario en la mina | Salvar al soldado Rivero | Nilo García

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Hay algo en el Club Deportivo Tenerife que a la presidenta del Cabildo, Rosa Davila, no le parece normal. Lo dijo después de reunirse con Paulino Rivero, hace unos días. En consecuencia, ha decidido «intervenir». Evidentemente, no como ciudadana de a pie ni como accionista (en caso de que lo sea, que no tengo ni idea), sino en su calidad de gobernadora insular.

Lo primero que me vino a la cabeza, llámeme loco, es que pretende aportar (más) pasta. Lo último son los casi tres millones de euros para renovar los asientos del Heliodoro, propiedad del Cabildo. Y, por lo visto, según dijo la presidenta, el Cabildo también es el «máximo patrocinador» del equipo. Si la anunciada intervención va de poner más pasta, la señora Dávila lo tiene fácil: tiene a su disposición (coloquialmente hablando) un chorro de millones de dinero público (de usted y mío) cada año. La verdad es que sería paradójico, porque también dijo que «no todo es pecuniario, aquí hay un sentimiento [ … ]».

A lo mejor es cierto que no pretende inyectarle más dinero público al Tenerife, ni directa ni indirectamente. A lo mejor se trata de influir. No lo digo en plan chungo, me refiero a manifestar una legítima opinión, respaldada por el prestigio institucional del Cabildo, en defensa de los intereses (y sentimientos) de los tinerfeños y tinerfeñas. Según las declaraciones de la presidenta (confieso que no tengo ni idea del asunto), parece ser que el accionista mayoritario del Tenerife no es tinerfeño, ni siente nuestros colores, ni quiere a la isla ni a su club. Y esto, claro, no es normal.

Se me ocurrió mirar la clasificación y he visto que, lamentablemente, el Tenerife no va bien esta temporada. Esta es la madre del cordero. Cuando los resultados deportivos no acompañan, se desencadena una espiral de desatinos y todo el mundo pierde los nervios. Empezando por Paulino Rivero. Vaya jugarreta del destino: terminar su larga y brillante trayectoria política con un fracaso. Un fracaso a todas luces injusto, porque es obvio que él no tiene ninguna responsabilidad en esta situación. La presidenta del Cabildo dejó claro clarinete que su compañero de partido (político) «está haciendo un magnífico trabajo desde una presidencia institucional como es la suya» y «esta teniendo un papel fundamental en este momento critico». Seguro que no se le ha escapado, amable lector o lectora, lo de la presidencia institucional. Es decir, no ejecutiva.

En resumen, la intervención del Cabildo que ha decidido la señora Dávila (ya sea apoquinar, influir o ambas) tiene por objetivo «que todo vuelva a la normalidad y que sea cuanto antes». La normalidad incluye que el Tenerife al menos mantenga la categoría (gracias a que los gestores sean de aquí y sientan los colores) y, last but not least, salvar al soldado Rivero. El propio Rivero, consciente de su situación de riesgo reputacional, se ha apresurado a renegar del modelo de gestión del Tenerife. Declaró, entre otras cosas, que no funciona y no es normal. Si la situación se pone más peluda todavía, tendrá que hacer otra cosa que no es normal: dimitir. Sería un palo para él y para su partido (político), pero a estas alturas de la legislatura parece la opción menos mala.

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