(Presentación en la tarde-noche de ayer, en la sala Lido, del Puerto de la Cruz, de una exposición del genial pintor orotavense Antonio Otazzo, promovida por la Fundación que lleva su nombre. Leímos el siguiente texto:)
Para afirmar que Antonio Otazzo era un genio, baste echar un vistazo a cualquiera de sus obras aquí expuestas y a las colecciones que hemos ido viendo desde que decidió donar buena parte de su obra.
Le identificaron como el “Dalí de América”. Acertaron.
“Primero estoy yo,
después está el Universo.
Primero está el Arte,
después estoy yo.
Primero están los Misterios
y el más allá.
…¡Ah, no! Pero
primero estás tú
porque sin ti
no hay arte, ni Misterio, ni más allá.
Hoy me despertó un ángel
me miró y me habló.
Solo hoy creo en Dios”.
Son versos de su autoría. Esencia de su creatividad pura, deleite poético más allá de los lienzos porque está haciendo confesión de su personalidad, revuelta misteriosamente. Pero hoy, cuando el ángel acude a despertarle, lo dice abiertamente, en primera persona: solo hoy creo en Dios. Se sintió bendecido tras un largo proceso vitalista de formación autodidacta en el que cultivó la música, el dibujo y la pintura. Como tantos otros isleños, encontró en Venezuela la tierra de promisión, donde pudo desarrollar su vida, halló comprensión, después admiración. El artista se la ganó a pulso, con su apego acentuado por las artes plásticas, reflejado en numerosas exposiciones y entregas pictóricas y escultóricas. Aún le quedaba tiempo para ejercer como profesor de guitarra en la escuela de música de la Sociedad de Amigos del Arte de Cagua. Viajó a México en cuya sociedad se integra mientras las autoridades políticas, los expertos y la crítica azteca se rinden a su originalidad.
En el catálogo de su colección titulada “El arte que se comparte”, que pudimos contemplar el año pasado, editado por el vicerrectorado de Cultura y Extensión Universitaria de la Universidad de La Laguna, el profesor Jonás Armas Núñez, doctor en Historia del Arte por esta Universidad, expresa lo que nos sigue pasando a todos, o a la mayoría de muchos de nosotros: Antonio Otazzo sigue siendo un gran desconocido, de ahí que nos apresuremos a ponderar iniciativas como esta convocatoria de la Asociación Cultural que lleva el nombre de Otazzo/La Orotava, valida para contrastar los valores, los poderes y las cualidades del artista, pletórico de la sensibilidad y del pensamiento crítico e intelectual que depositó en sus creaciones.
“Esta exposición es un peldaño más hacia el justo conocimiento y reconocimiento del artista, cuyas obras no dejarán indiferente a sus visitantes”, escribió el profesor Armas Núñez, cuyas frases, por supuesto, siguen vigentes.
Otazzo, por otro lado, habrá sido un emigrante más pero, desde luego, no es un artista cualquiera. Ha atesorado pruebas y obras sobradas que lo certifican. Cuando regresó a su tierra natal, en 1980, tenía que detenerse en Arafo, donde dejó una escultura tributo a su abuelo, Aarón Luis Otazzo Marrero, fundador de la primera banda de música que hermanaba así a los dos pueblos. El testimonio de Luis Perera Luis es revelador y se explica por sí solo:
“Ese día, mi amada madre, Luisa Perera –escribe emocionado- me acompañó para que conociera personalmente a mi padre. Fue la primera vez que lo vi. Estuve todo un mes con él, ayudándole a modelar y montar la escultura. La vena artística ya la sentía en mi interior”.
La evocación no se agota: “Recuerdo –dice- cuando pintamos en mi casa ‘Cristo crucificado’, (uno de sus cuadros más apreciados). Ese día me encontraba en mi estudio pintando un Teide de gran formato. En otra estancia, estaba él, vino a dar conmigo, y me dijo de pintar el Cristo entre los dos. Yo me adapté rápido a su estilo de pintura y disfruté, sobre todo, con los colores”. El resultado inspiró a Luis Perera no una frase sino una auténtica máxima: “La vida es color y sin color no hay vida”.
A propósito, el filósofo y sociólogo Abel Ros ha dejado escrito, con el título Miradas dispersas, que “las últimas tendencias del arte han dejado atrás a la obra clásica”. Es verdad. Ahora, el espectador ya no es aquel turista que se detenía delante de los lienzos en las salas de un museo. La contemplación ha dado paso a la mirada dispersa. Estamos ante un artista que recoge las tesis de Hegel, por ejemplo. El espíritu de la obra muestra las luces y sombras de su tiempo. Existe, por tanto, una función crítica que va más allá del talento de los genios. El arte, sigue Ros, ya no despierta las vísceras del visitante sino su diálogo con la obra. Las instalaciones han sustituido a la pintura. Dentro del minimalismo, el espectador ya no es un ente parado sino alguien que transita, que se mueve, por la sala. Por una sala que recuerda a las fábricas abandonadas. Fábricas de techos altos, paredes blancas y hierros oxidados. En ese entorno, cualquiera interacciona con lo expuesto. Y lo expuesto no es otra cosa que un realismo enmascarado de masilla inteligente.
Las últimas tendencias del arte han dejado atrás a la obra clásica. Ahora, el espectador ya no es aquel turista que se detenía delante de los lienzos en las salas de un museo. La contemplación ha dado paso a la mirada dispersa. Existe, por tanto, una función crítica que va más allá del talento de los genios. El arte ya no despierta las vísceras del visitante sino su diálogo con la obra. Las instalaciones han sustituido a la pintura.
El arte ha perdido el ritual de antaño. Y ese ritual, sin embargo, no se ha perdido en la literatura. Existe, por tanto, la pasividad del lector ante el objeto. Un objeto rectangular que se sujeta con las manos, se mantiene perpendicular a la vista y se contempla de izquierda a derecha. Así, una y otra página, hasta llegar a la última. El lector debe mantener la mirada en la historia. No se parece en nada al urbano que manifiesta cuando sale a la calle. Un urbano disperso, que anda por las avenidas ante los ojos de cientos de rótulos comerciales. Ese alienado, que diría Marx, vive atónito y alejado. Vive con un déficit de atención permanente, que le impide la concentración. En ese espacio, el contemporáneo quiere y no puede salir de su dispersión. Está ocupado con los rituales de su móvil. Consume cientos de titulares que cambian a cada instante. Lee comentarios en redes sociales y vive con decenas de preocupaciones añadidas. En esta tragedia, muere el arte clásico. Muere la adoración y la admiración por el artista.
El artista italiano, Piero Manzoni, conocido por su enfoque irónico respeto al arte conceptual, defendía que cada acto y producto que crea el cuerpo de un artista es una obra de arte en sí, tanto si se elabora un cuadro como sus propios excrementos. El polémico Manzoni, en efecto, criticó a la modernidad. Con su obra «la mierda del artista», una mierda dentro de una lata, quiso reivindicar un arte político y alejado del impresionismo. Un arte que ponga contra las cuerdas a las miserias de la sociedad. Miserias como las que criticaron los revolucionarios del 68 con sus carteles y grafitis. Ese arte, maldita sea, es el que asoma la colita en algunos chiringuitos. Un arte hiriente e inapropiado. Un arte que retrata el dolor por la adversidad. Y un arte que saca a la palestra –en modo de performance e instalaciones- lo que ha sido la lucha feminista, el movimiento obrero y la formalización de los Derechos Humanos. Se pierde el genio. Se pierde la admiración por Van Gogh y todos sus coetáneos. Y se pierde el interés por la técnica en la era de la reproducibilidad. Ahora todo es reproducible. No existe la autenticidad de antaño. ¿Dónde está el aura de la obra?, hay que preguntarse. Cualquiera puede conseguir un facsímil del original. El arte ya no es un asunto de las élites, sino una herramienta del indignado para esculpir su enfado.
Pero llegó el “Dalí de América” y mandó a parar. Aquí hay veintitrés obras para acreditarlo. La suya es una revolución artística como ha quedado de manifiesto en la denominada morada de inigualable residencia turística, ‘by Eden Rentals’, una oportunidad única de vivir en un museo, de alojarse… dentro de una obra de arte. Ahí se contempla todo el esplendor de la creatividad de Otazzo. Su peculiar sentido del arte y sus particulares e inconfundibles estilos de pintura le caracterizaron. Una vez declaró en el diario español ‘El País’ que él era una especie de vidente y alegó que el mismísimo Picasso se le aparecía vestido de pantalón corto y franela blanca, mientras le decía que se convertiría en el mejor pintor del mundo. Entre sus habilidades especiales, también llegó a comentar que una vez sufrió una «hemorragia parapsicológica», donde perdió toda su sangre, pero que no necesitó una transfusión.
La recepción del inmenso legado de Otazzo, cuyo traslado fue gestionado por su nieto Luis Perera y su amigo Luis Alonso, allí, en la sede del Museo Iberoamericano de Artesanía, el enclave elegido, la recepción –decíamos- fue todo un acontecimiento. Unos cuatrocientos cuadros y lienzos, treinta y una esculturas, más de quinientas láminas y bocetos, cerca de mil libros de una biblioteca privada, algunos escritos a mano, y otos objetos personales de valor como una cama de madera tallada con incrustaciones de oro, estaban consignados en el contenedor que transportaba la producción, las pertenencias y lo más personal de un artista sin par que no pudo reprimir su emoción cuando agradeció, mediante videoconferencia, aquella acogida que parte de su pueblo natal le dispensaba.
Algo más que un pintor. Además de su notorio excentricismo expuesto a través de sus pinturas, el artista también se destacó como filósofo, lo que puede notarse claramente por su elaborada y poética forma de escribir en su sitio web. Adicionalmente, Otazzo fue muralista, escultor, y algo que se sale un poco del arte ilustrado: era poeta. No obstante, él alegaba que no era necesariamente poesía, sino “solo un suspiro que exhala en su torbellino creador, un refugio inspirador, un consuelo en su trajinar mientras en su intimidad descansa”, según su sitio web.
Aquella pose en el autorretrato titulado ‘Su Majestad’ acaso condense las peculiaridades que el nieto Luis Perera ha entresacado del arte de su abuelo: “Sentimental, generoso, soñador, sensitivo, lleno de luces y de perfumes”.
Como parte de los actos conmemorativos del septuagésimo aniversario de la declaración del Parque Nacional del Teide, hay una exposición especial suya en la que ofrece su visión única del Teide. Esta serie destaca por su maestría en capturar la majestuosidad, los valores y los paisajes del Teide y de la isla, desde los tonos rojizos del atardecer sobre sus formaciones rocosas y su vegetación especial, como tajinastes y retamas, hasta la representación de su rol como fuente de vida, junto con las inquietudes del artista.
Estamos pues ante otro canario universal, ante un orotavense singular cuyos versos intimistas dejó el pasado mes de julio en el parque Cultural doña Chana:
«Desapareceré, como un perfume en el agua/ como un bálsamo en el aire, ¡pero mi obra queda! / Cual rebelde profeta que no se rindió jamás”.
Una cruel muerte nos arrebató a Otazzo en Venezuela. Se fue la persona pero queda su obra y la Asociación Cultural que lleva su nombre para seguir luchando por disponer de un espacio permanente que permita conocer y difundir la vida y obra de un polifacético universal a quien el crítico venezolano Jorge Ortega dedicó un bello texto que reproducimos parcialmente para terminar. Dice así:
“Cada arruga de su rostro, cada pliegue que adquirió con el vertiginoso paso del tiempo, las manchas en sus manos, aquellas que delineaban los 91 años de un alma engrandecida, excéntrica e irreverente, llena de locuras, de experiencias buenas y malas, de aciertos y desaciertos como a todos nos ocurre, fueron dibujadas y matizadas por el camino que en vida decidió tomar.
Fue así, entre paletas de colores únicos y fantásticos, entre óleos delirantes y acuarelas desafiantes, que un hombre, un artista, deslizó sobre la vida sus sueños, con el ímpetu que enarbolan la locura y la pasión, segregando con euforia aquello que amaba: su arte.
Sus ilusiones, sus pinceles, ya no estamos seguros si empleados como herramientas artísticas o armas de denuncia, enaltecieron su alma y fue el orgullo de las Islas Canarias donde por primera vez vio esa luz que lo acompañaría por siempre. Y le dio orgullo también a esta Venezuela, otrora hermosa y gentil, que lo enamoró y en la que por más de sesenta años vivió feliz sin imaginar que, cansado y llegando al final de su tiempo, su desenlace sería cruel e inmerecido.
Sí, Antonio Otazzo era pintor y no uno cualquiera. Uno talentoso y extraño que decidió ejercer una profesión romántica. Aunque lo hizo diferente, de manera excéntrica, como debe ser, ya que junto a la música, escultura y poesía, que también lo apasionaron, es de las actividades que más tiene que ver con el corazón, el arte de amar y de crear.
Maestro Otazzo, tenía razón cuando afirmó que “el mundo está lleno de maldad” y el culto que a la muerte le tuvo en vida, hoy es parte de su existencia.
Maestro, con vergüenza y tristeza, Venezuela le dice adiós. Se llevará con usted la esencia de la Vía Láctea, la que pintó en el techo de la sala de su casa, en donde permitía que proyectos irreverentes se concretaran sobre lienzos virginales. Se llevará no su piano de cola, sino los acordes que con sus manos no volverán a ser tocados porque el sentimiento que usted les imprimía eran únicos. Con su muerte, la música enmudeció, los colores alegres se vistieron de luto y el arte, hasta que los culpables paguen, quedará con la balanza desnivelada, inclinada hacia el lado del mal como ha estado durante más de veinte años. Pero tenemos la esperanza de que su Bolívar pensante, esa obra que lo llenó de fama y orgullo en una época donde aún existía el respeto y la libertad, logre ver la justicia desde el mutismo de su marco”.
Otazzo, desde luego, se ganó a pulso su puesto en la eternidad artística.
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