Hoy voy a hablarle de un clásico de la literatura y de una película de ciencia ficción. El libro es 20.000 leguas de viaje submarino, de Julio Verne, y la película es WALL•E, de los estudios Disney y Pixar, estrenada en 2008. Pero no piense que lo del patinete es clickbait (titular engañoso), sino que estas historias me dan pie a las reflexiones y conclusiones que quiero compartir con usted.
Seguro que recuerda el argumento de 20.000 leguas de viaje submarino. En 1867, el profesor del Museo de historia natural de París, Pierre Aronnax, se embarca en la fragata estadounidense Abraham Lincoln para dar caza a un supuesto monstruo (tal vez un narval gigante) que está hundiendo barcos por los siete mares. El monstruo resulta ser el ultramoderno submarino Nautilus al mando del enigmático capitán Nemo. Diversos avatares hacen que Aronnax y sus colaboradores (su criado Conseil y el arponero canadiense Ned Land) acaben como prisioneros de Nemo en el interior del Nautilus.
Aronnax se queda asombrado por la tecnología del submarino y Nemo le explica: «Existe un agente poderoso, obediente, rápido, fácil, que se adapta a todos los usos. Todo funciona por él. Me ilumina, me calienta, es el alma de mis aparatos mecánicos. Ese agente es la electricidad».
Ahora nos parece una bobería, de pura costumbre, pero la electricidad es la leche (con perdón). Un motor eléctrico es pasmosamente simple y eficiente. Tiene muchas menos partes móviles que uno de combustión interna, puede girar a muchas más revoluciones por minuto, y encima manteniendo constante el par motor. Ya en la carrera Londres-Brighton de 1896 participaron varios coches eléctricos, pero no se comieron un rosco por culpa de las baterías y acabó triunfando el petróleo.
En el momento actual estamos asistiendo, precisamente, a la revolución de las baterías, que están llevando el uso de la electricidad a otra dimensión. Tampoco nos damos mucha cuenta, pero el cambio está siendo espectacular. Muchos cacharros actuales serían inviables sin este avance técnico: teléfonos móviles, ordenadores portátiles, drones, automóviles o, nuestros protagonistas de hoy, los patinetes eléctricos.
La primera conclusión es que el patinete eléctrico, gracias a las nuevas baterías, es un invento brutal. Abre un montón de posibilidades de movilidad y puede contribuir a ciudades más limpias y silenciosas… siempre y cuando, el patinete sustituya al coche. Desplazarse por la ciudad en patinete eléctrico es infinitamente más ecológico y eficiente que hacerlo en un coche estándar de 1,2 toneladas y 100 caballos, o (máxima aberración) en un SUV de 2 toneladas y 200 caballos. He aquí el elogio del patinete eléctrico.
Habrá deducido, amable lector o lectora, que para la crítica me he inspirado en la película WALL•E. Si no tenía hijos pequeños en aquella época, igual no conoce el argumento. El (sub)título que le pusieron en España, WALL•E: Batallón de limpieza, ya da una pista.
La trama se desarrolla en el año 2805. Hace siete siglos que la humanidad ha tenido que abandonar la Tierra, porque fue contaminada por una multinacional hasta hacerla inhabitable. Las personas que consiguieron escapar, vagan por el espacio en la nave Axiom, mientras unos robots, de los que ya solo queda WALL•E, se ocupan de descontaminar el planeta. Al simpático robot le pasan cosas, pero los que me interesan son los humanos de la Axiom.
En la nave todo está automatizado y las personas no tienen que hacer prácticamente nada. Incluso se mueven de un lado para otro en cintas transportadoras. Como resultado, apenas tienen masa muscular y están obesos.
La segunda conclusión sobre el patinete eléctrico es que nos puede llevar a la pereza extrema y acabar como los de la película. Si a la gente ya le cuesta moverse -en Canarias en particular la obesidad es un problema serio-, lo que nos faltaba es dejar de caminar en los recorridos cotidianos por la ciudad. El colmo de la vagancia. Es decir, que el patinete eléctrico es nefasto para la salud. Esta es la crítica.
Un último apunte. A lo mejor se pregunta por qué no he metido en el mismo saco a la bicicleta eléctrica. Y si no se lo pregunta, le respondo igualmente: porque no tiene acelerador; se basa en el pedaleo asistido y hay que mover las piernas.
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