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OPINIÓN | El factor Milei | Francisco Pomares

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La kermés internacional celebrada el domingo en Madrid por la ultraderecha ha acabado en lo que antes se definía como una crisis diplomática. El jolgorio de Vox, planteado como una operación de respaldo a la imagen internacional de Abascal y los suyos, contó con un nutrido grupo de invitados presenciales y virtuales de la facundia ultraderechista. Hasta un ministro de Netanyahu estuvo por allí, y por supuesto, la señora Meloni, con una briosa intervención en streaming. En realidad, la compañía sobraba: el show del encuentro corría a cargo del argentino Milei, que llegaba a Madrid después de un primer escarceo con el ministro favorito de Sánchez para réplicas y señalamientos. Antes del mitin-fiesta de Vistalegre, ya se esperaba alguna revoltura de Milei ante las acusaciones de consumir sustancias con la que fue obsequiado por el ministro portacoz.  En el exceso Milei no defrauda nunca: pasó de defenderse de la acusación de consumir drogas –por cierto, que en España consumir no es delito-, tiró de la sierra mecánica que es su afilada y cortante lengua y calificó de “corrupta” a doña Begoña Gómez, esposa del presidente Pedro Sánchez. Un insulto consciente de un jefe de Gobierno, en su propio país, con la única prevención de no citar su nombre. Parecía más que justificada alguna respuesta del Gobierno.

Llegó, algo impostada: el ministro de Exteriores, José Manuel Albares, llamó a consultas a la embajadora en Argentina –como ya hiciera un mes antes con la embajadora en Israel- aunque en esta ocasión con el acompañamiento del latinajo ‘sine die’ que quiere decir sin plazo fijo de regreso, y exigió al presidente argentino, Javier Milei, que se disculpara de forma pública. Hasta ahí, todo parece correcto y razonable, ante una provocación del tamaño de Oscar Puente, es un decir.

No lo es tanto la orientación posterior del argumentario, explotado hasta la saciedad durante todo el día de ayer –de la mañana a la noche- en los medios públicos y cercanos al Gobierno: la responsabilidad de lo ocurrido no es de que Milei sea un bocazas y un malcriado, no: es del PP por reírle las gracietas a Vox. Y ya me dirán ustedes en que le han reído desde el PP las gracias a Vox…

En realidad, esto tiene varias lecturas. La primera va de las elecciones europeas, y la necesidad de fraccionar de nuevo el voto de derechas, para evitar que la del PP sea la lista más votada en la próxima cita nacional ante las urnas. Después del resultado de las elecciones catalanas, el PSOE necesita como agua de mayo que lo de Europa no se convierta en una suerte de plebiscito sobre la continuidad de Sánchez en el poder, como pretende el PP. Yo no sí quién le diseña a Abascal las campañas electorales, pero uno podría creer que está a sueldo del PSOE. Porque el PSOE y la ultraderecha tienen hoy intereses electorales parecidos. En la política actual, que Vox retroceda ante el PP supone un drama para el PSOE. Que Vox crezca es la mejor apuesta para evitar un nuevo sorpasso del PP al PSOE como en el que se produjo en las últimas elecciones. Toda esta carajera responsabilizando al PP de que Milei sea un energúmeno es impostada e instrumental. Es volver a convertir un proceso electoral –uno escasamente trascendente para la mayoría de los votantes, por cierto- en una elección a muerte entre la democracia y el fascismo, siendo demócratas todos los que están del PP a la izquierda, y fascistas todos los demás. El recurso al populismo por parte de los partidos no populistas se está convirtiendo en la peor herencia que ha dejado el trumpismo al mundo de hoy.

Y la segunda lectura es de orden interno, algo que tiene que ver con la forma de entender el poder del presidente Sánchez. Al inicio de las pasadas elecciones catalanas, nos vendió su período de reflexión de cinco días colocando un asunto al que nadie fuera de la política local española le había prestado demasiado interés –la intervención judicial contra Begoña Gómez- en un asunto que saltó a las portadas de todo el mundo. Cuando metes todo en la batidora del poder –incluso el amor o la familia- te expones a que eso se use descarnadamente en las peleas del poder. Es lo que le pasó a Pablo Iglesias cuando convirtió su vida privada, sus amoríos y cambios de pareja, su casoplón de Galapagar sometido a consulta entre los afiliados, e incluso sus hijos, en argumento de su película del poder. Que acabó siendo golpeado salvajemente en su vida privada. Y eso mismo es lo que le ha ocurrido a Sánchez ahora. La principal diferencia es que Iglesias acabó por tirar la toalla y se retiró. Sánchez, sin embargo, parece saber cómo sacar partido a todo esto.

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