Hace unos días, un atleta francés subió a entrenar al Teide y se salió de los senderos marcados. Lo insultaron en las redes sociales y el vicepresidente del Cabildo de Tenerife, Lope Afonso, le tiró de las orejas (metafóricamente hablando) a través de X. Aprovechó para decir: “Este es uno de los motivos por los que aprobamos la tasa ecológica, que contribuirá a mejorar la gestión y conservación de los espacios naturales”.
Semanas antes de eso, los medios habían dado cuenta de cómo un turista se había subido a una gran bomba volcánica y un DJ (pinchadiscos) había puesto música con su ordenador mientras era grabado por un dron, también en el Teide. Ambos actos fueron calificados, respectivamente, como “agresión medioambiental” y “atentado ecológico”.
Me apresuro a manifestar que deploro todos esos comportamientos. Por supuesto que las normas están para cumplirlas. Pero no puedo evitar preguntarme: si salirte de un sendero o subirte a una roca es un atentado ecológico, ¿cómo habría que calificar los vertidos de aguas residuales sin depurar, que afectan a todas las islas sin excepción con unos volúmenes de escándalo? ¿Y las emisiones de miles de vehículos atascados en las autopistas norte y sur de Tenerife un día sí y otro también?
Solo a efectos expositivos voy a llamar “sensacionalismo ecológico” a esta tendencia a exagerar estos comportamientos incorrectos, casi siempre individuales, que tienen lugar en los espacios naturales protegidos. Hay que tener cuidado, porque produce dos efectos negativos.
El primero es que nos focaliza en una pequeña parte del problema, olvidando el resto. Está fatal que un atleta deje sus huellas fuera del sendero, pero tal vez (solo tal vez) el que tiró la primera piedra (el primer insulto en Instagram o en X) desperdicia, todos los días de Dios, litros y litros de agua en la ducha, esperando a que salga caliente. O tira toallitas por el retrete. O el aceite usado por el sumidero. O abre un paquete de cigarrillos y tira el plastiquito al suelo tan ricamente, como hizo una señora con la que me crucé el otro día. La lista de pecados es infinita. En resumen, hay que ser “ecológicos” (y autocríticos y coherentes) siempre y en todo lugar, no solo en los espacios naturales protegidos.
El segundo problema del sensacionalismo ecológico atañe a los políticos. Hablando en plata, les permite escurrir el bulto. Y hablando en román paladino, es un ejercicio de cinismo como de aquí a Lima. No sé si la famosa tasa ecológica “contribuirá a mejorar la gestión y conservación de los espacios naturales”, pero sí sé que Canarias está pagando multas millonarias, año tras año, por incumplir la directiva europea sobre tratamiento de aguas residuales. Con una mano cobro la tasa y con la otra, calladito la boca, pago la multa. No intente distraer nuestra atención ni se distraiga usted con los problemas pequeños, señor Afonso, mientras se hace el sueco con los grandes. No es nada personal, le digo lo mismo a su jefa, la señora Dávila, y al resto de políticos del Olimpo. Dediquen su valioso tiempo y su talento a resolver los verdaderos y acuciantes problemas de nuestras islas. No se olviden que sus sueldos salen de nuestros bolsillos.
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