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OPINIÓN | Las cartas marcadas del presidente Sánchez | Francisco Pomares

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Confieso mi absoluta sorpresa ante la fulminante decisión de Sánchez de adelantar las elecciones. Menos de 24 horas después de conocerse los resultados provisionales de las elecciones locales y regionales, el Consejo aprobaba ayer celebrar elecciones generales el 23 de julio, la fecha más próxima posible desde la debacle de la izquierda española.

Sánchez es un jugador, un tipo osado y sorprendente, capaz de maniobrar más rápido que nadie sobre cualquier circuito. Es sin duda el político con menor miedo al riesgo de la democracia española, y eso que hemos tenido algunos –Suárez, Carrillo, Felipe- que se la jugaron al todo o nada más de una vez. Entonces eran tiempos distintos, en los que hacer política suponía el riesgo real de dejarse literalmente el pellejo pegado al suelo. La política era además parte de la cotidianeidad de la gente. Hoy funciona más como una superestructura completamente ajena a quienes no viven de ella. Un juego donde el riesgo consiste en perder y verse obligado a cambiar el escaño azul por uno de cuero marrón rojizo.  Los tiempos cambian, y los héroes de antaño se nos han convertido en pillos, vividores y villanos. 

Tras el revolcón del domingo, lo primero que ha hecho Sánchez es lograr con un anuncio de escasos minutos, coreografiado en la puerta de Moncloa con menciones al Rey, como suele hacerse en las grandes ocasiones, que la derrota de sus políticas y sus alianzas deje de ser de lo que se habla. Que pasemos a ocuparnos, apenas unas horas tras la debacle, del órdago presidencial, de la capacidad de Sánchez de jugársela a un número de la ruleta, de su voluntad férrea de ofrecerse al país como última esperanza a la que puede aferrarse la izquierda si quiere evitar un gobierno de fachas. La sorpresa es que el resistente Sánchez, el killer Sánchez, ha vuelto a lograr lo que parecía imposible: pasmar con uno de sus recitados a un país que le ha visto encarnar a una docena de personajes diferentes. Y además, hacerlo con el exclusivo recurso de su talento para la actuación.

Pero hay mucha más política –entendida como cálculo y no como compromiso, como juego de poder y no como voluntad de servicio- en esta última y atrevida pirueta: el adelanto electoral reduce el tiempo para calcinar al actual Gobierno, para someterlo a un desgaste imparable. Reduce también el tiempo para crecer del voto conservador. Una traslación del voto de estas regionales y locales al futuro Congreso, convertiría al PP en el primer partido de la Cámara, por encima de los 140 diputados, veinte más que los que obtendría el PSOE, y con el bloque conservador lejos de una mayoría viable.

En realidad, todo el mundo considera que los resultados de Vox han sido extraordinariamente importantes, básicamente porque es la primera vez que Vox se presenta a elecciones regionales y municipales globales. Pero no es cierto que Vox haya logrado un gran resultado, si se compara con el que tuvo en 2019. De hecho, entonces logró un 15 por ciento de los votos y en estas elecciones ha bajado al 7 por ciento. Extrapolando ese porcentaje en escaños, Vox bajaría de 52 diputados que hoy tiene en el Congreso a entre 15 y 18, que sumados a los del PP dejarían al bloque conservador entre 20 y 30 escaños por debajo de la mayoría necesaria para poder gobernar. Por el contrario, siempre con los resultados de este domingo, el bloque de la izquierda sumaría menos de 130 votos -120 el PSOE, unos 10 Podemos- pero podría encontrar 60 más en el saco heterogéneo que constituyen los independentistas y las otras izquierdas. ¿Una fantasía sanchista? Para nada: Esquerra y Junts lograrían doce diputados cada uno, la CUP uno. Bildu ocho, el PNV siete, Geroa Bai otro más, el Bloque Galego cuatro y Compromís cinco. Más País con Izquierda Unida sumaría siete, los regionalistas cántabros uno, Teruel Existe otro y Nueva Canarias probablemente otro más. 59 diputados que sumar al PSOE y Podemos, suficientes para consolidar la mayoría de izquierdas. Es cierto que estos cálculos responden a lo que ocurrió el domingo, lo que no es necesariamente extrapolable, y no contemplan además el daño que podría hacer al PSOE un acuerdo de Podemos y Sumar, que si quieren ir juntos, debe cerrarse legalmente antes de diez días.

Aquí no hay nada aún cerrado. Pero Sánchez juega con mejores cartas que nadie: casi 60 diputados dispuestos a jugar con él, para sumar una mayoría suficiente. De ellos, una cincuentena quiere convertir sus territorios en Estados. Y esas son las cartas marcadas con las que va a jugar Sánchez su partida contra el bloque conservador. Cuanto antes empiece, tendrá más opciones de seguir.         

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