En apenas 48 horas, la investigación rusa del asesinato de Daria Dugina, la hija del ideólogo ultranacionalista cercano a las posiciones de los más radicales del Kremlin, ha concluido que el atentado fue planeado y ejecutado por los servicios secretos ucranianos. La autora del asesinato, según el FSB, la organización federal de seguridad que sustituye al KGB, es la ucraniana de 43 años Natalia Vock, que llegó a Rusia el 23 de julio acompañada por su hija de 12 años, preparó y ejecutó el atentado y se refugió después en Estonia. La investigación ha logrado presentar el carnet militar de la presunta autora, explicar cómo planificó el atentado, cómo lo ejecutó y todo tipo de detalles sobre el automóvil con distintas matrículas utilizado para seguir a la hija de Dugin. Lo que no ha logrado es presentar una sola filmación de cámaras de seguridad, que en Moscú abundan más que las señales de tráfico. Las cámaras del parking donde se asegura que le fue instalada al coche de Dugina la bomba accionada a distancia que acabaría con su vida, estaban ese día casualmente desconectadas.
Probablemente nunca se sabrá quién mató a Dugina, pero lo que sí es un hecho es que la ‘muerte de la doncella’ (así ha sido presentada por su padre) supone una buena justificación para el recrudecimiento de la agresión a Ucrania, y un extraordinario mecanismo para reforzar la unidad rusa en torno a Putin y silenciar la disidencia interna. No se mata a una hija de la patria impunemente. ¿O sí?
Bueno… en la carrera de Putin, no es esta la primera vez que atentados supuestamente terroristas son utilizados para reforzar su posición y liderazgo: en las dos primeras semanas de septiembre de 1999, siendo Putin presidente en funciones, una cadena de atentados destruyó varios bloques de apartamentos en Buinask, Volgodonsk y Moscú. Fue una masacre muy rusa: murieron más de 300 personas y hubo más de mil heridos. Inmediatamente se culpó a los separatistas de Chechenia, y la policía local detuvo a dos hombres y una mujer que habían colocado explosivos en otro edificio de Riazan, esta vez sin éxito. El día después de esa detención Putin ordenó el bombardeo aéreo de Grozni, la capital chechena, que fue arrasada. Días más tarde la policía local informó que los detenidos no eran terroristas, sino agentes del FSB. Se explicó que se trataba de una bomba falsa, y que se había colocado en Riazan para un simulacro. Lo que no sabía el FSB es que el artefacto había sido ya analizado, era autentico y el explosivo era el mismo utilizado en los atentados. Probablemente se trató de un ataque de falsa bandera, utilizado para interrumpir el proceso de paz en Chechenia y consolidar a Putin en el poder.
Pocos meses después, Putin fue investido presidente. Desde entonces inició la reversión de todos los avances democráticos iniciados por su predecesor, Boris Yeltsin. Rusia comenzó a vivir situaciones como la toma de rehenes del teatro Dubrovka, en octubre de 2002, que se saldó con la toma militar del teatro tras gasear con fentanilo, un opiáceo introducido por los respiraderos, a los terroristas y a los casi mil rehenes que se encontraban dentro. Las fuerzas de seguridad mataron a los chechenos que yacían desmayados (se salvó uno), y murieron además 130 rehenes por los efectos del gas. Putin mejoró su popularidad y barrió en las siguientes elecciones.
Las acciones de terrorismo de estado continuaron, mientras Europa compraba gas y petróleo barato: el envenenamiento del líder de la ‘revolución naranja’, el ucraniano Viktor Yushcenko, o el enveneamiento en un avión de la periodista Anna Politkóskaya, asesinada dos años después a tiros en el ascensor del edificio donde vivía, el mismo día del 54 cumpleaños de Putin. Las periodistas parecen la especialidad: Olga Kotóskaya fue lanzada desde la ventana de un piso 14 y Anastasia Bavurova, rematada a tiros cerca del Kremlin. Otra especialidad, la liquidación de ex colaboradores: el ex espía Litvinienko, asesinado con polonio, el ex alcalde de San Pertesburgo, Sobchak, primer mentor político de Putin, o Boris Nemtsov, miembro de la Duma y contrario a la invasión de Crimea. O el encarcelamiento de oligarcas desafectos, como Jodorkovski o Navalni, también envenenado previamente.
¿Quien mató a Daria Dugina? No sé. Lo que sí sé es a quien le ha venido muy bien su muerte.
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