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OPINIÓN | Libertad de prensa, diálogo y pluralidad en un  sistema democrático | Salvador García Llanos

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“La libertad de prensa no es la libertad individual de cada periodista; es la libertad de todos que hace posible el diálogo democrático”.

Son palabras de la directora general de la Unesco, Audrey Azoulay, dichas en la sesión inaugural de la Conferencia Mundial de la Libertad de Prensa, celebrada en Punta del este (Uruguay) durante la semana pasada.

La reflexión es muy atinada en unos momentos delicados para el ejercicio de la profesión periodística pero, sobre todo, para las incertidumbres y las amenazas que aún sufre esa propia libertad.

Para acercarnos al contexto en que se desarrolló esta convocatoria y los cuestionamientos que se hacen por investigadores y estudiosos, debemos tener presentes, por ejemplo, los testimonios de la socióloga y profesora emérita en la Harvarrd Business School, Shoshana Zuboff. Algunos de los temas más recurrentes en sus obras son la revolución digital, la evolución del capitalismo, la emergencia histórica de la individualidad psicológica y las condiciones del desarrollo humanoo.

Zuboff, autora del libro “La era del capitalismo de vigilancia”, explicó las coordenadas en las que se mueven las amenazas a la libertad de prensa: «Hace apenas dos décadas, el 25 % de la información era digital, pero ahora nada escapa a Internet».

Abundó en que los gigantes capitalistas como Google y Apple son los propietarios de toda la información de los usuarios de Internet. Toman sin pedir los datos humanos a escala global para la publicidad dirigida («lo que habitualmente se llama robo», ironizó), para predecir el comportamiento de las personas y mejorar las ventas. Según Zuboff, esta maquinaria de «robo de datos» trabaja con cantidades masivas sin discriminar el contenido corrupto o falso: «Los hechos y las verdades no están en este cuadro, porque la integridad de la información no tiene importancia para los ingresos de dinero. Incluso la información corrupta ha demostrado ser muy buena para los negocios».

La tesis de esta socióloga es que así se ha ido construyendo «un ambiente para que oligarcas y autócratas» creen campañas de desinformación sin ser sancionados. Este es el punto crítico para empezar a entender el destino y uso de los datos personales que circulan y cómo este fenómeno obstaculiza y debilita el trabajo de los periodistas.

Pero sepamos qué dice la relatora especial sobre la promoción y protección del derecho a la libertad de opinión y de expresión, nacida en Daca (Bangladés), Irene Khan, especialista en Derecho internacional público y derechos humanos y ex secretaria general del Amnistía International (AI). Cree que, sobre la promoción y protección del derecho a la libertad de opinión y de expresión, «es muy peligroso lo que está ocurriendo», desde el robo de datos personales a los usuarios de las redes sociales, hasta la vigilancia dirigida a periodistas…

Cientos de ellos y también defensores de los derechos humanos han sido víctimas de ‘spywares’ (un programa espía que recopila información de un ordenador y después la transmite a una entidad externa sin el conocimiento o el consentimiento del propietario de la computadora) que recaban información de sus dispositivos sin que ellos lo sepan. Y «las empresas que venden estas herramientas nos dicen que solo las venden a los Estados, y los Estados nos dicen que solo las usan contra el terrorismo», dijo la relatora. Justo lo que ha sacudido una tormenta política en nuestro país. A ello sumó la «perspectiva de género», ya que las conversaciones que tienen las mujeres periodistas son usadas para «campañas de desinformación en su contra; para vigilarlas, amenazarlas y agredirlas». Esto, sentenció, «mata al periodismo».

Un tercer testimonio válido para entender la dimensión del problema es el de Claudia Duque, periodista de investigación colombiana, que hace más de veinte años sufre en carne propia el desarrollo de las tecnologías que algunos ya llaman “de vigilancia”, dada la presión que ejercen sobre los profesionales de la información. A Duque la secuestraron en 2001. Los captores sabían con detalle sus movimientos y tenían información sobre sus investigaciones periodísticas. También sufrió violencia psicológica, por lo que el gobierno colombiano le ofreció servicios de seguridad para su protección. Luego descubrió que el coche blindado que le dieron tenía varios dispositivos de espionaje que se conectaban a su teléfono móvil sin su consentimiento.

Contó Claudia Duque que en seis meses habían recopilado unos veinticinco mil datos de sus movimientos: “Hace diecisiete años necesitaban poner varias personas para recolectar tres mil páginas; hoy solo con unos dispositivos pequeñísimos lo saben todo de mí», reveló la periodista. En un país como Colombia, que tiene ciento diez periodistas bajo protección, Duque reflexionó: «Yo no soy guerrillera, narco o terrorista, ¿para qué el Estado vigila a los periodistas?»

Según Duque, «la tecnología hace que el Estado nos vigile de forma más solapada. Los jueces de la República nos dicen que debemos agradecer que estamos vigilados y protegidos, como si esto fuera un favor que nos hacen y ni siquiera tenemos acceso a esos datos”.

Por último, el director de Relaciones Institucionales de Grupo Globo de Brasil, Marcelo Bechara, consideró que «las empresas mediáticas tienen la responsabilidad de proteger a sus profesionales». En Globo tienen un programa obligatorio para periodistas a través del cual se comprometen con la cultura de la información y denuncian ataques en su contra.

Desde su experiencia como periodista asediada, Claudia Duque consideró que los Estados deben rendir cuentas: reconocer las acciones de infracción a la privacidad de los periodistas, y darles a estos hechos el nivel que tienen.

«Son la violación de derechos humanos más masiva que sufrimos los ciudadanos. Hay que elevarla a un crimen mayor, y darles sanciones de carácter penal, no solo civil. Es más fácil que nos indemnicen por una violación a la privacidad que conseguir una pena. En lo judicial, hay mucho desconocimiento de la conexión entre violar la privacidad de un periodista y torturarlo», subrayó la periodista colombiana. También puso el foco en compañías privadas como Whatsapp o Twitter, que deben hacer un «mayor trabajo para parar y sancionar los discursos de odio».

Algunos relatos de los periodistas sobre sus experiencias, son, desde luego, estremecedores. De ahí el valor de la reflexión inicial porque, a sabiendas de las repercusiones que desestabilizan el funcionamiento del sistema democrático, la libertad de prensa es la que asegura el diálogo y el pluralismo.

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