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OPINIÓN | `Deja vú´ | Franisco Pomares

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La historia se repite en Francia: el presidente Macron ha vuelto a ganar en primera vuelta, como en 2017, colocándose casi cinco puntos por encima de la candidata de la ultraderecha, Manire Le Pen, según los primeros sondeos a pie de urna. Ambos han mejorado los resultados obtenidos en primera vuelta hace cinco años, y tendrán que volver a enfrentarse en un segundo asalto. Pero la situación es distinta a entonces: en esta ocasión, el candidato de la izquierda populista, Jean Luc Melenchon, ha logrado colocarse en tercera posición –con poco más del veinte por ciento de los votos y a escasa distancia de Le Pen-, seguido del segundo partido ultraderechista francés, más radical aún que el lepenismo, la Reconquista de Eric Zemmour.

Zemmour prestará todos sus votos a Le Pen. Y Melenchón una parte. A quien pueda en España parecerle increíble la posibilidad de que los votos melenchonistas se sumen a los de la ultraderecha, sólo cabe recordarles que eso fue exactamente lo que ocurrió en las últimas presidenciales, cuando el ex senador socialista, aliado de Podemos, no solicitar el voto por Macrón en la segunda vuelta, y una parte considerable de sus votantes decidió respaldar a Le Pen. En Francia, los extremos se tocan, mantienen un discurso populista parecido en relación con la decadencia de la política y el abandono de los desfavorecidos por las clases dirigentes, y –sobre todo- ambos pescan en el mismo caladero, el de los olvidados: los sectores más radicalizados de la población de los suburbios, los obreros industrializados que han visto el destrozo de su economías y forma de vida, consecuencia de la globalización y la apertura de los mercados, los agricultores empobrecidos por la liberalización, los jóvenes sin trabajo ni futuro y las clases medias, agobiadas por un creciente proceso de pérdida de prestigio y recursos.

Le Pen y Melenchón se pelean desde hace años por ese mismo público, al que Macrón, instalado en las preocupaciones del liderazgo, y en su rol europeísta, no ha conseguido ni acercarse. Se trata de la gente del común, preocupada por los precios, la cesta de la compra, las pensiones, la vivienda y las ayudas sociales. La vieja diferencia que enfrentaba a Le Pen y Melenchón, el rechazo xenófobo del lepenismo -ahora Reagrupamiento Nacional- se ha suavizado en los últimos años. Marine Le Pen ha renegado sin alharacas del radicalismo fascistoide de su padre –cuyo liderazgo heredó-, ha abandonado los perfiles más extremistas y se presenta ante el votante como una mujer del pueblo, próxima, cercana, que comprende los problemas de la gente y que promete resolverlos todos, aunque no se ha molestado nunca en explicar ni cómo va a hacerlo ni como va a pagarlo. Pero ha logrado caer simpática a millones de franceses, que ayer le votaron y volverán a hacerlo en la segunda vuelta.

Frente a ella, Macrón se ha convertido para kas clases medias de Francia en el presidente de la inflación, un hombre de Estado, distante y lejano, preocupado por la guerra de Ucrania y el futuro de Europa, pero que no parece en absoluto pendiente de las dificultades de los franceses que peor lo están pasando. Una de las propuestas de su campaña es la de ampliar la edad de jubilación. Se trata de un político que dice lo que piensa hacer, pero es comprensible que caiga mal a muchos.

Y otro problema es que junto al crecimiento de las opciones radicales, que podrían acercar a Le Pen al triunfo en una segunda vuelta, los candidatos de los dos partidos republicanos tradicionales han cosechado pésimos resultados: Valerie Pécresse, de Los Republicanos, no ha llegado al cinco por ciento, y la socialista Anne Hidalgo, se ha quedado en un paupérrimo dos por ciento, la peor derrota de toda la historia del socialismo francés. Son los nuevos apoyos con los que Macron cuenta de forma natural para alcanzar la mayoría, pero es muy poco. Necesita convencer a más franceses, repetir su éxito de hace cinco años, cuando aún era un joven prometedor que le dio la vuelta al proceso político de la Quinta República como a un calcetín. La opción del presidente francés para mantenerse en el Eliseo es convertir la segunda vuelta en una suerte de plesbicito. Pero no sobre él. Más bien sobre si ha de ser Francia quien le entregue la vieja Europa a los amigos y camaradas de Putin.

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