Todo empezó cuando un diputado de Vox, la formación ultraderechista, llamó ‘bruja’ en un pleno a una parlamentaria socialista. Hombre, no es que sea una expresión demasiado gruesa –cosas peores hemos escuchado– pero dirigida a una mujer, en cualquier contexto pero, sobre todo, suena, cuando menos, a descalificación. Es una manifestación irrespetuosa, impropia de quienes, a la hora de defender sus ideas o planteamientos, están obligados a hacerlo en terminología apropiada que, evite, precisamente incurrir en el insulto.
Lo ocurrido pone de manifiesto que se ha alcanzado un nivel de bajeza y de abyección en el debate político que perjudica sensiblemente a la política y merma su credibilidad de forma ostensible. Si los representantes de la ciudadanía se explican –¿se explican?– de esa forma, ¿qué puede esperarse de otras discusiones de menor fuste, protagonizadas por dirigentes que están en otros foros o en el seno de otras entidades?
Lo ocurrido ha obligado a la presidenta del Congreso de los Diputados, Meritxell Batet, a hacer una declaración pública en la que ha pedido a los parlamentarios más «respeto» y «educación» en sus intervenciones en el pleno para «dar ejemplo» a los ciudadanos, dejando «los insultos y las ofensas fuera de la Cámara». El grupo Unidas Podemos ha solicitado a la Mesa del Congreso poder aplicar sanciones «más contundentes» a los diputados que insulten a otros parlamentarios, llegando incluso a la suspensión de su cargo por un plazo de hasta un mes, con el fin de evitar, según dijeron sus portavoces, que “ultraderecha despliegue su matonismo” sin consecuencias.
La presidenta de la cámara ha defendido el derecho a la libertad de expresión de las distintas «posiciones políticas», lamentando a continuación que “demasiadas veces y en demasiadas ocasiones en esta Cámara el uso de esa libertad de expresión ha sido utilizada de manera inadecuada, proyectando insultos y ofensas a personas e instituciones».
A ver si sus señorías se dan por aludidas y memorizan los aplausos que dedicaron a la presidenta Batet al término de su intervención. Porque en su invitación a reflexionar sobre lo que proyectan con sus intervenciones y lo que trasladan especialmente a «las nuevas generaciones que escuchan los debates parlamentarios», va algo más que una reprimenda o una llamada al orden. Sencillamente les ha instado a «dar ejemplo», cambiando la forma de expresarse. «La dureza parlamentaria es perfectamente compatible con la buena educación, no tiene por qué derivar en ofensa», ha dicho.
Meritxell Battet ha querido dejar claro que no va a ser neutral en la defensa del Parlamento, de la institucionalidad y de la misma democracia, porque “es lo menos que se merece la sociedad española”. Por eso ha solicitado encarecidamente a sus señorías “más respeto y más educación a la hora de hacer uso de la palabra”. Que una intervención se convierta automáticamente en noticias por desafueros, incontinencias y exabruptos pronunciados en la tribuna de oradores o desde el mismos escaño es una prueba de mala educación y de que no se sabe debatir, vaya. ¡A estas alturas! Los insultos y las ofensas, fuera de la cámara, sí señorías.
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