FIRMAS Salvador García

OPINIÓN | La audacia y la osadía del Buby | Salvador García Llanos

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Tenía Paco ese don exclusivo de unas pocas personas que consiste en saber animar una fiesta, cualquier reunión improvisada de amigos, vasos de vino o güisquis de por medio, en la que él a la guitarra o con maracas, era capaz, con voz melodiosa y rítmica, de hacer cantar a los demás. Y bailar, en más de una ocasión.

Era, a su modo, un farandulero de postín. Dicharachero de verbo desenfadado y coloquial, con un acento inconfundible, mitad canario mitad venezolano. Un mestizaje pues que le granjeó el aprecio de no pocas personas, muchas de las cuales se sumaban espontáneamente a su modo de ser, una personalidad controvertida, apta para evocar pero también para sumarse a nuevos caminos y a nuevos emprendimientos.

Dejó de existir ayer tarde Francisco Torres García, Paco el Flaco o Paco el Buby, como muchos le reconocíamos. Se convirtió en un personaje popular, allá por los años setenta, cuando llegó a cantar en algún cabaret de Madrid “con dos orquestas a mis órdenes”, como acostumbraba a decir. Los jóvenes portuenses, en aquellas interminables noches de la plaza del Charco, con Gilberto Hernández Linares, como director convocante de unas largas y audaces conversaciones “para poner las fundas a las palmeras”, le estimulaban con una frase que se hizo célebre:

-¡P’al Micheleta, Buby!

Pero fue popular también por su afición a las carreras automovilísticas –condujo durante un tiempo un Austin Cooper Mini 1000, que pintó de forma muy peculiar y que sobresalía cada vez que estacionaba en algún lugar concurrido- y porque acreditó su pericia al volante durante los años que prestó servicios en Tenerifebus, la empresa de transportes de Eliseo Pérez. En esas discusiones nocturnas, hacía gala de sus conocimientos de mecánica y de su destreza al volante.

De Paco, en efecto, se contaban hazañas inverosímiles cuando cruzaba las carreteras gomeras en excursiones turísticas con las guaguas que desbordaban los arcenes. Con ciertas dosis de atrevimiento, llegaba a enervar a los guías turísticos.

Acompañó al patrón, como coloquialmente llamaba a Pérez, en unos viajes a Venezuela para adquirir nuevas unidades destinadas a la flota de autobuses. Fruto de uno de esos viajes fue la denominación que atribuyeron a un rincón del restaurante de su hermano en Santa Úrsula, Donde Mario. A partir de entonces, se llamó la M-100.

Vocinglero, frescales y sandunguero, le gustaba vestir bien, elegantemente, sobre todo cuando sabía que iba a actuar. Pero cuando se trataba de algo espontáneo, solo era necesario guitarra o maracas, para unas folías o “el último compás de Alma Llanera”. La voz del Buby hacía lo demás.

Amante de la música sudamericana y del folklore canario, igual se arrancaba con un bolero que con un aire típico. Lo importante era arrancar y dar rienda suelta al desenfado y la diversión. A Paco el Flaco habría que agradecerle muchas horas de música y parranda.

En bodegas y algunos escenarios dejó su sello. Para siempre.

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