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OPINIÓN | El perdón de Adriana | Salvador García Llanos

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Siempre depararon las citas olímpicas momentos, episodios y declaraciones de participantes, técnicos o dirigentes que engrosaron la historia misma del deporte. El último caso es el de la jovencísima (17 años) española, Adriana Cerezo, que obtiene una medalla de plata en taekwondo (49 kilogramos)… y pide perdón por haber perdido la final.

No parece que haya sido un alarde ingenuidad o un lapso fruto de alguna precipitación en plena digestión de su conquista. Cerezo, por su modo de expresión, revela que una chica joven, predispuesta, apta para ir asimilando los éxitos que cosecha, es capaz de enarbolar los valores del deporte que la van a distinguir a medida que avance en su trayectoria. No fue un pronto ni un arrebato ni un postureo, queremos decir, sino una manifestación sincera de sentimientos. Antes, había llorado, claro que sí, emocionada y vivaracha, consciente de que el deporte, especialmente en el plano individual, es ganar y perder. La taekwondista española tenía el triunfo a su alcance pero su rival, la número uno del mundo, la tailandesa Wongpattanakit, acertó con el último impacto cuando no había tiempo para más.

Pero Adriana Cerezo exhibió entonces el mejor talante de deportista: felicitó a su oponente, levantó su brazo o su mano, la acompañó y compartió gestos de complicidad. Por eso produjo una doble sensación: llorar y sonreír a la vez. Nunca antes una plata olímpica había sabido al oro de las conquistas memorables, sobre todo al de la madurez impropia de una deportistas de diecisiete años que se proyecta a escala mundial para una década prometedora. Su serenidad, su gestualidad, su encaje, en definitiva, su madurez, impropias de una olímpica tan joven, la han distinguido. Y mucho más, con el discurso posterior a su combate y a la ceremonia de entrega de medallas: dio las gracias a todos los españoles que la apoyaron y la llevaron en volandas… y les pidió perdón por haber perdido la final.

Cerezo no sobreactuó. Hizo algo que está reservado a los grandes, a los fuera de serie y que, en épocas como la presente, hay que agradecer sin reservas.

Grande Adriana.

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