Los diputados socialistas no aplaudieron ayer la intervención de Pablo Iglesias, en la que volvió a insistir en la deficiente calidad de la democracia española. Los críticos cortesanos han dicho que eso demuestra el malestar que se ha instalado en el pacto entre socialistas y podemitas. Algunos analistas avezados de los medios conservadores creen que hay lances (los de Podemos acusaron ayer de deslealtad al PSOE por presentar la ley Zerolo por su cuenta y riesgo sin contar con la ministra de Igualdad) que pueden ser veneno para la estabilidad del Gobierno. Pamplinas: este Gobierno va a durar mientras Sánchez quiera. Y todo apunta a que Sánchez va a querer que aguante al menos hasta que pueda gobernar sin necesitar a Iglesias.

Eso no lo va a cambiar Iglesias con abstenciones o denuncias sobre la baja calidad democrática del país. Lo va a decidir José Félix Tezanos: Sánchez cortará amarras solo si tiene claro que seguirá gobernando aunque lo haga. Mientras, el PSOE y Podemos seguirán entretenidos en sus disputas de pareja, y a Sánchez eso no le va a quitar el sueño. Ya sabemos que a pesar de sus temores del pasado, a Sánchez no lo desvela nadie ni nada.

Y menos que nada, que su vice se refiera despectivamente a la calidad de nuestra democracia, que ayer volvió a convertirse en asunto de debate parlamentario. Y lo peor es que creo que Iglesias tiene razón: la nuestra es una democracia bastante deficiente. Pero no porque haya políticos que han ido al talego por robar o por desobedecer las leyes, porque eso ocurre en todas las democracias del mundo.

Lo es porque el Gobierno se sostiene en partidos que explicitan sin disimulo alguno que su enemigo es el Estado, al que quieren hacer saltar por los aires. Partidos como Bildu, que aún guarda algo más que sus argumentos secesionistas en la recámara, o ERC, que se deja arrastrar por Junts y la CUP a una nueva deriva hacia el caos. Nuestra democracia está muy perjudicada, pero no porque los tribunales hayan dictado penas de prisión contra quienes se ciscaron en las leyes, o decidieron poner pies en polvorosa para evitar ser juzgados, y han fracturado Cataluña en dos mitades irreconciliables, sino porque el Gobierno tiene decidido indultar a quienes le ayudan a sostenerse en el poder, que es lo mismo que nos escandaliza –y con razón– cuando lo hace un tipo de la catadura moral de Donald Trump. Nuestra democracia es un fraude cuando el Gobierno legisla desafiando a Europa para controlar a los jueces, o cuando el vicepresidente segundo pretende aherrojar a los medios de comunicación “porque tienen más poder” que él. O porque, mientras el país se empobrece y endeuda como nunca antes desde la guerra de Cuba, y miles de familias lo pasan cada vez peor, el azote vallecano de las castas se plantea comprar a los votantes más jóvenes con subsidios de paniaguado.

Desde luego que nuestra democracia es hoy de peor calidad que nunca. Es peor porque nuestros dirigentes son cada vez peores. Mucho peores que los que tuvimos durante los durísimos tiempos de la Transición, cuando la mayoría enterró sus diferencias y odios para construir un futuro en paz. Peores que en los casi 15 años de Gobierno de Felipe González, los ocho de Aznar, los siete y medio de Zapatero o los siete de Rajoy. Son peores de lo que han sido nunca en ningún otro momento de nuestra breve historia como democracia.