FIRMAS Francisco Pomares

OPINIÓN | Zona de (mucho) riesgo | Francisco Pomares

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Al final no sabías con qué quedarte: si con su buen humor, su talante bromista y desenfadado, o con el olfato fotográfico que impulsaba su quehacer, convertido en arte cuando se salía del convencionalismo cotidiano. Ahí estaba Cristóbal García, atento y perenne observador, heredero de los mejores valores que caracterizaron a los grandes fotoperiodistas tinerfeños. Que son unos cuantos, por cierto.

Cristóbal debió ingresar en la agencia EFE allá por 1989, cuando Juan Carlos Carballo ya era delegado en Canarias, unos diez años después de que el medio se implantase en el archipiélago. Entró con la modestia del aprendiz que fue curtiéndose a base hacer kilómetros y tener la paciencia suficiente para saber que había que ser contrarrelojista del los buenos y que muchas gráficas se rompían o iban a la papelera.

Al poco, ya era un fotógrafo de prensa consumado. Pero no un fotoperiodista cualquiera. Sabía de la importancia de los gestos y del momento oportuno para disparar. Los paisajes no le arrugaban, hasta el punto de que cuando eran monótonos, aburridos o repetidos, él sabía que había encontrar el ángulo diferente. Treinta años, después de probar no sabemos cuántas máquinas, Cristóbal García plasmó buena parte de la historia social y política de las islas. Decir que el Parlamento fue uno de los escenarios donde mejor se desenvolvió sería quedarse corto. Estuvo en primera línea de sucesos, como el del fenómeno Delta. Reflejó como pocos impactos sociales como el de la crisis de los cayucos. Testimonios reveladores y hasta espeluznantes. E incendios de consecuencias devastadoras. Y al filo de los goles y de las canastas, y de las agarradas inverosímiles.

Nos dejó ayer cuando el desayuno se hizo indigerible. Recordamos sobre la marcha unos cuanto episodios que nos relacionaron. Y supimos de su pasión por el continente africano. Siempre contaba, sin alardes, sus experiencias, algunas plasmadas en sus obras. Claro, su formación en ciencias Biológicas acentuaba su amor por la naturaleza y el medio ambiente. Y hasta con ella justificaba el tono grabado en su teléfono: aquella con la que abría el programa televisivo de Félix Rodríguez de la Fuente, aún en blanco y negro. El fotógrafo igual se rendía al inhóspito paisaje desértico que al selvático, a los beduinos que a los senectos agricultores que hacían filigranas para salvar la cosecha, a los vendedores que regateaban en el zoco que a las pruebas de la arquitectura modernista.

Procuraba estar presente en las convocatorias de premios periodísticos. Ganó algunos o los compartió como aquella edición del promovido por el Gobierno de Canarias, con Carlos González, ya en los noventa. Se esforzó para ser sujeto activo en la constitución de la Asociación de Informadores Gráficos de Prensa y Televisión, un hecho que dignificó la profesión. Desde entonces, 1990, si mal no recordamos, se empezó a hablar de fotoperiodistas. Cristóbal García, que no se incomodaba ante los reveses, fue uno de los destacados.

Las ‘Miradas de África’ fue una exposición suya que se pudo contemplar en la Antigua Casa de la Real Aduana del Puerto de la Cruz, hoy sede del Museo de Arte Contemporáneo Eduardo Westherdal (MACEW). Le vimos hacer fotos de motivos marítimos antes del acto de apertura de la colección.

Consciente de las dificultades que aún condicionaban la libertad de prensa, aportó como el que más en aquella célebre concentración de profesionales de un 3 de mayo, en la plaza España, en 2012. Y terminó asumiendo la encomienda del gran Trino Garriga, uno de los maestros del género: ser el administrador de su legado. En las exposiciones, desde luego, se notaba su sello.

Buen compañero, claro. Cuando surgían los imponderables y algún fotoperiodista se quedaba sin la cobertura, por las razones que fuese, ahí estaba Cristóbal García para suplir el vacío, atendiendo primero su cometido principal. Ya no les queda, ya no está entre nosotros quien hizo del fotoperiodismo un auténtico arte, como dijo ayer, entre lágrimas, uno de sus discípulos admiradores.

A Sonia, que se queda, ánimo. Le recordaremos siempre.

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