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TACORONTE | Un grupo de vecinos rehabilita el antiguo molino de El Calvario

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EBFNoticias | Un grupo de vecinos encabezado por Ángeles Dávila ha conformado un colectivo cuyo objetivo es rehabilitar el antiguo molino de El Calvario en Tacoronte. En estos momentos cumplen ya con todos los requisitos legales para constituirse formalmente como Asociación de Amigos para la Conservación de este edificio. «Lo único que pedimos es que las administraciones se hagan cargo de su recuperación», indica Dávila, cuya familia, propietaria de la maquinaria está dispuesta a cederla desinteresadamente si se atienden sus demandas.

La Asociación es tan nueva que todavía no les ha dado tiempo para celebrar la primera asamblea. El colectivo no quiere limitar los futuros usos de las instalaciones y señala que estas podrían abarcar, «desde museo del gofio, a convertirse en lugar donde celebrar actos culturales o en un taller relacionado con los molinos». Y es que estas paredes acumulan ya siglo y medio de la memoria de Tacoronte. Por todo ello, el alcalde de Tacoronte, José Daniel Díaz Armas es partidario de adquirir el inmueble y dedicarlo a un futuro museo del gofio.

La auténtica protagonista de esta historia es Miguelina Rodríguez Pérez quien estuvo junto con su marido tres décadas elaborando gofio. Labores que compaginaba con su pasión por la poesía. Hace algunos meses el Ayuntamiento la distinguió como personaje carismático y ejemplar del municipio. Sobre el molino se han hecho varias investigaciones que resultaron premiadas tanto en el ámbito insular como regional.

Lo cierto es que antes de que tomara las riendas del ingenio, éste había pasado por las manos de otras personas que sucesivamente lo fueron traspasando. Por último, fue Miguelina y su marido quienes se hicieron cargo del negocio y, además, obteniendo un importante éxito. Por ejemplo, esta mujer recuerda que tan sólo en un fin de semana llegó a vender 400 kilos en el Mercadillo del Agricultor.

Hasta El Calvario llegaba gente del Sur y Norte de la Isla, lo que se justifica por la calidad del producto que elaboraban de forma totalmente artesanal. Primero funcionaba por medio de una máquina de vapor que luego sustituyeron por otra de fuel y a continuación por una de gasoil.

En estos momentos el edificio está rodeado de un conflicto sobre su propiedad derivado de las sucesivas herencias de las que ha sido objeto. El resultado es que durante años Miguelina tuvo que hacer frente al pago del Impuesto de Bienes Inmuebles (IBI), luz y agua. Hasta que  lógicamente optó por no asumir estos gastos. Por ello, sospecha que el edificio ha pasado a ser propiedad de Hacienda y cree que tan sólo las instituciones son las quien pueden poner fin a este enredo administrativo.

Fue en 2001 cuando definitivamente el negocio cerró sus puertas, coincidiendo con el empeoramiento de la salud del matrimonio. No obstante, Miguelina mantuvo el molino en marcha hasta que alcanzó los años de cotización y logró una paga de invalidez. Desde entonces el molino ha caído en un serio abandono del que solo podrá salir con el esfuerzo común de todos los involucrados. Vecinos e instituciones,

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