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OPINIÓN | Cuando la Fuente palió la escasez del agua (1822) | Salvador García Llanos

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Año 1822. Escasez de agua potable en el Puerto de la Cruz. El problema adquiere dimensión social, de modo que, en pleno mes de julio, con muchas familias al borde del desespero, el Ayuntamiento decide nombrar una comisión a la que se encomienda la urgente visita a la fuente de Martiánez para realizar sobre el terrenos los estudios y cálculos correspondientes para el aprovechamiento de sus aguas y tratar de conducirlas a los núcleos habitados del pueblo.

El cronista oficial del municipio, Nicolás Pestana Sánchez, relata un testimonio muy llamativo, a partir del informe emitido por la citada comisión. Contenía lo siguiente:

1º Que se podría aprovechar el agua en el naciente, haciendo unas obras que costarían unos doce pesos, aproximadamente.
2º Que el agua que salía por los dos chorros existentes daba cuarenta cuartillos por minuto, o sea, ciento veinte pipas en las veinticuatro horas.
3º El estanque construido para recoger las aguas medía 12,5 varas de largo, 3,5 de ancho y 1.5 de alto, necesitándose catorce horas para llenarlo, en cabida de setenta pipas; debiéndose prohibir que, en dichas horas, se lavase ropa. Para el riego de huertas era preciso llenarlo cada veinticuatro horas.
4º Que la conducción de las aguas al pueblo no era cosa difícil. Para ello solo se necesitaba hacer, desde los chorros al barranco, 700 varas de atarjea y desde este lugar a la esquina de la casa de los herederos de don Manuel Morales, 186 varas. Si se quería conducir por la parte trasera del sitio de don Ramón Mathieu, a salir por el callejón situado detrás de las casas de la calle La Hoya, habrían de construir 384 varas de atarjea, cuyo coste aproximado era de mil pesos”.

Claro que alguna terminología llama la atención. Estamos en pleno siglo XIX y algunos conceptos de entonces (pesos, cuartillos, varas) nos dan idea de las medidas y los elementales cálculos de la época. Otro concepto, síndicos personeros, también tuvo un claro protagonismo en este episodio (Era un cargo municipal español instituido por el monarca Carlos III como respuesta a las protestas populares conocidas como Motín de Esquilache producido en 1766. Se trataba de dar voz en los ayuntamientos al “común”, como se solía llamar entonces a los plebeyos, al pueblo. El síndico personero fue creado para intentar satisfacer las reivindicaciones populares en unos municipios dominados por la oligarquía de los regidores. Los síndicos personeros son los antecedentes de los modernos diputados del común o defensores del pueblo).

Volvamos entonces al testimonio de Pestana que recoge que estos cargos creían que “ningún particular podría presentar derecho a estas aguas que el pueblo tenía, máxime tratándose un abasto de primera necesidad”. Fíjense en las precauciones que había que tomar pues estimaban que “para emprender esta obra sin miedo a que en ninguna época pudieran surgir cuestiones judiciales, se nombrase un miembro del Ayuntamiento para que se entrevistara y tratara sobre la materia con con don Luis Gutiérrez, administrador del Marqués de Torre Hermosa que, según voces populares, era el único que podía oponerse”.

El relato del cronista es minucioso y revelador para saber cómo se resolvió el intrincado problema de la escasez hídrica:
“Según un acuerdo municipal adoptado el 1 de junio de este año, es decir, con anterioridad al antedicho informe, los síndicos personeros (el plural sugiere que debía haber más de uno) mostraron al Ayuntamiento una escritura de 11 de junio de 1652, otorgada ante el notario don Martín de Nevada Romero, escribano público que fue de esta isla, por la que constaba que doña María Ruiz y demás interesados y dueños del año que llaman de Martiánez, la cedieron en beneficio de este pueblo gratis y en nombre de todos sus herederos que en lo sucesivo fueren, bajo las condiciones que en dicha escritura se contienen; como, asimismo, les cedieron un sitio de 70 pies en cuadro dentro de esta misma jurisdicción, en los llanos que también se llaman de Martiánez que, asimismo, les pertenecían, a fin de que, conduciendo el agua al pueblo, pusiesen allí el pilar de su abasto”.

Nicolás Pestana Sánchez señala que un vecino del pueblo, José Francisco Páez, se trasladó con posterioridad a La Laguna con el fin de interesarse por la solicitud hecha por el Ayuntamiento portuense al denominado Consulado Nacional, “entre otras cosas, por la búsqueda de la escritura de las aguas de Martiánez y testimonio que de ella se sacó.” Finalmente, precisa el cronista: “No cobró cantidad alguna por sus trabajos, por lo que se le dio las gracias”.

Se supone que la escasez de agua fue paliada. La fuente de Martiánez era, nuevamente, el auxilio fundamental del pueblo. En 1822.

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