FIRMAS Francisco Pomares

OPINIÓN | A Babor | La quiebra | Francisco Pomares

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La quiebra de Thomas Cook supone una verdadera desgracia para el sector turístico canario -y para la economía de las Islas-, en un momento signado por la creciente amenaza de parón del crecimiento en toda Europa, por una nueva crisis de los precios del petróleo, por la caída de la conectividad y por el brexit. La suma combinada de todos esos factores coloca al sector turístico canario ante la posibilidad de perder entre dos y cinco millones de visitantes, algo que provocaría la pérdida de miles de puestos de trabajo y la ruina para centenares de empresas hoteleras, de restauración y de ocio. Estamos ante lo que los economistas definen como una tormenta perfecta, consecuencia de procesos combinados que se retroalimentan unos a otros, en una suerte de kermesse diabólica. Eso debería ser suficiente para obligar a todas las instancias implicadas -empresas, sindicatos, instituciones públicas, ayuntamientos- a actuar con sensatez y cabeza fría.

Porque si nadie lo remedia esta va a ser la crisis más grave a la que probablemente se enfrente el turismo canario desde 1973. Una situación que aún no parece responder al colapso del sector, a una crisis sistémica, pero que apunta a cambios de recorrido e implicaciones imprevisibles que pueden dar al traste con el complejo equilibrio entre oferta y demanda, que permitió a la economía insular sortear sin hundirse los peores momentos de la gran recesión.

Thomas Cook no es un touroperador cualquiera: sus hoteles y aviones dan servicio en las Islas a más de tres millones de personas al año. La quiebra ya imparable de la empresa supone -sin contar la quiebra hotelera- la pérdida de alrededor de un millón de plazas aéreas al año, un cuarto de millón en los tres meses que faltan para concluir éste fúnebre 2019. Frente a los indocumentados que vienen hablando de la conveniencia de reducir la aportación del turismo al PIB regional, lo cierto es que la pérdida de esos millones de turistas va a tener un efecto negativo exponencial en la economía local: cada millón de turistas supuso el pasado año algo más de mil millones de euros de PIB. La combinación de la crisis de Thomas Cook y el resto de los factores que retraerán el atractivo del destino Canarias, podrían suponer -y no en la peor de las hipótesis- una caída de entre el cinco y el diez por ciento del PIB. Una catástrofe que implicaría también la caída en picado de recursos fiscales para la región, especialmente los derivados de la aplicación del REF -el IGIC- y un desastre económico para los ayuntamientos, los cabildos y el Gobierno de Canarias.

Se me escapa absolutamente qué puede hacerse ante una situación de tan extraordinaria gravedad. Pero sí creo saber lo que no debe hacerse. Para empezar no deben decirse imbecilidades: ayer, un viceconsejero de Unidas Podemos en el Gobierno de Canarias, Miguel Montero, aseguraba en su cuenta de Twiter que el desastre de Thomas Cook «abre una ventana de oportunidad para crear un touroperador público». ¿Un touroperador público? ¿En Europa? Y añadía otra perla ideológica, arropada en su concha de demagogia: «que hablen los expertos antes de volver a regar con ayudas públicas a otras empresas que nos pueden dejar tirados de la noche a la mañana». Vaya propuesta. Vaya explicación. Vaya tropa.

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