Aún sin coger resuello tras el totum revolutum del sábado, leo una píldora de sabiduría concentrada en un twit: «Qué malos son los pactos cuando no nos gustan y que buenos son los pactos cuando salen los nuestros». Pues sí, es verdad verdadera: recibí ayer un centenar de twits y recados insultantes por contar lo que ha pasado en Santa Cruz de Tenerife, los motivos y personajes detrás del tamayazo. No creo que el problema sea que Ciudadanos haya votado por el PSOE. Probablemente si Ciudadanos hubiera decidido votar por gobiernos moderados, en vez de entregarse a Vox en Andalucía y Madrid, tendríamos hoy en este país la mitad de la crispación e histeria colectiva que tenemos.
Porque aquí el problema es que dos concejales de Ciudadanos han desobedecido las instrucciones de su partido, haciendo alcaldesa a Patricia Hernández, y los partidarios de la nueva alcaldesa presentan ese comportamiento (más filibustero que gamberro) como una heroicidad y una demostración de coherencia. Comprendería incluso que no criticaran la decisión de los dos expedientados, porque no es el PSOE quien debe dar cuentas a los votantes de Ciudadanos, pero ¿Hacer pasar por héroes a dos traidores? ¿Héroes de qué?
Propongo un ejercicio (un ejercicio absolutamente improbable, aclaro) para ayudar a los exaltados a meditar: imaginen los mismos que apoyan la heroica decisión de Zambudio y Lazcano que, en los próximos días, no se logra cerrar un acuerdo político para formar el Gobierno de Canarias, el asunto llega a votación parlamentaria, y en el último minuto, los dos diputados de Ciudadanos que han recibido la instrucción de su partido de no apoyar a Fernando Clavijo porque está imputado -una decisión discutible, pero que es la de su partido- deciden pasarse esa instrucción por el refajo y le votan y le convierten en presidente. ¿Sería razonable que los partidarios de Clavijo defendieran esa decisión como un acto de heroísmo?
Ramón Trujillo revelaba ayer en estas mismas páginas [El Día], con evidente satisfacción, cómo se había hurdido el acuerdo para liquidar a Bermúdez, y se sentía orgulloso de la coherencia demostrada por los concejales de Ciudadanos al no cumplir las instrucciones de su partido. ¿Qué pensaría Trujillo de quienes aplaudieran que Vidina Espino y Ricardo de la Puente apoyaran a Clavijo? Yo pensaría lo mismo que pienso ahora de los concejales Zambudio y Lazcano. Que cuando uno no está de acuerdo con las decisiones de su partido debe irse. Incluso podría entender que -por esos motivos ideológicos o de coherencia moral que reivindica Trujillo, hubieran votado e inmediatamente después hubieran dimitido y a casa. Pero quedarse a disfrutar de las ventajas de su hazaña? ¿Dónde está la heroicidad?
A veces hay que volver a los clásicos, siempre me gustó aquella sentencia convertida en historia tras el asesinato de Viriato a manos de sus capitanes, que habían sido comprados por Roma. Cuando acudieron a pedir su recompensa, se les respondió: «Roma no paga traidores». Pues eso. La política sería mucho mejor si alguna vez no se pagara a los traidores.
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