FIRMAS Francisco Pomares

OPINIÓN | A babor | El cuerpo de un niño | Francisco Pomares

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Trece días después, los mineros lograron sacar el cuerpo del niño del pozo. Ocurrió a las dos y media de la madrugada del viernes al sábado, y las teles se quedaron con los ganas de retransmitir en directo el final del rescate que estuvieron explotando durante dos semanas, convirtiéndolo en una de las coberturas noticiosas más vergonzosas que este país ha soportado en los últimos años. Durante todo ese tiempo, el país entero entonteció ante el poder de la televisión: el niño había caído en un pozo estrecho y muy profundo, de 70 metros. Sobrevivir a una caída así es absolutamente improbable. Los dos torres de Santa Cruz, las torres gemelas más altas de España, tienen una altura de 120 metros. ¿Alguien pensó realmente que el niño podía sobrevivir a una caída desde 20 pisos de altura? Trece días después, las televisiones -todas- seguían hablando de su rescate, de los esfuerzos que se realizaban en la excavación para evitar dañar al niño. ¿Alguien pensó realmente que el niño podía sobrevivir a esa caída y a casi dos semanas sin agua, sin comida y probablemente sin aire?

La historia televisada del rescate del cuerpo de este niño muerto al caer por un pozo, no es la historia de una demostración de solidaridad con el sufrimiento, o de respeto a las esperanzas de su familia, como se ha repetido estos días en declaraciones de los protagonistas del rescate, en editoriales y comentarios. Es más bien la historia de una dosificación intencional y calculada del miedo y el dolor, es la historia del abuso recurrente de la información como producto, de la manipulación sentimental de un país atrofiado ante el sufrimiento próximo y real, hipnotizado por el poder de la imagen, y capaz de tragarse y consumir como vivencia cualquier relato virtual.

La historia del cuerpo de este niño no debiera haber sido tan distinta de la de otros cuerpos de otros niños muertos que nos han ofrecido las imágenes de la televisión y los medios. Pero lo ha sido: frente al cuerpo ahogado sobre la arena de una playa turca, iconizado morbosamente como reclamo instantáneo para conciencias oxidadas? frente al cuerpo mil veces reproducido de Aylan Kurdi, del cuerpo de Julen Roselló -el niño del pozo- la televisión no tendrá nunca imágenes que ofrecer a su audiencia de vampiros. Por eso lo hicieron vivir durante dos semanas en la imaginación de una nación idiotizada. Por eso, después de saberse sin duda razonable que estaba muerto -tras aspirar su pelo en el primer intento de rescate- lo convirtieron en objeto de un salvamento sin sentido, tan absurdo como desproporcionado e imposible, pero que nadie se atrevió a criticar en este país de mentes cobardes.

El cuerpo de un niño muerto mantenido vivo por los medios, para mantener eternamente encendidas las pantallas de ese circo digital de miserias, espectáculo, bajezas y maravillas que hoy domina nuestras vidas.

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