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A babor | Unas primarias abiertas | Francisco Pomares

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Tras la inesperada renuncia del gallego Núñez Feijóo a participar en las primarias del PP, la pelea por suceder a Mariano Rajoy mantiene al partido conservador en un estado de extraordinaria confusión, y con su capacidad de reacción a los acontecimientos que protagonizan Pedro Sánchez y su partido bastante capitidisminuida. El martes, las dos mujeres clave en la etapa de Rajoy al frente del PP -la secretaria general, María Dolores de Cospedal y la vicepresidente Soraya Sáez de Santamaría- anunciaron su intención de disputar el liderazgo del partido conservador, en unas primarias absolutamente abiertas, en las que -si nadie lo remedia-, tendrán que batirse también con gente como Pablo Casado, o el exministro García-Margallo.

El PP vive, pues, una situación de claro vacío en su dirección, que probablemente se resolverá con un duelo final ante el Congreso del PP de las dos candidatas principales: la que presume de años de controlar el partido y llevarlo a la victoria, y la que alega su experiencia como número dos de Rajoy en el Gobierno. Sin embargo, nada está definitivamente escrito, y las primarias son un proceso extraño, en el que un exceso de candidatos podría llegar a producir sorprendentes combinaciones.

En una situación abierta como esta, la posición de Mariano Rajoy podría haber resultado aún determinante. Pero el expresidente del Gobierno y del partido ha sido bastante claro: mantendrá una posición neutral en el conflicto abierto entre sus dos principales colaboradoras. No va a pronunciarse, ya lo dejo claro hace unos días cuando dijo que no tiene ni sucesores ni delfines y que no distinguirá a nadie con una preferencia «porque sería cometer una enorme injusticia con todos los demás». El hasta hace sólo unos días líder indiscutible de su partido rompe así con la tradición del «dedazo» que le llevó a él mismo a la dirección nacional del PP por decisión expresa de José María Aznar, e inaugura con su decisión una era de democracia interna en la selección de cargos del PP.

Monopolizada la atención pública por los gestos -a veces muecas- del nuevo Gobierno de Sánchez, la retirada de Rajoy está pasando plenamente desapercibida. Lo cierto es que las formas en las que ha embridado su renuncia son las de un perdedor que ha sabido reconocer el fin de su propio tiempo. El martes visitó en Alicante al sustituto de esa plaza de registrador de la propiedad, a la que tiene decidido incorporarse después de 30 años de dedicación política. Golpeado íntimamente por una censura que no llegó a entender ni asumir, Rajoy abandona el escenario sin alharacas, rehuyendo voluntaria y expresamente la atención de los focos. Renuncia a todos sus cargos, en el partido y en el Congreso, y se niega a mangonear un congreso en el que podría haber jugado a nombrar a su sucesor, o a influir de algún modo para mantener cierto control. No lo ha hecho, y eso demuestra una de dos: o un absoluto cansancio, o una meditada elegancia.

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