Dicen que la experiencia es un grado, y quizá sea cierto. Ese político experimentado, correoso y afilado que es José Miguel Bravo de Laguna -un tipo con un extraordinario currículo a sus espaldas, con sus luces y sus sombras- ha puesto el dedo en la llaga al recordarnos que los sentimientos y percepciones tienen mucho que ver con los números. Bravo ha colocado el foco sobre el retroceso del PIB grancanario -y de la demografía de la isla- en relación con Tenerife, para explicar la mortificación insularera que alimenta el relato de conflicto y crisis institucional en el que se ha instalado el presidente del Cabildo de Gran Canaria, Antonio Morales.
En realidad, el retroceso comparativo del PIB de Gran Canaria con relación al de Tenerife debería, a mi juicio, ser interpretado más como una buena noticia, que como una mala nueva. Porque lo que de verdad ha ocurrido en Gran Canaria es que el desarrollo económico y demográfico de los últimos cuarenta años se ha producido -gracias precisamente a los efectos de la denostada autonomía regional- de una forma mucho más equilibrada, sensata y sostenible en las islas de la provincia de Las Palmas que en las de la provincia de Santa Cruz de Tenerife. Lo que en las islas orientales es un reequilibrio de la riqueza, la población y la actividad económica, con un impactante desarrollo turístico de Fuerteventura y Lanzarote, en las islas occidentales tiende a convertirse en un gravísimo problema de concentración del desarrollo y de la población en Tenerife, y más concretamente en el Sur de Tenerife, en detrimento de las islas menores de la provincia occidental, que deja a la periferia tinerfeña a merced del presupuesto público, y a la mayor de sus islas -la de La Palma- con un problema de supervivencia pura y dura, basado en un modelo de desarrollo económico insostenible, que depende casi en exclusiva del dinero que llega de Europa y del Estado.
Decía Winston Churchill, pensando en Gran Bretaña, que las islas son un lujo para el continente. Las islas de La Gomera y el Hierro son ya, sin duda, un lujo que mantenemos entre todos los canarios, españoles y europeos, entre otras cosas porque su población escasa hace que las necesidades de sus pocos habitantes puedan ser atendidas. Pero el caso concreto de La Palma es mucho más grave: La Palma es hoy una isla con un modelo insostenible ya en el corto plazo. Con la reducción de las ayudas europeas al plátano, La Palma va a ver cómo el sector público se convierte en el único soporte de una economía maltrecha y una demografía envejecida. Quizá son estos los asuntos que deberían preocuparnos al conjunto de los canarios, y no esta ridícula carrera de las islas capitalinas por encabezar el PIB, las inversiones o el liderazgo regional.
El debate sobre el desequilibrio en las inversiones y el gasto es un debate recurrente en nuestra historia. Ahora toca señalar a Tenerife desde Gran Canaria, como antes tocó señalar a Gran Canaria desde Tenerife. Lo cierto es que el gasto debe responder a necesidades y no a un reparto especular. Pero hay cosas que pueden hacerse por reequilibrar de verdad esta región en lo que sí es importante. Y si hablamos de territorios habitados y no de ciudadanos con necesidades concretas, lo más importante es buscar cómo resolver el futuro de una isla que no tiene futuro.
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