FIRMAS Francisco Pomares

A babor | La visión de la víctima | Francisco Pomares

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A cada nueva muerte de una mujer a manos de un hombre, volvemos la vista hacia la administración, reclamando más recursos, más medidas, más leyes, más prevención. Hace falta todo eso, sin duda, pero hay países donde lo tienen, y los asesinatos de mujeres a manos de sus compañeros no han menguado, al contrario, siguen aumentando con los años: ocurre en los países escandinavos, donde el Estado es extraordinariamente competente en la persecución del maltrato y los abusos de hombres contra mujeres. Quizá el problema no esté en los recursos, sino en la mirada de la sociedad ante el problema, en la educación que hombres y mujeres reciben desde su infancia, en el ostracismo y marginación que espera a la víctima de maltrato, a veces en su propio entorno familiar o laboral.

Ponerse en la piel de una mujer maltratada o agredida es difícil: se trata de alguien que debe asimilar que la persona a la que quiere o ha querido durante mucho tiempo te amenaza, te grita, te insulta y te agrede. Aceptar que eso ocurre, que no se trata de que un hombre tenga mal carácter, genio vivo o lengua suelta, no es fácil. Asumir que vives con un maltratador es aceptar que esa parte de tu vida que te define como mujer, compañera, quizá como madre, ha fracasado. Y una vez asimilado eso, una vez que estás rota por el reconocimiento íntimo de esa derrota, hay que denunciar. Por supuesto que hay que denunciar, pero es un paso difícil, que en la mayor parte de los casos hay que dar sola: supongo que muchas mujeres se preguntan para qué sirve denunciar, porque hacerlo no garantiza que vas a ser protegida: no se pone escolta a las mujeres maltratadas, en la mayoría de los casos no hay medios para controlar al maltratador, que además reacciona ante la denuncia enfureciéndose más. Denunciar no evita que te maten, pero lo que es seguro es que te significa ante los ojos del mundo como mujer maltratada.

¿Qué mujer optaría -si puede evitarlo- por identificarse a sí misma como agredida? ¿Qué mujer querría delatar al padre de sus hijos, a la persona con la que ha compartido su vida, esa persona concreta a la que ha amado durante años y aun así le pega? ¿Qué mujer no duda? Y si denuncias? ¿no será peor? Por eso hay muchas que vuelven a casa, pensando que lo peor ya pasó, y que es mejor un hombre calmado que uno enfurecido?; muchas prefieren el silencio, por vergüenza y por miedo. Muchas prefieren no denunciar. Se lo explican al médico que las atiende en el centro de salud y lo que reciben de él no es asesoramiento o consejo sobre lo que deben hacer. Está sola. Y si no denuncias, recibes una factura del Servicio Canario de Salud por el coste de la atención recibida. Te llega a casa, uno o dos meses después, por no haber contestado afirmativamente a la petición del juzgado de identificar a tu agresor. Y la escondes para que no sea el detonante de un nuevo y peor maltrato. Y la pagas, claro. Y en tu fuero interno te sientes nuevamente humillada y ultrajada, esta vez por la Administración. La factura ha llegado a tu casa como llega una multa de tráfico, sin que ningún trabajador social te llamara antes para preguntar por qué no quisiste poner denuncia, o para interesarse por ti. Solo la factura, y el miedo al recogerla. Y vuelta y repito.

El maltrato es hoy el peor problema de seguridad de Canarias. Lo dice la Policía: cientos de maltratos diarios, miles a la semana, la punta de un iceberg de miedo e infamia vivida en silencio en tantos casos. Un drama gigantesco que mantiene a miles de personas aterradas, ocultando lo que les ocurre a sus hijos, a los parientes y amigos, sintiéndote culpable de que las traten mal, porque no se ven capaces de estar a la altura de lo que un hombre espera de ellas. Canarias es la región española donde más casos de maltrato se producen. Otro de nuestros tristes récords. Frente a eso no basta sólo con más medios: hace falta interiorizar una visión nueva, la de la víctima, comprender que la denuncia es el final de un relación afectiva deshecha, que cuesta mucho denunciar, y que hacerlo no es sinónimo de sentirse protegida o segura, sino en muchos casos justo lo contrario. Hace falta una actitud de rechazo social del maltrato y de compromiso con la mujer maltratada.

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