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Chocheando, sin rodeos | Manuel Herrador Calatrava

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Mostrar debilitadas las facultades mentales por efecto de la edad y manifestar de forma exagerada el cariño y afición a personas o cosas, hasta el punto de comportarse como quien chochea, son las dos acepciones del término chochear.

Lectores, cumplo ambos significados. Carla tiene la culpa. Nació con el mes, apenas cumple un día y ya me he quedado sin lágrimas de tanto llorar de alegría al experimentar una nueva emoción, un sentimiento hasta ahora desconocido. Acabo de alcanzar otro estatus, el de abuelo. Y pienso cumplir a rajatabla cada una de las características que, respecto a los nietos, lo definen como tal. A saber, caprichos, golosinas, regalos, mimos, cariños, arrumacos y –casi- todo lo que me pida.

Cuanto mayor soy, necesito sentirme más niño; para jugar más, para reír mucho, para ensuciarme con la lluvia, para romper los zapatos de tanto usarlos, para ir a las ferias, para comer guarrerías, dulces y perritos; para esconderme y dar sustos, para no ser rencoroso, para abrazar fuerte a quien quiero, para sorprenderme con todo, para experimentar aventuras nuevas; para sentirme muy querido, para dormir de un tirón, para no pensar en el pasado, para que el tiempo se alargue; quiero ser niño para jugar con mi primera nieta y que me peine de mil maneras, como mi hija –su madre- hizo con mi padre.

Chocheo, sí, con todas mis fuerzas, consciente de ello, sin tapujos y en público. Chocheo, sí, sin rubor y a conciencia, para disfrutar de todo lo que un ángel puede ofrecer: dulzura, cariño, inocencia, alegría, amor, ternura, ilusión, templanza, equilibrio y nobleza.

El diccionario español dice que abuelo/a es el padre o madre de uno de los padres de una persona. Llegar a esa etapa, la de ser padre o madre de alguien que –a su vez- lo es de Carla, constata que he llegado a una de las casillas más singulares del juego de la vida; confirma que he entrado en una fase en la que deberé ganarme el respeto de mi nieta, de mis hijos, de mi familia y de mis amigos.

Me toca tirar, jugar de nuevo, seguir avanzando; el cubilete ya tiene dentro todos los dados, y cada uno de ellos marcado con los principios de lealtad, bondad, entrega, amor, respeto y chocheo. Chochear con una nieta también es ser coherente y, yo, quiero serlo, quiero reconocer que, incluso, estoy dispuesto a hacer una pequeña trampa en el dado y –sin que nadie se entere- trucarlo para que salga con más frecuencia por esa cara, la del chocheo.

He empezado cumpliendo fielmente mi nuevo rol, el de abuelo; está claro que esta chocheante columna así lo acredita. Y a ti, Carla, quiero decirte que si estás leyendo estas quinientas palabras y eres capaz de percibir entre líneas todo el amor y las bellas sensaciones que por ti ya siento, entonces, más que nunca, que sepas que habré sido un afortunado abuelo

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