El Gobierno ha presentado la destitución de María Teresa Lorenzo como una dimisión a petición propia. Es una fórmula bastante manida que no engaña absolutamente a nadie: a Mariate Lorenzo se le dio puerta, después de resistirse la buena señora todo lo que pudo y le dejaron los suyos. Perdida la confianza de quienes la pusieron en el Gobierno, es decir, de sus amigos David de la Hoz y Pedro San Ginés, a la Lorenzo no le quedaba otra. Se fue sin asistir al anuncio de su propia defenestración, práctica por otro lado bastante habitual y razonable en estos casos.
Las reacciones al nombramiento como sustituto de Mariate Lorenzo del también conejero Isaac Castellano, hasta la fecha director general de Relaciones con el Parlamento, han sido unánimemente críticas por parte de la oposición, empeñada en demostrar que el papel de la oposición es oponerse. Algunas de esas reacciones han sido surrealistas: por ejemplo, resulta chocante que quienes habían pedido por activa y pasiva la dimisión de la consejera, por su nefasta dirección de los asuntos de Cultura, califiquen ahora su destitución como la prueba de que el de Clavijo es un Gobierno inestable y con el rumbo perdido. ¿Qué habrían dicho si se hubiera optado por mantener a la señora Lorenzo al frente de los asuntos culturales? ¿O si se hubiera dividido la Consejería de Turismo, quitando Cultura y Deportes y pasando ambas áreas a otro departamento? Pues habrían dicho de todo, supongo. Y con razón.
Porque de decir algo se trata: el PSOE, por ejemplo, ha acusado a Clavijo de «convertir a Lorenzo en una víctima de su propia ineficacia». Lo ha dicho Lavandera, que considera que esa práctica -convertir a los demás en víctimas- es un vicio muy feo. Lo dice el hombre porque anda aún con el mismo disco puesto desde la ruptura del pacto PSOE-CC, cuando a él le tocaba defender los feos vicios del señor Clavijo. En lo que Lavandera coincide con todos los demás portavoces es en interpretar el nombramiento de Isaac Castellano -lanzaroteño como el propio Lavandera- como la demostración de que Clavijo se ha visto forzado a colocar en Turismo a alguien de Lanzarote porque «es un presidente con las manos atadas, rehén de las ambiciones de un partido que no piensa en Canarias, sino en sus cuotas de poder». Toda la oposición, como un solo hombre, ha salido con el mismo estribillo: que Clavijo es rehén de los suyos, y que practica una política insularista de cuotas. No es que sea el descubrimiento de la pólvora, pero es un buen argumento: un argumento que define bastante bien cómo funciona Coalición, y quizá también por qué mantiene su presencia en todas las islas, por más que la que tiene en Gran Canaria resulte bastante raquítica. María Australia Navarro, del PP, ha insistido en la misma historia, pero como es de derechas, en vez de hablar de sumisión ha hablado de hipoteca: «Clavijo está hipotecado por los repartos insulares de Coalición», ha dicho, mientras Asier Antona aplaudía en Twitter. Y también Román Rodríguez se ha referido a «la cuota conejera» con la que «Lanzarote mantiene su poltrona en el consejo de Gobierno». La única que se ha descolgado con una ocurrencia propia ha sido Noemí Santana, que ha explicado que con la salida de Lorenzo «cae el eslabón más débil del Gobierno». No sé qué quiere decir doña Noemí con eso. Pero a ella le parece «curioso» que se sustituya a la señora Lorenzo «cuando el turismo es lo que mejor funciona en Canarias». Menos mal que no ha dicho que lo que mejor funcionaba era el Festival de Música, cuando Podemos lo mangoneaba.
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