Los humanos tenemos una virtud especial. Quiero creer que es una virtud en lugar de un defecto, que consiste en borrar de nuestra memoria los acontecimientos que consideramos desagradables.
La noche negra del 23 de febrero muy pocos fueron los españoles que pudieron cerrar un ojo, las noticias que nos llegaban eran desesperantes. El gobierno en pleno y la totalidad de los diputados del congreso estaban secuestrados por un teniente coronel de la guardia civil y cien números de la benemérita.
Todos esperábamos la salida en la televisión de Juan Carlos I Rey de España y Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas. Los tanques habían aparecido en las calles de Valencia, las guarniciones de todas las capitanías generales estaban acuarteladas horas antes de producirse el golpe de Estado por el Tte. Coronel Tejero.
El desenlace de golpe de Estado y la implicación de la corona en el mismo es una evidencia tan grande que ha dejado en entredicho el macro juicio donde fueron condenados, Armada, Tejero, Milans del Bosch y una docena de militares y guardia civiles.
Ese fue el primer juicio donde debió estar implicado el rey Juan Carlos y su esposa la reina Sofía. El silencio siciliano mostrado por todos los condenados, la lealtad a la corona y al comandante en jefe de las fuerzas armadas, ha hecho que muchos de estos personajes hayan muerto llevándose a la tumba la verdad de los trágicos hechos del 23 de febrero de 1,981.
Nos parece increíble el mafioso asunto de la familia Pujol – Ferrusola con el tema del «impuesto revolucionario» a empresas y empresarios a los que se les concedía contratos públicos, cuando esa práctica la llevaba ejerciendo desde el palacio de la Zarzuela su Majestad Juan Carlos I a través de una docena de testaferros encabezados por el malogrado y fiel escudero de innumerables «batallas»; Manuel Prado de Colón y Carvajal. Las «mordidas» del «campechano» eran verdaderos bocados al bolsillo de empresas tanto españolas como extranjeras, en las que de una u otra forma se implicaba a la familia real para justificar. Mario Conde y Javier de la Rosa saben mucho de ese tipo de «impuesto real» al que nadie podía negarse.
El juicio de Iñaki Urdangarín y Cristina de Borbón, no es, ni por asomo, el único expolio a las arcas públicas por parte de la casa real, otra cosa es que no interese investigar las presuntas irregularidades del monarca emérito; como el cargo a los fondos reservados a distintos ministerios de los gastos relativos a la limpieza del fusil real, que, visto lo visto, lo limpiaba con relativa frecuencia.
La abdicación del Rey Juan Carlos I llevó aparejada una serie de nombramientos que tuvieron como objetivo primordial el blindaje del personaje ante la justicia. Sigue como rey de España y por lo tanto intocable ante la ley de los mortales, a la corona solo se le podrá hacer un juicio público y paralelo a la justicia ordinaria.
Difícil lo tiene el heredero y actual rey de los españoles. Felipe VI sabe muy bien que la estrecha calle por la que le toca transitar está vigilada las 24 horas de cada día, día a día, semana por semana, mes por mes y año tras año, cualquier gesto o movimiento de la familia real se va a cuestionar. Sabe muy bien que una encuesta sobre las preferencias de los españoles, referente a ser gobernados por una monarquía parlamentaria o una república el resultado sería abrumador y desmoralizante. Los españoles, lejos de monárquicos se declaraban seguidores de Juan Carlos I (juan carlista) por lo que tal y como están hoy por hoy la cuestión, parece dudoso que le pueda quedar algún simpatizante.
El éxito de la monarquía parlamentaria en España depende, en buena medida, de la actitud y aptitud de Felipe VI, mucha carga sobre sus hombros, mucha responsabilidad ante las pocas familias reales que aún se mantienen en el siglo XXI.
Mucha carga sobre sus hombros y poco camino que recorrer.
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