DEPORTES Medio Ambiente SOCIEDAD

La cara y la cruz de las carreras de montaña

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EFE.- Las carreras por la montaña han proliferado durante los últimos años hasta atraer a unos 700.000 participantes en las casi 2.000 pruebas que cada año se celebran por España, pero muchas transcurren por espacios naturales y se impone la adopción de medidas para minimizar sus impactos.

Estos eventos dinamizan el turismo rural, ya que movilizan a un gran número de personas -organizadores, corredores y familiares- y han contribuido de una manera determinante a poner en valor territorios olvidados, a difundir su nombre o a propiciar un redescubrimiento por parte de sus propios habitantes; ésa es la cara.

Pero se han popularizado tanto que pueden poner en peligro la conservación de algunos espacios naturales por los que transcurren, porque la tendencia es también realizar esas pruebas en paisajes espectaculares, naturales o remotos, en muchas ocasiones protegidos; ésa es la cruz.
Los espacios de la red Natura 2000, que ocupa casi el 30 por ciento del territorio español, son también el escenario de cientos de esas pruebas, por lo que pueden ser los primeros perceptores de las oportunidades y beneficios derivados de esas carreras pero también los primeros interesados en que se desarrollen de una forma completamente respetuosa con el medio ambiente y la conservación.

Con el fin de hacer compatible el desarrollo de esas carreras con la conservación de los valores naturales de los lugares por los que transitan, la organización Europarc-España (que reúne a más de 1.800 áreas protegidas de España) ha editado la «Guía de buenas prácticas para el desarrollo de carreras de montaña en espacios naturales protegidos».

Para elaborar esa guía la organización reunió a un grupo de trabajo con representantes de la administración, responsables de la gestión de espacios protegidos, investigadores o especialistas de la Federación Española de Deportes de Montaña y Escalada.

La guía plantea las medidas que se deben adoptar para que esos movimientos de personas repercutan en el desarrollo de los municipios por los que transcurre, para potenciar la complicidad entre los corredores y la población local, y para minimizar los impactos sobre los recursos naturales y culturales de los espacios protegidos.

Y propone incluso que no se autoricen las pruebas en aquellos casos en los que se verifique que los impactos previsibles van a ser incompatibles con la conservación, pero las palabras clave sobre las que se sustenta la guía son «ordenación» y «regulación».

En el trabajo se pone de relieve la importancia de adoptar medidas para minimizar los impactos desde que se empieza a planificar una prueba hasta su ejecución, buscando siempre el compromiso y la implicación de los corredores, y de evaluar al término de la misma los posibles daños que se han causado para restaurarlos.

Sugiere el tipo de señales o balizas que se deben utilizar para marcar los recorridos, el tipo de materiales, dónde deben situarse los puntos de avituallamiento, la animación festiva, los escenarios, los servicios sanitarios o el guardarropa, y también que todas las carreras deben incluir un plan de limpieza para que el medio quede en las mismas condiciones que antes de la prueba.

Los expertos que han participado en la elaboración de la guía han sugerido que la salida y la meta se ubiquen en suelo urbano, que el comienzo -cuando más corredores se aglomeran- discurra por núcleos urbanos o alrededores, que se utilicen preferentemente pistas pavimentadas, pistas de tierra y senderos y que no se desbroce o dañe la vegetación de los márgenes de esas vías.

Las pruebas se deben programar, incide la publicación, teniendo en cuenta los periodos del año con una menor o nula incidencia sobre la flora o la fauna (floración, nidificación, cría, etc.) se deben evitar los ruidos, se debe facilitar a los voluntarios una mínima formación ambiental y a los corredores unas normas de conducta (no gritar, no salirse de los caminos señalizados o no tirar basura).

La guía incluye numerosos ejemplos de experiencias positivas y de cómo se están regulando esas carreras en muchos lugares, así como ejemplos de fichas que pueden emplearse para reflejar los impactos y las medidas correctoras que se deben tomar.

Plantea además la oportunidad de que en todas las pruebas deportivas que transcurren por espacios naturales protegidos haya un «árbitro ambiental» para vigilar esos daños.

Sugiere incluso la oportunidad de incluir en las cuotas de inscripción un pequeño canon «medioambiental» para que los corredores se impliquen en la restauración y a conservación del espacio natural por el que van a correr, y penalizaciones en caso de que los deportistas tengan conductas que no sean respetuosas con el entorno.

Y para potenciar las economías de los municipios donde se desarrollan las carreras, los expertos sugieren que se dé prioridad al consumo de productos locales (obsequios o material para los participantes) y que en todas las pruebas los organizadores y las administraciones aprovechen para divulgar los valores naturales y culturales del espacio natural en el que se va a desarrollar.

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