FIRMAS Francisco Pomares

A babor. Santa Rosell de Arco (voltaico). Por Francisco Pomares

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Una de las primeras cosas que se aprenden cuando uno se somete a la exposición pública es que los focos son un peligro. Un exceso de foco puede quemar. Y eso exactamente es lo que le está pasando a la diputada Rosell. No creo que sea ella la responsable directa de esa excesiva exposición, pero sí lo es de dejarse atrapar por la luz, como una polilla hipnotizada. Y conste que entiendo lo que le pasa: la diputada Rosell es jueza, y eso imprime carácter. Es -sin duda- una mujer preocupada por la verdad, por que se haga justicia, y además, acostumbrada a hacerla, con una declaración, una sentencia o un juicio, sólo apelable en otra instancia. Dicen que es bastante certera dictando justicia, y muy firme en sus criterios. También dicen que es -como tantos magistrados- un poco sobrada y segura de sí misma, blindada por la coraza de legalidad, independencia y mando que caracteriza a quienes ejercen la judicatura. Pero ahora es diputada, y resulta que -aunque en algún momento alguien la convenciera de lo contrario- ser diputada es sólo en teoría más importante que ser juez. Es verdad que te votan los ciudadanos y eso es un grado. Pero un juez no necesita siquiera ese grado para afirmarse universalmente como poder del Estado. La señora Rosell debe empezar a acostumbrarse a que ahora el escenario es distinto, distintos los privilegios, distinta la inmunidad y muy distinto el vatiaje del foco.

Estoy absolutamente convencido de que en este segundo incidente en el aeropuerto de Gando le han buscado intencionadamente las cosquillas. No digo que sea necesariamente una conspiración de sus grandes enemigos, sino sencillamente que ahora es muy fácil ir a por ella. Hasta los pequeños enemigos pueden permitírselo. Probablemente se sienta doña Victoria injustamente tratada, perseguida y expuesta por encima de lo razonable en los medios. Pero aunque eso sea probablemente verdad, también lo es que las cosquillas se las han encontrado con bastante facilidad. Debería ser más resistente: todos nos hemos encontrado alguna vez con un funcionario impertinente, estricto o malhumorado, incluso con alguno que se pasa de chulo, resabiado o provocador. Lo sensato en esos casos es apretar los dientes. Y eso debería haber hecho la diputada Rosell: recordar que ya no es jueza en activo, morderse el labio, acordarse en silencio de la señora madre del guardia, de la del delegado (si se tercia) e incluso de quien la metió en este lío de ser diputada, y pasar del asunto. Ella eligió sin embargo defenderse bajo los focos.

Pero si sigue haciéndolo los focos la van a calcinar. Aunque tenga razón. Aunque sea verdad que la han cogido con ella. Aunque la larga mano del ministro ahora en funciones pueda intuirse detrás de estos ridículos incidentes. Porque en política, al contrario de lo que ocurre en la justicia, donde lo importante es ese constructo al que llamamos verdad judicial… en política lo importante es cómo sale uno (una) todos los días en la foto. Al final, si sigue entrándole a todas las provocaciones (supongamos que eso es lo que está pasando), la gente va a recordar a doña Victoria Rosell como una nueva Juana de Arco, pero de arco voltaico, convertida en santas cenizas en la hoguera de los medios.

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