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Nuevo género: verificación. Por Salvador García Llanos

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La frecuencia con que dirigentes y cargos públicos faltaban a la verdad en sus comparecencias ante los medios ha determinado la aparición de un nuevo género periodístico consistente en la verificación o la comprobación de la veracidad de sus declaraciones. La disponibilidad y la facilidad de acceso a buscadores, hemerotecas y archivos lo hacen relativamente fácil de ejecutar. Las exigencias de transparencia, prácticamente universales, en especial en el ámbito público, contribuyen a su desarrollo. Los políticos, en ese sentido, deben andarse con mucho cuidado: hasta hace poco gozaron de una gran permisividad y hasta abusaron de la desmemoria de la gente pero ahora que empiezan a consolidarse programas y espacios que cultivan este género, su margen de maniobra en ese campo empieza a ser cada vez más reducido. Si se les pide coherencia y si no quieren ser pillados en incumplimientos, dolos o contradicciones, habrán de ir montando y repasando su propio archivo, única manera de no ver mermada su credibilidad y sus capacidades de información, análisis y convicción.

Muchas apreciaciones y observaciones de personajes públicos que están en la cresta de su popularidad y quieren permanecer en primera línea son carne de titulares. Los periodistas y los medios los están esperando. Para destacar y reafirmar mensajes -y puede que líneas editoriales- o ganar audiencia y lectores o poner en tela de juicio al autor de las manifestaciones. Entonces, brota la gran duda: distinguir la realidad de la falacia, de la artificialidad, de la impostura y ¿por qué no? de la iniquidad y la ignorancia. Las posibilidades de escapar, si hay una mínima destreza y un adecuado uso de los recursos al alcance, son pocas. Ni el mismísimo Barack Obama ni el primer ministro del Reino Unido, David Cameron, han podido eludir esta soberana fiscalización periodística. En España, donde la cadena de televisión La Sexta ha ido cultivando el género en distintos programas, son muchos políticos y personajes públicos los que han quedado o están quedando en evidencia. En la memoria quedan aquellos ensayos de Julián Lago en La máquina de la verdad (Tele 5), más dados al espectáculo y al morbo que otra cosa, renovados o actualizados en realities con el polígrafo y sus dictámenes.

Las dudas saltan para dar razón de ser a la pretendida verificación: ¿Cómo sabemos cuándo una figura pública está mintiendo o distorsionando información para beneficio político o personal? ¿Cómo decidimos en qué creer? ¿A quién creerle? Cuando se trata de corroborar los dichos de las figuras públicas, ¿por dónde empezamos? Sherry Ricchiardi plantea estas cuestiones en un documentado trabajo para ijnet.org en el que alude al sitio PolitiFact, premiado con un Pulitzer, donde se detallan algunas recomendaciones para desenvolverse en el género. La editora Angie Drobnic Holan señaló sobre el particular: “Cuando estamos buscando pruebas de lo que se dice, elaboramos una lista de cosas a chequear para asegurarnos de no olvidar nada. Si bien cada acción de verificación de información es diferente, en cada una de  ellas se pueden utilizar las mismas técnicas para descubrir los hechos y llegar a la verdad”.

Estos serían, expuestos de forma muy condensada, sus consejos para que el periodista obre con propiedad y seguridad:

         -Pedir pruebas de lo que se dice.

         -Buscar lo que otros verificadores de información hayan encontrado antes.

         -Hacer una búsqueda en Google y luego realizar otras.

         -Consultar expertos con puntos de vista distintos.

         -Más preguntas a uno mismo y otras fuentes para contrastar la evolución del trabajo y su consistencia.

Una organización que promueve la precisión de la información que manejan los medios de comunicación, Africa Check, también ha trabajado sobre estos menesteres y recomienda recurrir a las fuentes de datos, a los expertos y a la gente: “Verificar el discurso público -apunta- no es sencillo. El diablo, a menudo, está en los detalles. Para encontrarlo, se necesita resistencia y persistencia”.

Una experta en engaños, Janine Driver, sugiere que la última pregunta de una hipotética entrevista sea de este tenor literal: “¿Me dijo la verdad en todas sus respuestas?”. De la forma de contestación, se empieza a desprender o no la franqueza. Y con ella, la verificación.

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