Hacer balance de fin de año en la tele es una tradición tan navideña como los villancicos, el pavo o los Santos Inocentes. Los presidentes del Gobierno de Canarias decidieron imitar al rey (por cierto, un discurso muy muy muy medido, el del rey Felipe) en cuanto tuvieron la posibilidad de dirigirse directamente por la tele al personal, es decir, desde que existe la Tele Canaria. Antes, también le daban a lo del discurso, pero lo que hacían era mandar a los periódicos y las radios un comunicado redactado por los asesores.
Era de esperar que Clavijo siguiera con el discursete de fin de año, por eso de mantener la costumbre, pero está claro que Clavijo ni en eso quiere imitar a Rivero. Con lo cual, nos vamos a quedar con las ganas de comentar los palabros presidenciales. Aunque eso no significa que nos vayamos a quedar sin nada de qué escribir. Ya saben ustedes que los telediarios duran siempre lo mismo, haya noticias o no, y que los periódicos no llevan más páginas cuando hay más información: lo hacen cuando hay más publicidad.
No habiendo discurso podemos tirar de las otras tradiciones navideñas de la profesión, que son ese conjunto de manidos recursos sobre lo duro que es aguantar tanta opípara comida (pobrecitos nosotros), lo mucho que se despilfarra en los regalos, lo difícil que es sobreponerse a los estragos del alcohol, lo que los Reyes Magos le traen a los políticos, o la historia recurrente de ese cuñado nuestro bastante idiota que se atragantó con el turrón, a punto estuvo de asfixiarse y hubo que llevarlo a Urgencias, y nos jorobó la noche del 24. No porque el tipo la palmara -ni por esas- sino porque acudir a urgencias es como ser protagonista de un «reality» muy malo, pero sin sexo en directo.
En fin, que como no hay nada especial de qué escribir debería cogerme vacaciones, pero como no puedo, aprovecho para agradecerle al presidente Clavijo que nos haya librado de aguantarle el sermón el próximo jueves: porque un discurso televisado a todo quisque suele ser muy muy muy prudente (como el del rey), y no decir más que obviedades, y al final escribir sobre el discurso es resignarse a no decir nada. Ahí tienen los editoriales de los periódicos nacionales sobre el discurso real, en los que se habla casi sólo de lo que el Rey no dijo sobre Cataluña, ni dijo sobre la actual situación política, ni dijo sobre la corrupción, ni dijo sobre su papel arbitral, recogido en la Constitución (y no de su papel de árbitro de la Constitución, como dijo un borrico catódico el otro día, confundiendo la Constitución con un partido de fútbol).
Lo mejor que tienen los discursos reales o presidenciales en la tele es que suele ser de más interés lo que no se dice en ellos que lo que se dice, y da más pie a los periodistas y escribidores a rellenar con naderías y suposiciones esos huecos en los periódicos que deja libre la publicidad. Por eso le estoy yo agradecido a Clavijo, porque no va a decir absolutamente nada de nada y eso nos va a permitir escribir una cantidad enorme de tonterías sobre o que no ha dicho y porqué. Eso -decir tonterías- es también otra tradición navideña en los medios. Si no lo creen, vuelvan a leer desde el principio y compruébenlo.
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