FIRMAS Marisol Ayala

El cliente manda. Por Marisol Ayala

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Son mis vecinas. Han ido rotando, como rota la vida, como rotan los sentimiento, como rotan los amigos. Mi familia, mi abuela y mis tías vivieron en el barrio de Arenales, en la calle Molino de Viento, alma, corazón y vida de la algarabía y de la jarana nocturna. Me encantaba ir a su casa porque venía del colegio, me alongaba a la ventana y desde allí veía la vida pasar. A veces lo peor de la vida. Veía pasar a hombres y mujeres de todas las edades de las que yo no sabía ni a qué se dedicaban ni me importaba. Me embelesaba viendo lo guapas que estaban siempre. Desde que se asomaban a la calle, labios pintados, ojos excesivos y bolso donde guardaban cigarros y lápiz de labio. Recuerdo que ellas olían a colonia y los “novios” a brillantina, o así. Ya sabía cómo requerían sus servicios, que más tarde supe cuáles eran; se paseaban por la acera, elegían con la mirada, breve conversación, y se los tragaba el zaguán. Algún guardia civil cuando iba a Molino de Viento guardaba el arma reglamentaria en el mostrador de alguna tienda amiga, se echaba una cerveza, encendía un cigarrillo y se iba de putas. Como machotes.putas2

Siempre he sentido simpatía y hasta compasión por esas mujeres que antes y hoy tienen que someterse a la esclavitud sexual. Hacer la calle, hacer la alcoba, me parece el oficio más duro del mundo. Conozco a jóvenes que tuvieron hijos de chulos y en ese momento se cerró la hucha. A partir de ahí lo que ganaban iba a parar a manos de la alcahueta, puta vieja, que cuidaba de sus hijos. Estos días al hilo de El Día Europeo de Lucha contra la Trata de Personas escuché testimonios de mujeres que ejercen la prostitución en España, país al que llegaron engañadas, y percibí en su voz la rabia con la que relataban palizas, secuestros y vejaciones. Recordé a mis jóvenes vecinas que ocupan el día en la puerta aguardando clientes. No más de 26 o 27 años. Hace una semana hablé con ellas. Estaban enfadadas: “No quieren ponerse preservativo y así no mihijita”, comentaban. Los chulos las obligan pero ellas se niegan. Hacía calor estaban en bikini, bailando. Doce y pico del mediodía. Parecen felices pero no lo son. No pueden serlo pero lo disimulan porque la marca de la casa es “que el hombre se vaya contento”.

Para amargarlo ya tiene a su mujer.

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