FIRMAS Francisco Pomares

A babor. Lo que vale un maestro. Por Francisco Pomares

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Comisiones Obreras ha denunciado la diferencia salarial que existe entre el sueldo medio de un profesor canario y uno de Cataluña, probablemente para «calentar» la primera reunión de los sindicatos con la consejera Soledad Monzón. En la práctica, se trata de volver a poner sobre la mesa la reivindicación ya clásica de que los profesores de las islas cobren lo mismo que los del resto del Estado.

Es difícil no estar de acuerdo con esa reivindicación. Si mañana el Gobierno decidiera destinar una parte de su presupuesto a subir el sueldo de los maestros y profesores, equiparándolos con la media de los maestros y profesores de toda España, aplaudiría sin reservas la medida. Pocas cosas son más importantes que proporcionar a los docentes -especialmente a los que se hacen cargo de los más jóvenes- motivación suficiente para su trabajo. Y desde que los fenicios lo inventaron, el dinero es un extraordinario mecanismo de motivación. Desde luego que hay otros, y algunos deberían también activarse: defender públicamente el rol de los docentes, mejorar su formación continua, alentar en los padres de los alumnos la comprensión y el respeto por el trabajo de los maestros, diseñar mecanismos para reforzar su autoridad en las aulas… Pero el dinero es el dinero: si a todos nos motiva cobrar más, pretender que los maestros sean distintos es puro idealismo.

Lo que ocurre es que la situación salarial de los docentes canarios no es única. No son el cuerpo peor pagado en esta administración. Y su diferencial salarial con la media española es similar a la del resto de los empleados públicos canarios: les ocurre a los funcionarios de las oficinas, a los sanitarios, a los laborales… y -por supuesto- le ocurre también a la totalidad de los trabajadores por cuenta ajena del Archipiélago. Porque los salarios canarios son los más bajos del país, ese es otro de nuestros récords. Canarias es una región pobre en la que durante años se gobernó como si fuéramos ricos, despilfarrando recursos escasos en festejos y obras innecesarias y permitiendo que la desigualdad se extendiera como una metástasis. Ahora tenemos desigualdad creciente entre los más pobres y los más ricos de Canarias, y desigualdad entre profesionales, empleados públicos y trabajadores de Canarias y la Península. Antes de la crisis, las administraciones y gobiernos de Canarias andaban más ocupados en mantener el crecimiento que en distribuirlo. Durante la crisis sí socializaron rápidamente la escasez. Y ahora que nos dicen que se ve algo de luz al final del túnel, lo que se plantea es mantener el «statu quo» injusto creado por esa «redistribución» de la escasez. Nos dicen que sigamos aceptando la desigualdad interna y la desigualdad comparativa y que esperemos momentos mejores. Pero el precio de la cesta de la compra, de la energía, del transporte… siguen siendo más altos en Canarias que en Península, mientras los sueldos se mantienen los más bajos, más aún tras los recortes de la crisis.

Esa cadena debe romperse, y me parece bien que se empiece a romper por los docentes. No me pregunten por qué por ellos primero. No lo sé a ciencia cierta. Pero si por algún lado hay que empezar, algo me dice que empezar por ellos es un acto de justicia.

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