FIRMAS Francisco Pomares

A babor. El hombre estrella. Por Francisco Pomares

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En el año 1975, asistí a algunas (pocas) clases sobre prehistoria que el profesor Dimas Martín impartía entonces y aún hoy en la Universidad de La Laguna. En aquella época la totalidad de los fósiles humanos que servían para explicar la evolución de la especie podrían haberse colocado encima de una mesa de comedir grande y habría sobrado probablemente sitio. En los cuarenta años que han pasado desde entonces se han encontrado millares de restos. Hoy se necesitaría algo más que cancha de tenis para disponerlos todos. Y a partir de hace dos días, mucho más: una cueva situada a unos pocos kilómetros de Johanesburgo ha desvelado un secreto único preservado desde hace millones de años. Más de 1.500 fósiles, pertenecientes al menos a quince individuos -niños, ancianos, mujeres, jóvenes-, de una especie que los investigadores consideran nueva, y que sitúan entre los australopitecos y los primeros humanos. No es la primera vez en los últimos años que nos sorprenden con el «eslabón perdido», ni probablemente será la última, pero en esta ocasión estamos ante el mayor descubrimiento de restos fósiles humanos desde Atapuerca, también en una sima inaccesible y con cierta similitud a la Sima de los Huesos.

El profesor Lee Rogers Berger, antropólogo, paleontólogo y arqueólogo, ha dirigido durante dos años un equipo de antropólogas muy flaquitas que lograron colarse en la sima a través de una estrechísima grieta y sacar un tesoro que ha dejado a la comunidad científica bastante perpleja: la única explicación al amontonamiento de restos en el fondo de una sima impracticable, a la que se accede después de recorrer angostas galerías y trepar por una pared y colarse por una grieta, es que los cuerpos fueran llevados allí cumpliendo alguna suerte de rito funerario. Pero la cosa es que siempre se ha creído que los comportamientos funerarios aparecen en especies muy posteriores, cuando el cerebro se agranda y surge la conciencia. El descubrimiento de miles de restos de «Homo naledi» (hombre estrellado) plantea muchísimas preguntas, y la primera tiene que ver con cuándo surgió entre nuestros ancestros humanos esa voluntad de preservar lo perdido, de rendir tributo u homenaje a lo que ya no está.

Debe ser muy antigua -desde luego- porque permanece perfectamente grabada en nuestra conciencia actual. Aunque nuestros ritos funerarios han cambiado mucho. El asombroso esfuerzo de aquellos casi chimpancés que arrastraron a sus muertos hasta el fondo de una cueva para preservar su recuerdo no tiene mucho que ver con el desparpajo poco ceremonioso con el que alguien como José Miguel Ruano anuncia el inminente óbito de ese enfermo terminal que es ya hoy el pacto de Gobierno entre Coalición y los socialistas. Espero que al menos lo entierren bien y que algún día -dentro de miles de años- los investigadores del futuro den en alguna remota cueva con el cadáver momificado de un Gobierno que no llegó el pobrecito ni a durar cien días.

Otro récord más para la historia de nuestros mejores ridículos.

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