FIRMAS Francisco Pomares

A babor. Cultura. Por Francisco Pomares

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No soy lo que se dice un melómano, más bien peco de no tener oído alguno, pero siempre me ha interesado la música culta. Creo que el Festival de Música de Canarias, junto con el festival de documentales de Guía de Isora y el de cine de Las Palmas, es uno de los pocos acontecimientos culturales del Archipiélago de proyección internacional, y sin duda el más importante de todos ellos. También es caro, y es cierto que estamos en tiempos de crisis.

Por eso comprendo que haya voces que justifiquen el recorte del presupuesto del Festival estos últimos años en base a las penurias económicas que nos han afectado a todos. Pero las rebajas al Festival empezaron antes de la crisis, coincidiendo con el lanzamiento del Septenio, una faraónica y bastante sospechosa propuesta cultural del paulinato, que provocó en sus orígenes algunos escándalos y desapreció prácticamente en la segunda legislatura paulina, después de que -también- lo dejaran sin un mísero euro, demostrando así la importancia que tradicionalmente se le ha dado en Canarias a la planificación cultural. Antes, coincidiendo con los fastos y dispendios del lanzamiento del Septenio, Cultura redujo a un tercio la financiación de uno de los Festivales de Música más prestigiosos de España. La asfixia económica que sufrió el Festival, sumado al desinterés del paulinato por todo lo que no fuera folclore, populismo y gangochería, no logró acabar con su prestigio internacional ni con su continuidad. Pero sin duda sufrió un impacto importante. Lo peor, en relación con el Festival, no ha sido que se le dedicara mucho menos dinero, eso debe entenderse, porque a todo se le ha dedicado menos dinero, porque hay menos. Lo peor ha sido la puesta en circulación -precisamente desde quienes deben proteger la cultura- de la especie según la cual el Festival y otras manifestaciones culturales suponen una sangría para el erario público y un insoportable drenaje de recursos que se retiran de asuntos de mayor importancia como la Sanidad y los servicios sociales.

Eso es rematadamente falso. La administración de las sociedades modernas debe atender a todas las necesidades y manifestaciones. Incluso desde el punto de vista económico es necesario: la cultura -vinculada al ocio- suponía en Canarias, antes del inicio de la crisis, más del cuatro por ciento del empleo existente, una cifra similar a la de la agricultura. Pero el modelo cultural del paulinato -si es que existió algo parecido a un modelo cultural en estos últimos ocho años- se alejó de las manifestaciones culturales más solventes, de la modernidad y -por supuesto- de los formatos experimentales o de vanguardia, para recrearse en el aislamiento, el ombliguismo, la celebración recurrente de las tradiciones, el fútbol, y la invención por narices de un «corpus identitario». El principal instrumento de esa política de adocenamiento cultural fue la tele Canaria. Y los resultados de ese destrozo son visibles.

Este nuevo Gobierno debería reflexionar y plantearse qué debe hacerse. Seguir por la misma senda no es una opción. Sería suicida: hoy viven de la cultura en Canarias menos del uno por ciento de los trabajadores…

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