FIRMAS Francisco Pomares

A babor. La Cataluña de Mas. Por Francisco Pomares

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El muy honorable Artur Mas, presidente de la Generalidad de Cataluña, se ha descolgado con otra de sus promesas para la Cataluña del futuro: nos dice que esa Cataluña en la que él cree, esa Cataluña que nacerá automáticamente después de las próximas elecciones si la lista «Junts pel si» por la independencia consigue 68 diputados en las elecciones, tendrá un sistema impositivo y fiscal como el de Suecia y Australia. Sinceramente, no tengo ni remota idea de cómo es el sistema fiscal de Suecia y menos aún el de Australia -aunque prometo mirar en la Wiki si la posesión de canguros está exenta de tributación-, pero estoy seguro de que debe ser estupendo, y muy progresista, y muy justo y todo, porque a Mas le ha dado últimamente por copiar lo mejor de todos lados. Con la independencia Cataluña tendrá una fiscalidad sueca, una sanidad como la navarra, un producto interior bruto como el de California, un ejército como el de Costa Rica, un clima como el del Caribe y un chocolate como el suizo. Y probablemente seguirá teniendo también a Mas y a Junqueras, porque ni los sueños son perfectos.

Ningún fenómeno político -ni siquiera los de carácter revolucionario- surge espontáneamente de la nada: el actual independentismo catalán ha logrado en los últimos años -gracias, entre otras cosas, al gigantesco apoyo de recursos institucionales- construir una historia y dotarse de un pasado adecuado, en el que España es el enemigo. El discurso intelectual del nacionalismo -el nacionalismo catalán, pero también todos los demás nacionalismos, incluyendo el español- requiere que sus ideas, argumentos y símbolos se engarcen con referencias culturales a un pasado común. En Canarias, por ejemplo, es frecuente que nuestro nacionalismo oportunista resalte la fascinación colectiva por el mundo prehispánico, o señale como definidores de la personalidad y psicología local -fuentes de un derecho casi sagrado- lo que son únicamente concretos episodios de la relación surgida entre los poderes insulares y la Corona española durante el Antiguo Régimen, o presente hechos recientes de la historia contemporánea comunes a otras culturas y territorios, como si fueran acontecimientos particulares y exclusivos, fruto de una forma singular y única de entender la vida que nos define y caracteriza.

El nacionalismo exalta la identidad, la construye y encuentra en ella el fundamento de su propia lógica política. Para hacerlo, cabalga sobre los sentimientos que fortalecen las señas identitarias, pero también precisa de la Historia para justificarse y darse sentido. Y se alimenta de la exageración de los rasgos comunes que permiten diferenciar lo propio (lo que es patrimonio de «lo nuestro») de lo ajeno, lo que caracteriza y define al resto, a los otros, al extranjero.

Por eso, lo de Mas tiene coña: está vendiendo a los suyos una Cataluña que se construirá integrando modelos extranjeros. En realidad, es también un juego simbólico: para Mas y para su Cataluña ideal, lo único extranjero que existe es España y los españoles.

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