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Tatail: Alucinar. Por Agustín Gajate Barahona

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Llevo una semana ‘alucinando en colores’, sin necesidad de haber ingerido ninguna sustancia psicotrópica, salvo que se trate del efecto secundario de haber bebido alguna que otra esporádica cerveza para contrarrestar los rigores de este caluroso verano, que parece haber fundido o, cuanto menos recalentado, a algún que otro cerebro.

Creo más bien que este proceso alucinatorio procede de la lectura de las noticias que últimamente aparecen en los medios de comunicación. Podría pensarse que surge derivado de los efluvios de la tinta con las que se imprimen los periódicos y revistas que leo, pero resulta que también me sucede delante de la pantalla del ordenador y he comprobado que no se ha alterado el calibrado del monitor como para llegar a producirme una sensación así.

Deduzco, por tanto, que son los contenidos de las informaciones los que alteran mi tradicional percepción de la realidad y aparecen ante mis ojos con carnavalescas máscaras y surrealistas vestidos, como si las tradicionales y coloristas ‘serpientes informativas de verano’  hubieran mutado hacia un arcoíris de evas, manzanas, paraísos prohibidos y árboles del bien y del mal.

Dejando aparte lo que está sucediendo con las negociaciones y acuerdos entre la Unión Europea y Grecia, que también da para alucinar bastante, en el ámbito doméstico, me ha dejado bastante traspuesto la polémica y las reacciones suscitadas por la creación, por parte del Ayuntamiento de Madrid, de la web http://madridvo.madrid.es/

Ante la alarma social generada, visité la página y allí me encontré cinco titulares con sus respectivos textos sobre informaciones aparecidas en medios de comunicación relacionadas con dicho consistorio y que eran corregidas o matizadas por contener errores de interpretación, que, en algunos, casos no se debían a los propios periodistas, sino a declaraciones poco afortunadas de algunos miembros de la corporación municipal. Todos somos humanos y podemos equivocarnos, pero ¿puede calificarse esta web como un ataque a la libertad de expresión.

Pues, según publica el diario El Mundo, sí para Isabela Rossell, portavoz de Cultura del Partido Popular (PP) en el Ayuntamiento de Madrid. La misma noticia incluye declaraciones del ministro de Justicia, Rafael Catalá, (también del PP) que afirma que la web «tiene cierto tufo a regímenes totalitarios»; de la presidenta de la Federación de Asociaciones de Periodistas de España, Elsa González, quien advierte «un halo de censura»  en la web; así como los rechazos por parte otros dirigentes del PP, de la Asociación de la Prensa de Madrid y de la Asociación de Editores de Diarios Españoles.

Ahora va a resultar que los periodistas somos perfectos y no nos equivocamos, sobre todo cuando te dan unos pocos minutos para redactar, locutar o editar una noticia para ofrecerla antes que la competencia, dentro de un formato en el que rara vez puedes entrar en detalles y ofrecer una información completa. Y también va a resultar que las empresas, entes públicos y sus directivos no tienen intereses económicos o ideológicos. ¿Qué nos pasa entonces? ¿Somos los primeros que criticamos, pero somos incapaces de aceptar una crítica o asumir errores?

A pesar de la presunta pertinaz sequía informativa de los veranos, dentro de las críticas a los medios de comunicación y a sus profesionales, podríamos decir que ‘llueve sobre mojado’.

En la tesis doctoral y posterior libro de Enrique Bustamante, titulados ‘Los amos de la información en España’, se hace una radiografía del sector a comienzos de los 80 en la que no sale nada bien retratado. Más recientemente, este año 2015, un estudio publicado por el Reuters Institute for the Study of Jornalism (Instituto Reuters para el Estudio del Periodismo) de la Universidad de Oxford ( https://reutersinstitute.politics.ox.ac.uk/sites/default/files/Reuters%20Institute%20Digital%20News%20Report%202015_Full%20Report.pdf )

revela que sólo un 46 por ciento de los ciudadanos españoles confía en los medios de comunicación de su país, el porcentaje más bajo de los doce países analizados, cuya lista completan Estados Unidos, Reino Unido, Alemania, Francia, Italia, Irlanda, Dinamarca, Finlandia, Brasil, Japón y Australia. Además, sólo un 34 por ciento de los españoles consultados creen que son veraces las noticias que leen publicadas, cuando en Finlandia, por ejemplo, ese porcentaje es justo el doble.

¿Qué estamos haciendo mal para generar tanta desconfianza? ¿No será que los lectores, oyentes y televidentes son más inteligentes que los periodistas, empresas informativas y entidades públicas dedicadas a la comunicación y no se dejan engañar fácilmente.

Si tenemos en cuenta que la mayoría de profesionales somos titulados universitarios, ¿podría residir en la formación académica el germen del problema? Pues parece que también así es, si atendemos al discurso pronunciado por Antonio Herrero Álvarez, representante de la promoción 2011-2015, en el acto de entrega de orlas a los graduados en Periodismo por la Facultad de Ciencias Sociales y de la Comunicación de la Universidad de Laguna.

Sus palabras fueron textualmente las siguientes: «Hace algunos años, un profesor trató de inculcarnos que periodismo y pasión deben ir siempre de la mano. Pues bien, pasión es precisamente de lo que esta Facultad adolece. Pasión es lo que no ha tenido nuestra decana, que hoy no ha podido asistir, para potenciar nuestra carrera. Pasión es lo que le ha faltado a muchos de nuestros profesores y, si no, cómo se explica que en cuatro años nadie nos haya enseñado alguna de las herramientas básicas para nuestra profesión, como puede ser locutar, mirar a cámara o escribir unas preguntas. Contamos con algunos dinosauros, tecnológicamente hablando, que algunos no se han preocupado o no han querido adaptarse a la era digital (aplausos de los alumnos asistentes). Hemos vivido situaciones de lo más variopintas, algunas propias de otros tiempos, como cuando estuvimos horas esperando para hacer un examen por fuera de un despacho, o el hecho de que se nos haya obligado a elegir entre tan sólo diez profesores para la realización de nuestro trabajo de fin de grado. La situación de caos reinante en Periodismo se ha visto acrecentada, más si cabe, por la nefasta modificación de centros. Nuestra facultad debe dejar de ser utilizada por algunos como un cortijo, para volver a convertirse en la escuela de todos. Me gustaría concluir abundando en que el periodismo es una combinación de educación, teoría y práctica, y si uno de esos pilares falla, tendremos profesionales incompletos. La Facultad, para su propia supervivencia, debe de cambiar, y mucho, empezando porque quienes la dirigen vuelvan a recuperar la pasión con la que alguna vez contaron y con la que nosotros, a pesar de todo, seguimos soñando.»

Estos testimonios se suman a otros muchos datos que revelan la situación de crisis por la que atraviesa nuestro sector de la comunicación, que debería recurrir a uno de los más clásicos géneros informativos, para buscar la respuesta a una vieja pregunta fundamental, por encima del continuo adoctrinamiento político al que estamos sometidos o de todas las innovaciones tecnológicas que se están produciendo y nos están afectando: ¿Quo Vadis Periodismo?

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