FIRMAS Marisol Ayala

Secretos que desvela el azar. Por Marisol Ayala

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Vio morir a tres hijos y cargó con ese penar ocultando su dolor para no entristecer a la familia. Se quejaba poco y disimulaba mucho. Si hablo de alguien que había superado los noventa años ya se imaginan la España de pobreza que vivió y en la que tanto trabajó para sacar a los chicos adelante. Siete. Conoció la dureza de la vida a la que combatió con bondad y compromiso, repartiendo con los vecinos más pobres lo poco que llegaba a casa. Lo hacía como lo hace la buena gente, discretamente. Murió la semana pasada y sí hoy la recuerdo es porque durante años ella leyó esta columna. Lo supe hace nada, de manera que no he encontrado mejor homenaje que dedicarle el rincón donde cada semana yo vuelo bajito, al raso; la esquina de papel donde sin cita previa nos encontrábamos.

Siempre estuvo rodeada de amor y fue feliz con poco, una virtud que le regaló la vida. Ayudó a sus vecinos, especialmente a esas madres de familias numerosas a las que Franco galardonaba el 18 de julio por haber parido 20 hijos y hacinarlos en 40 metros cuadrados. Heroínas. Esas que sin abrir la boca pregonaban sus miserias. Poco a poco la memoria le dio la espalda. Ese deterioro fue lo que peor llevó la familia de manera que los nietos y los hijos se posicionaron a su lado como el más valiente escuadrón del mundo.

Ya sabemos que hay gente maravillosa que se despide de nosotros con regalos que ni se compran, ni tienen precio, ni se venden. Ella les tenía guardado uno de esos que solo encuentran las madres. Todos sabían de su generosidad pero nunca conocieron detalles de esos gestos de ahí que en los días de dolor les sorprendiera recibir confidencias vecinales de gran generosidad. A despedirla acudieron familiares, amigos y vecinos. De pronto llegaron una mujer y dos hombres llorosos. Todos se interesaron por sus identidades, no los habían visto nunca. Más tarde supieron que eran médico e ingeniero. Se les veía tan afectados por la muerte que ante tanto dolor los hijos quisieron conocer qué les unía a la fallecida y preguntaron. “Cuando éramos niños y en casa no había ni para comer la noche de Reyes ella nos traía chucherías para que nuestros zapatos no amanecieran vacíos”. Revelación que no sorprendió a lo suyos, la conocían bien.

Pero ella nunca lo contó. Ni eso ni tantas otras cosas.

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