Esto ha sucedido hace unos días en El Programa de Ana Rosa. La ex de Izquierda Unida y ex concubina de Pablo Iglesias (eso al menos es lo que dicen en público, que vaya usted a saber lo que hacen en privado) tuvo el papo de enfrentarse a la subdirectora de La Razón, a Pilar Gómez, y soltarle en su cara que, aparte de que las informaciones sacadas por el diario de Planeta no se correspondían con la verdad (a ver dónde están las demandas por falsedad, pregunto yo), iba a empezar a hablar sobre la periodista en cuestión como si la señora Gómez tuviera algo que esconder o fuese un personaje de la escena pública y oficial como sí lo es esta política radical y desmemoriada que, a estas alturas, supongo que ya sabrá quién era esa persona con la que se sentaba cada mañana en su flamante vivienda de Rivas a tomar el colacao y las magdalenas o, ¿habrá que recordarle que ese chico era su hermano y, curiosamente, metido de lleno en un pelotazo de Aúpa?
Mucho quejarse de los métodos de la casta, mucho hablar de que Mariano Rajoy y sus mariachis esquivan los micrófonos, las grabadoras y las cámaras, pero es que casi mejor quedarnos con un presidente que evita a los medios de comunicación que a unos políticos de viejo-nuevo cuño que vienen soliviantados, con bravatas y amenazas tabernarias. Vamos, estos son herederos directos de Lenin, Stalin y Pol Pot. Las preguntas incómodas no sólo no serán respondidas, sino que además, a poco que les dejasen, acabarían encarcelando a todos aquellos periodistas que no estuviesen en la línea de estos aprendices de dictadores. El problema es que ya empiezan a tener parcelas de poder y están aplicando a rajatabla y punto por punto el manual para acotar la libertad de expresión hasta límites insospechados.
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