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Enamorarse en Canarias según Cronin y Cummings. Por Eduardo García Rojas

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En las deácadas de los treinta y cuarenta las novelas de A. J. Cronin alcanzaron un notable éxito de ventas entre el público porque mezclaban turbulentos romances con historias protagonizadas por médicos y sacerdotes que realizaban misiones peligrosas en países abandonados de la mano de los dioses. Médico también de profesión, Cronin cuenta al menos con dos grandes títulos en los que se refleja sus obsesiones literarias: La ciudadela y Las llaves del reino, obras coherentes y también entretenidas cuyas constantes se atisban en sus primeros libros, irregulares aproximaciones al amor y a la medicina como Gran Canaria (1), cuya acción se desarrolla entre Tenerife y Gran Canaria y en la que pese a su objetiva sencillez, cuenta con cierta gracia por el retrato que ofrece de las islas y de sus gentes.

Como otras novelas de Cronin, Gran Canaria contó con una adaptación cinematográfica, más extravagante si cabe que su original literario, con notable atractivo para conocer cómo se reprodujo en estudio Tenerife y Gran Canaria, unas geografías en la que predominan el cartón piedra, las palmeras y el pico nevado del Teide, montaña que en el filme se ubica en… Gran Canaria.

Las cosas de Hollywood.

Tanto en la novela como en la película Gran Canaria narra la redención de su protagonista, un médico que vive sus horas más bajas tras fallecer algunos de sus pacientes tras probar en ellos una vacuna con la que esperaba salvarles la vida, y la historia de amor que mantiene con una mujer casada durante la travesía en barco, el Aureola, que los conduce a Gran Canaria y más tarde a Tenerife.

Alrededor de estos dos personajes orbitan una serie de secundarios, entre ellos una señora excéntrica que regenta un hotel de vida alegre, el Hemingway, un misionero y su hermana, y otros personajes que si bien no serán determinantes están ahí para dar consistencia al relato.

Un relato que comienza a moverse hacia adelante cuando el protagonista tiene que viajar a Tenerife para poner freno a un brote de fiebre amarilla que está diezmando a la población de La Laguna y sus alrededores.

La novela Gran Canaria fue publicada en 1933 y al año siguiente tuvo su adaptación al cine. Tras leer la novela y ver la película, cuesta bastante trabajo reconocer los paisajes insulares que proponen ambas historias, aunque en el caso del libro, algunas descripciones tengan chispa, en especial cuando la voz del narrador, la de Cronin, se permite valorar el territorio que pisan algunos de los personajes, muchos de los cuales califican de paraíso ya que se trata de un edén que preside el pico nevado del Teide.

No se trata Gran Canaria, tanto la novela como el filme, de un título a reivindicar, aunque reiteramos que sí que tiene interés si se lee y se observa con perspectiva e incluso entusiasmo arqueológico, ya que tratan de dos rarezas en la que se fabulan unas islas Canarias en la que se mezcla poca realidad y sí mucha ficción.

En la novela se lee: “hay un brote en Hermosa, una aldea en las proximidades de La Laguna” y descripciones coloridas del carácter ingenuo, tranquilo y feliz de sus habitantes, y que entronca con aquel espíritu aplatanado con el que las identificó Miguel de Unamuno.

El amor es dulce

Y el que lo desprecia un loco.

Aunque sabía poco español, el significado de las palabras le resultó claro.

Con impaciencia, como si buscara un antídoto para aquel dulzor, dirigió la vista a un punto algo lejano del muelle, donde había varios carros de altas ruedas tirados por unas mulas esqueléticas y melancólicas. Estaban a la espera de la carga. Una de las mulas tosió como un ser humano y agitó su corona de moscas, antes de tumbarse casi de pura debilidad. Pero el conductor, instalado en el pescante, no se alarmó en lo más mínimo; con las manos cruzadas sobre el vientre y una flor colocada tras la oreja, roncaba plácidamente.

Bruscamente, Harvey dio media vuelta, no podía soportar el espectáculo de aquellos miserables animales. En un instante, se contemplaba la belleza de la costa y la sublimidad del misterioso pico; un instante después, surgía el sórdido cuadro de aquella vida ínfima.”

La playa de Las Canteras es objeto también de la atención del narrador cuando una de las  protagonistas, Mary Fielding, aprovecha el rato para darse un chapuzón en el mar. Y unas páginas más adelante, ella misma elogia a Gran Canaria cuando dice:

“- Llaman a esta isla la Gran Canaria –murmuró Mary–. ¡Gran Canaria! Hay color y movimiento en el nombre. Cuando pienso en este viaje, lo pronuncio en mi interior. Gran Canaria. Es un nombre que emociona.”

A modo de curiosidad, resulta interesante cómo el paisaje de la capital grancanaria fascina a la joven protagonista mientras es el pico Teide es el que arroba al protagonista masculino.

“Maravillado, Harvey quedó contemplando el pico, inmóvil. Bella como algo celestial, la visión se apoderaba de su ser y le provocaba una aguda y sutil angustia. ¿Qué le impresionaba de tal modo? ¿Era el significado de la visión, o la simple belleza del cuadro’ Atónito, contenía el aliento; no podía soportar el cuadro y, al mismo tiempo, no podía apartar la vista.”

Los protagonistas de la novela y de la película vuelven a embarcarse en el Aureola para trasladarse a Tenerife, donde primero se alojan en La Orotava y más tarde en Santa Cruz, donde el médico tiene conocimiento del brote de fiebre amarilla que está acabando con la población de la vecina La Laguna y sus alrededores.

Llama la atención en esta novela que gran parte de la acción se desarrolle en Tenerife y no, precisamente, en Gran Canaria. Es en Tenerife donde el protagonista vuelve a ser persona cuando como médico se enfrenta a la epidemia, y en donde descubre que el amor que siente por Mary es muy fuerte, tan fuerte que determinará lo que haga a continuación.

Destaca además la descripción que ofrece de la isla con respecto a la de Gran Canaria. El Tenerife de Cronin, y no tanto en la película que resulta prácticamente idéntico, es mucho más sombrío que el de la isla vecina, aunque será aquí donde cuente con aliados entre la población local como la Marquesa, quien le abre las puertas de su hacienda Los Cisnes.

En la versión original del largometraje, y en concreto en la parte tinerfeña, los protagonistas además de hablar en inglés pronuncian un español macarrónico con los naturales del lugar, naturales cuyo español resulte igual de macarrónico y con sospechoso acento anglosajón por mucho sombrero mexicano que lleven sobre la cabeza y el maquillaje haya tiznado de negro sus rostros.

En este aspecto, no se diferencia gran cosa esta película de otras tantas que se rodaron aquellos mismo años, una fecha fundamental en el cine norteamericano porque andaba un poco tocado por los efectos devastadores de la crisis del 29. Eso explicaría el mensaje tanto literario como cinematográfico de Gran Canaria: el amor vence cualquier tipo de adversidad. Incluso a la muerte.

La película que dirige el también actor Irving Cummings fue una producción de Jesse L. Lasky para la Fox y, como ya se ha comentado, no se rodó en Canarias imagino que por razones de presupuesto. Los paisajes pues están recreados en estudio, aunque de tanto en tanto se incluyen imágenes reales probablemente cogidas de algún documental de aquellos años.

El filme, en contra de la novela, sí que se caracteriza por sus disparates geográficos. El más llamativo es el que ubica al Teide en Gran Canaria, un error que desató una agria polémica en la comunidad canaria establecida en la Cuba de aquellos años, leo en el catálogo de la Filmoteca Canaria Rodajes en Canarias, (1896 – 1950). Se representan además a los habitantes de ambas capitales canarias como una fauna de vagos a los que les gusta cantar y que los dejen en paz. Gente sencilla y aparentemente feliz, lo que explica el desorden de sus calles transitadas por hombres y mujeres con piel morena.

Sin embargo, y al margen del envoltorio, la película Gran Canaria si se analiza desde un punto de vista estrictamente cinematográfico sí que cuenta con sobresaliente interés. La fotografía, que firma Bert Glennon, está notablemente influenciada por el  expresionismo alemán, por lo que se mueve muy bien cuando remarca las sombras y se huye de otra luz. El trabajo de los actores que forman el reparto lo hace además muy bien, aunque vistos hoy llamen la atención por cómo gesticulan, aunque hay que recordar que las carreras artísticas de la mayoría de ellos procedía del cine mudo.

De hecho, la cinta está protagonizada por toda una estrella de aquellos años: Warner Baxter, así como por la encantadora Magde Evans, entre otros. El guión está firmado por Ernest Pascal, quien adapta con bastante fidelidad el original literario, y pese a que cómo producto de entretenimiento tanto el libro como la película no hayan sabido envejecer demasiado bien, insistimos que como curiosidad vale la pena recuperarla e incluso, si se perdonan los deslices que salpican su metraje, disfrutar con este clásico viejuno del cine.

Recomendamos, a modo de punto y final, la lectura que sobre la novela y el filme hicieron en su momento Carlos Platero Fernández y Gonzalo Pavés con los títulos de  La Playa de Las Canteras en la novela inglesa: Gran Canaria y Grand Canary: el viaje imaginado de la Fox, respectivamente.

NOTAS:

(1) Los fragmentos de la novela Gran Canaria que se reproducen en este texto están sacados de una edición del Círculo de Lectores, 1965. La traducción es de Joaquín Urnieta.

El Escobillón.com agradece a la Filmoteca Canaria el préstamo del largometraje Gran Canaria para la elaboración de este artículo.

Saludos, el cielo está azul, desde este lado del ordenador.

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