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Los ‘hunos y los hotros’. Por Eduardo García Rojas

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“La tesis general de este libro y de otros escritos que fueron apareciendo poco después es que aquella no fue una guerra civil entre dos Españas, como erróneamente creímos muchos durante tantos años, siguiendo la idea de hombres perspicaces como Machado y Unamuno, sino la determinación de dos Españas minoritarias y extremas para acabar con otra, la mayoritaria tercera España en la que podían haberse integrado gentes de toda condición, edad, clase e ideología, excluyendo de ella naturalmente a aquellas otras dos, la fascista, por un lado, y la anarquista, comunista, trotskista o socialista radical por otro, tratando de ensayar a toda costa aquí revoluciones que ya habían salido triunfantes en la URSS, en Alemania o en Italia.”

(Las armas y las letras. Literatura y Guerra Civil (1936-1939), Andrés Trapiello, Ediciones Destino, 2010)

El 18 de julio de 1936 un país llamado España despertó en la que sería su peor pesadilla. El amargo sueño duró tres largos años y significó el enfrentamiento en una cruenta guerra (in)civil de hermanos contra hermanos y vecinos contra vecinos cuyas heridas aún hoy permanecen abiertas por los nietos y bisnietos de quienes lucharon en los campos de batallas o fueron brutalmente asesinados en retaguardia con espontáneo fervor revolucionario o bajo la fría burocracia militar.

Casi ochenta años después de que se iniciara el conflicto que anegó de sangre la superficie de España, son muy pocos todavía los que estudian con la objetividad que se requiere aquellos días de llamas. La Guerra (in)Civil continúa siendo territorio abonado para que tanto las izquierdas como las derechas reinterpreten la Historia a su manera, lo que reduce el análisis a un enfrentamiento entre gentes de bien y gentes de mal. O de ángeles contra demonios según sean las versiones.

El problema es que está visión contamina incluso a personas muy respetables y hasta cierto punto sensatas. La semana pasada sin ir más lejos, comentaba con un escritor al que respeto sobre lo difícil que es escribir sobre la Guerra (in)Civil sin caer en maniqueísmos, y que si tiempo atrás resultaba cansino que los que la perdieron fueran representados como una manada de sádicos gañanes ordinarios, es cargante que en la actualidad los hijos, nietos y bisnietos de los que la perdieron representen a los que la ganaron como un puñado de asesinos de pelo engominado y bigotillo ridículo bajo la nariz…

El resultado es, en cualquiera de los dos casos, una indignante e indigente visión acerca de unos hechos macabros que, sin embargo, ha calado entre los hunos y los hotros. Lo de los hunos y los hotros es una frase acuñada por Miguel de Unamuno –”Entre marxistas y fascistas, entre los hunos y los hotros, van a dejar a España inválida de espíritu”– que es uno de los protagonistas del libro Las armas y las letras. Literatura y guerra civil de Andrés Trapiello, imprescindible relato para conocer las grandezas y miseria que jugaron los intelectuales españoles y extranjeros durante aquellos años en el que desaparecieron, entre otros, poetas como Federico García Lorca, y pensadores como Ramiro de Maeztu.

Uno asesinado por orden militar y el otro por milicianos apenas iniciada una guerra que iba a costar cerca de un millón de muertos y que desató, a modo de consecuencia, posturas irreconciliables que han alimentado un odio que casi ochenta años después continúa latente entre sus herederos.

La titánica labor que desarrolla Trapiello para notariar a aquellos escritores que de una manera u otra asumieron su parcela de protagonismo durante la Guerra (in)Civil es fundamental, con sus luces y sus sombras, para hacerse una idea sobre lo que se escribía y sobre lo que pensaba cuando se obligó al país a desgarrarse en dos mitades, dejando a una tercera soltera y sin novio hasta la actualidad. Afortunadamente, hoy hay entusiasmo y esfuerzo –calificado por hunos y otros como revisionista– por estudiar aquellos hechos con la perspectiva y la objetividad que  da el tiempo.

Lamentablemente, y por ser aún un período delicado en la Historia de España, son muy pocos todavía los que se atreven a investigarlo con ese mínimo de rigor, por eso el libro de Trapiello emerge como una especie de isla independiente, aunque se pueda acusar a su texto de “demasiado literario.”

Aunque a nuestro juicio, una de las grandezas de este volumen (de más de seiscientas páginas) sea precisamente su carácter literario y la sinceridad, en ocasiones desconcertante, con la que su autor comenta la vida y obra de los escritores que utilizaron sus letras como arma.

Hay casos realmente singulares de heroísmo intelectual, pocos a decir verdad los que recoge Trapiello, pero también hay muchos, demasiados, de repugnante connivencia con el poder de un lado como del otro. Resulta en este sentido muy revelador como son retratados en estas páginas poetas hasta hoy intocables como Rafael Alberti y Pablo Neruda y el cuestionable protagonismo que asumieron en aquellos años de plomo y sangre.

Es probable que desagrade e incluso se cuestione como Trapiello refleja la actitud de otros escritores e intelectuales. Y que desmonte el altar donde algunos de nosotros aún les rendimos pleitesía. Y pienso en Max Aub, pero no es obstáculo para que considere esta obra como esencial para el conocimiento de la vida y la producción literaria en el periodo que comprende la Guerra (in)Civil española precisamente porque se trata de un libro que no debiera leerse como un manual de Historia sino como crónica literaria, erudita, pormenorizada y muy documentada de unos años que ya exigían un análisis que tuviera presente su vocación de paz, perdón y piedad.

Esa misma paz, perdón y piedad que exigiera Manuel Azaña, otro de los grandes protagonista de unas páginas que no están escritas con rabia sino con distancia y mucho dolor porque los hunos y los hotros forman parte del mismo potaje que se cocinó en España. Potaje que aún hoy, ya se ha dicho, algunos pretenden que siga cocinándose a fuego lento.

Se lee con entusiasmo Las armas y las letras porque, este ha sido al menos mi caso, la literatura que se fraguó en aquel entonces me ha acompañado a lo largo de mi vida. Es un libro, además, en el que se aprecia que Andrés Trapiello está íntima y decididamente posicionado contra la feroz sublevación militar del general Franco, pero en el que se destaca también que el desastre al que llegó la II República fue trabajo de una izquierda incompetente, dividida, desorganizada, lastrada por sectaria y plagada de caraduras y canallas.

La lectura del libro resulta así desalentadora y contribuye a hacerse una idea de España que aún permanece: la de los hunos y los hotros, aunque en los tres años que duró la contienda fueron las circunstancias las que obligaron a muchos de los escritores a posicionamientos, renuncias, cobardías, silencios e incluso bajadas de pantalones y adhesiones fingidas para medrar y de paso saldar cuentas personales.

Por Las armas y las letras, que cuenta con una abundante y atractiva documentación gráfica, desfilan poetas y escritores de aquel tiempo crucial como Juan Ramón Jiménez, Antonio Machado, Manuel Machado, José Ortega y Gasset, Gregorio Marañón, Pío Baroja, Luis Cernuda, Rafael Sánchez Mazas, María Teresa León, María Zambrano, Gonzalo Torrente Ballester, Rafael García Serrano, Manuel Chaves Nogales, Pedro Muñoz Seca, Agustín de Foxá, Arturo Barea, Clara Campoamor, Ramón J. Sender, Rosa Chacel, José Bergamín y personajes tan turbios y extravagantes como Ernesto Giménez Caballero y Pedro Luis de Gálvez, este último un bohemio que fue de los primeros en vestirse el mono de miliciano, lo que convenció al creador de las greguerías, Ramón Gómez de la Serna, a abandonar rápidamente Madrid y España.

Hay más escritores, e incluso se toca pero muy de pasada, los que desde Canarias quedaron rápidamente anulados tras triunfar la sublevación militar apenas iniciado ese nefasto verano de 1936, y todos ellos, con sus proezas y miserias, quedan reflejado en una obra que, con todo lo criticable que pueda ser, es un título necesario para conocer quiénes pusieron su pluma al servicio de la espada.

Esa misma espada que hoy los nietos y bisnietos de los hunos y los otros deberían de transformar en un afilado bisturí para cerrar de una vez la herida que provocó aquella pesadilla.

Saludos, a leer que son dos días, desde este lado del ordenador.

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