FIRMAS Marisol Ayala

A propósito de Hermida (En recuerdo a mi madre). Por Marisol Ayala

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Debió ser a mediados de los ochenta. Yo empezaba a buscarme la vida en el periodismo y era colaboradora –es decir, o traes noticias o no cobras- de “Diario de Las Palmas”. Cada mañana a eso de las nueve salía camino de la Audiencia Provincia de Las Palmas de Gran Canaria intentando rapiñar alguna sentencia que nos permitiera adelantarnos a los periódicos de la mañana ya que “el diario” era “la prensa de la tarde”, dificultad añadida para pisarle una noticia a La Provincia o Canarias 7, los buques informativos de la mañana.

Ya me han leído mil veces aquello de que la vida está en la calle y por tanto las noticias, también. Siempre les digo a los que comienzan que no pierdan el olor de la calle pero algunos me han hecho caso y otro, no. La calle me ha brindado historias periodísticas sorprendentes y ahora, cuando hace unos días ha fallecido el periodista Jesús Hermida, me ha venido a la memoria un suceso que compartí con él.

Una de esas mañanas que menciono entré en un bar de Vegueta, cerca de los juzgados, supongo que a tomar café a matar el tiempo o sabe Dios a qué. A esa hora apenas había dos o tres personas en el local. Alguno debió hacer un comentario que encendió mis adormiladas antenas. Recuerdo levemente que hablaban de un bebé. Poco después supe que se trataba de un bebé que habían abandonado en el baño.

Jesús Hermida

Uno de los empleados lo halló cuando abrió el negocio. Imaginen. Puse toda mi atención en la conversación y desde que pude metí baza y me enteré que la Policía Local se había llevado a la criatura. Todos tratamos de hallar una pista que nos llevara al paradero de la madre. El bar se iba llenando de clientes impactados por el caso que se extendió como la pólvora. Los clientes entraban y salían hasta que alguien habló de una chica que había estado en el local en las últimas horas de la noche anterior. Nadie había reparado en la presencia de un bebé a su lado. De pronto uno de los presentes contó la vida desgraciada de esa misma joven que dos o tres días antes había llegado a Las Palmas de GG procedente de La Gomera.

Desde una cabina telefónica cercana llamé a mis jefes para que enviaran un fotógrafo porque intuí que aquella mujer, según todos los presentes, la mamá del niño, no tardaría en aparecer. Y así fue; a las pocas horas una mujer entró en el bar. Sin duda era ella y lo supe porque el dueño desde que la vio le recriminó su actitud y el follón en el que le había metido. Ella, no más de 23 o 24 años, se apoyó en la barra y allí lloró hasta que se le secaron las lágrimas. En esos escenarios siempre aparece el colaborador del periodista dispuesto a echarte una mano. Aquí no tardó en llegar. “Mira”, le dijo a la chica, “déjate de llorar… Esta chica es periodista, mejor que le cuentes lo que pasó y así te quedas más tranquila…”.

La desconsolada mamá me lo contó todo y lo hizo antes incluso de prestar declaración en la policía de manera que conocí primero que nadie que el bebé que había dejado en el baño estaba vendido. Ella no podía mantenerlo y un matrimonio de Las Palmas le había prometido 250.000 pesetas por el niño. El acuerdo entre ambos, la mamá y los compradores, se había realizado por teléfono y a través de un tercero. Los tres quedaron en verse en el bar en cuestión. El trato consistía en dejar al bebé en el baño, envuelto entre mantas, dentro del plato de ducha, dormido. Ellos entrarían poco después y se lo llevarían.

Algo debió fallar en la burda operación porque a la mañana siguiente los lloros de la criatura saludaron a los empleados. El niño seguía allí. Ya se imaginan que al día siguiente “Diario de Las Palmas” publicó la sorprendente historia de la que se hicieron eco otros medios, uno de ellos, el que dirigía un tal Jesús Hermida que entonces llevaba un programa de radio, creo que en Antena3. De vuelta a casa la llamada de un compañero me contó el eco que había tenido la noticia del bebé dispuesto a ser vendido por 250.000 pesetas. Al rato recibí otra llamada del director del periódico: “Oye, que Jesús Hermida quiere que le cuentes la noticia en su programa ¿le doy tu teléfono?”, preguntó.

Poco más tarde sonó el teléfono en casa. Era la voz inconfundible de Jesús Hermida. Mi madre estaba en un sillón cercano haciendo punto y por encima de las gafas miraba y sonreía. De aquella entrevista que tanto la enorgulleció apenas recuerdo nada, debió ser el típico relato de los hechos. Si recuerdo tres cosas, una, que a Jesús le impresionó la historia, que fue la primera vez que hablé para una emisora y que ese día mi madre presumió de una hija que lo había dejado todo para ejercer el periodismo.

Menudo debut, maestro.
D.E.P

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