FIRMAS

El comodín de los agravios. Por Manuel Herrador

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Que el idioma español posea una riqueza lingüística que supera los 100.000 términos en su diccionario, ni nos condiciona, ni nos motiva, ni nos importa. Somos más chulos que todo eso. Los españoles, tenemos la suerte de contar con una palabra que, ante la ausencia y desconocimiento de vocabulario, adjetivos o sinónimos, nos permite calificar, etiquetar y clasificar a cualquiera, sobre la marcha, y acertando siempre de pleno: “Gilipollas”.

Además, una vez dicha, nos produce un estado físico y psíquico de tal satisfacción personal que casi rozamos el orgasmo. Y lo más curioso es que, quien la escucha, es capaz de matizarla al instante y de encajarla exactamente en el aspecto peyorativo que corresponda al poseedor de la ofensa.

Pongamos algún ejemplo:

¿Qué tal el novio de tu hija? (nos pregunta un amigo).

¡Un gilipollas! (respondemos nosotros).

Ya está. No hace falta más. Con una sola palabra ya sabe nuestro amigo que el pobre novio de nuestra hija es un pibe sin un puñetero euro, que está en el paro –igual que su padre-, que no tiene estudios y que lleva los pantalones enseñando media raja del culo. ¡Ah! y que lo más seguro es que haya votado a Podemos.

Otro ejemplo:

Oye, y tu nuevo jefe…, ¿qué tal? (nos pregunta otro amigo).

¿Ese…? ¡Un gilipollas! (respondemos nosotros)

Perfecto. Totalmente entendido. De nuevo, este adjetivo, es capaz de transmitir en cuatro sílabas que se trata de un jefe abusador que nos paga una mierda, le caemos mal y que nos explota miserablemente.

Supongamos que yendo al volante de nuestro coche se nos cruza alguien y nos obliga a maniobrar en contra de nuestra voluntad. Claro, este sería el momento ideal para sacar la cabeza por la ventanilla del automóvil y espetarle “¡Pero qué mal conductor eres!” o quizá “¿No ves que voy a aparcar?” e incluso “¿Es que no ves que he puesto la intermitencia?”. Pues no, ninguna de estas opciones suele ser la más practicada. Y sí, de nuevo y a voz en grito, echamos mano del comodín verbal más recurrente y que, con apenas diez letras, reúne, en una, cuantas preguntas deseáramos formular:

¿Eres gilipollas…?

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